Ventiundedos

Publicado el Andrey Porras Montejo

La despedida del profesor Noreña

La bruma de la ciudad es espesa, sobretodo cuando hace sol. Impresionante y estúpido a la vez. Pero cierto, muy cierto. La nube negra se posa por entre un radio de 50 kilómetros y a lo lejos, a la mejor representación de algún Dios parlante, se observa un sol poderoso, quemante, abrumador.

El profesor Noreña se detiene a observar el contradictorio espectáculo, en su proceder neuronal, lo impresionante y lo estúpido siempre se encuentran juntos, por eso le extraña que el paisaje lo avasalle, lo desborde.

Decide caminar por el límite de los dos espacios, como si estuviera haciendo equilibrio en un abismo donde la diestra se propone como tormenta y la siniestra como desierto. La dualidad es exquisita, el espíritu se regocija con las presiones ambivalentes… el profesor Noreña desea retozar en la abundancia de la contradicción… es así como le llegan a la cabeza un par de ellas… memorables….

En su país cuesta 50 años firmar la paz, para luego, en poco más de un año, difuminarla a punta de pupitrazos y leguleyadas formales…

El norte de los asuntos internacionales, el país con más poder económico del mundo, separa a los niños inmigrantes de sus padres, con el argumento de que el ser inmigrante implica ser procesado judicialmente, afirmación que no está estipulada en ninguna constitución democrática…

El campeonato más esperado por la élite deportiva es ganado por una selección de inmigrantes nacionalizados, pero la nación homenajeada celebra a título de su pureza genética, como si quisieran desconocer sendos siglos de desplazamientos e inmigraciones…

Pero cuánto de lo mismo, el profesor Noreña está cansado de supeditar su pensamiento al mundo, salón que ofrece historias repetidas, calcadas de otras épocas, sumido en la precariedad de los conflictos. El profesor Noreña necesita una transformación, una convocación distinta, algo más sorprendente que constatar lo invariable, algo suelto, sumergido en un mar distinto, en un viento menos convulso.

Quizá por eso es que la contradicción del sol y la tormenta, por primera vez, lo asombra. La cornisa límite entre el vendaval y el desierto ahora no es sólo fascinación, ahora es provocación, tendencia irresistible, pulsión de la esfera trasera de su corazón. Hay una dosis de albur cercano a lo inevitable que igual vuelve a fascinar al profesor Noreña y desajusta sus entrañas.

Ha llegado a un punto donde los rayos de la tormenta se fijan en las dunas del desierto, siente la velocidad del trueno abrasar el aplastamiento del calor y reconoce que se encuentra en un momento viceral, es la pantomima de la neurona, mejor aún, se encuentra ubicado en la fragua de un batiscafo milenario, construido para un descenso espiritual, más allá del infierno, más allá de lo inesperado… ni Dante ante Virgilio, ni Orfeo ante su lira, ni Harry Haller ante Hermida pudieron conseguir esa mixtura sentimental tan precisa, tan exacta, tan intacta…. Hay que partir, es preciso rodar kilómetros de lejanía, entre desiertos y tormentas habrá que esculpir esta nueva humanidad.

El profesor Noreña mira hacia atrás, en la distancia se esboza una ciudad con luces tenues sin espesa bruma, muy pálidas, como un concierto de violencia que se apaga, las luces se van alejando al lado de los barrios imposibles, de las calles mal pavimentadas y con perfectos policías acostados, huecos y mil huecos para el tráfico descomunal… luces apagándose al lado de los vidrios rotos, de los asesinatos antes de abrir la puerta, del ruido que no deja dormir, de las mentiras que se dicen para conseguir verdades, de la vida putrefacta del factor urbano… esas luces que no nacieron para concierto se van apagando al lado de los colegios criaderos de pandillas, de profesores que castran la libertad de sus estudiantes, de jefes que gobiernan feudalmente, condenados al mutuo elogio, de trabajadores títeres de un pupitre, de un contrato, de un minipoder inútil…. luces apagadas, ciudad inexistente, espacio perdido en la brutalidad del desarrollo, Quesada y Chibchacón en el destierro, Bachué y Belalcázar en el ostracismo, adiós Petro\Peñaloza, adiós consensos corruptos, adiós medios de comunicación repetidos, replicados, adiós Museo del Oro sin oro, adiós plazas de mercado, adiós semáforos incultos…….adiós ciudad.

En la lejanía, viaja el profesor Noreña, satisfecho por poder partir, feliz por volver a comenzar.

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