El profesor Noreña ama las fábulas, aunque no tanto a los animales, sin embargo, cree que ellos tienen un don preciado que, injustamente, la historia ha penalizado con inferioridad: se trata de no poder hablar.
A la humanidad, la palabra la condena a ser esplendor de inteligencia así como cultora de perversidad. El lenguaje es la daga de doble filo que embellece pero al mismo tiempo inutiliza, degrada, corrompe; en otras palabras, es ratón y león en simultáneo.
Pero el lenguaje no tiene la culpa de esa peculiaridad y mucho menos los animales; en cambio sí, el ser humano, que es el epicentro de todo…
…“con tales afirmaciones, se siente uno incómodo al ser parte de esta caterva bípeda”…
…se dijo a sí mismo el Profesor Noreña, muy poco complacido.
Pero esa incomodidad retomó fuerza, sobre todo, con el escándalo de la feria que estaba recorriendo.
Era un pasaje antiguo de la ciudad, a medio construir, que llevaba la promesa de un espacio cosmopolita, pero que en realidad solo alcanzaba a convertirse en una caravana anacrónica…
…parlantes promocionando baratijas, frutas peladas expuestas al humo de los exhostos, vísceras de animales fritas en aceite negro, antigüedades sucias a precio del pasado, bailarines frágiles con vestidos apolillados, mendigos atravesando su aventura alucinógena, cabezas rapadas con tatuajes luminosos, camiones repletos de pancartas revoltosas, músicos celebrando la disonancia, emisarios del fin del mundo, niños perdidos, traficantes enmascarados, policías sospechosos…
…más y más realidad: el espectáculo humano avasallante, recordándole al Profesor Noreña su ADN social.
Entre tanto alboroto, le comenzó a doler un oído, pero, emocionado por sus cavilaciones, pensó…
…“el ser humano tiene la forma de una fábula, hay hombres y mujeres que desean ser león, pero solo les alcanza para la cola”…
…y mentalmente recordó los escándalos de las fuerzas militares (Dimar Torres, el menor de edad en La Lizama, Dilan Cruz) comprobados ese año en su patria, que bien derivan en la forma de pensar de una leve mayoría, donde no importa conseguir resultados, si hay que hacer lo necesario (matar, extorsionar, mentir, traicionar, embaucar o podrirse por dentro).
El sonido plano y seco del dolor de oído fue interrumpido por las siguientes palabras, sumadas como colofón a su reflexión:
“Quién fuera Mónaco o Andorra o Barbados o Islandia o Costa Rica, quienes celebran no tener un ejército; al igual que Einstein, pienso que todo lo que representan los uniformes es…”.
Pero el dolor del oído derecho no lo dejó terminar, pues se le pasó al izquierdo; sin embargo, siguió pensando…
…“aunque también están los otros que alimentan aún más la fábula del ser humano, son aquellos que, conscientes de su condición de ratón, se ufanan de ser cabeza”…
…y acto seguido, su cerebro lo llevó a recordar la lista de magistrados, congresistas, alcaldes y expresidentes, así como empresarios, corredores de bolsa, deportistas, médicos, administradores educativos y profesores, relacionados con una palabra de mil cabezas: “corrupción”…
…es decir: fallos amañados, coimas de adjudicación, trashumancia de votos, campañas con dineros calientes, desfalcos inteligentes, empresas fachadas, tráfico de drogas, sobrefacturación o fraude pensional.
En el segundo oído, el dolor se parecía al ronroneo de un gato, sin embargo, ello no impidió que el profesor pronunciara lo siguiente:
“Si en el siglo XIX la sociedad podía condensarse en la imagen de un científico loco que llega a congeniar con el mal, en este siglo XXI, esa imagen sería la de un ratón (por no decir rata) a punto de ser destituido, corriendo de la justicia”.
Y continuó, a manera de epílogo:
“Debe ser que toda la naturaleza del ser humano se resume en la frase [es mejor ser rico entre pobres que pobre entre ricos].. pero esa sí que es una verdadera fábula, como la de creer que al mal se le batalla con el bien o la ignorancia con la inteligencia o la injusticia con la verdad… la auténtica fábula de la humanidad se cierne bajo una inmensa imposibilidad…. el bien, la inteligencia, la verdad y todo aquello que hemos dado a llamar virtud, tienen un espacio de incapacidad que siempre llena el mal, la ignorancia, la injusticia y todos los demás despropósitos: tal como el lenguaje, la fábula humana nos condena, simultáneamente, al delirio y a la perversidad”.
El recorrido del pasaje había terminado; el dolor de oídos, en cambio, más sólido que nunca.
Aunque bastante iluminada, la plaza donde desembocaba el pasaje estaba muy taciturna, como si el eco de lo allí ocurrido durante toda la historia fuera el peso de una gravedad que no permitía movimiento…
…la inmensa catedral de acentuada proyección ideológica, no permitía el movimiento…
…el palacio lateral de política camaleónica y falsos mesías, no permitía el movimiento…
…la gigantesca mole moderna, con sus procesos deshonestos y sus pasados asesinos, no permitía el movimiento…
Acurrucado, con las manos en los oídos, tal vez por primera vez en mucho tiempo, el Profesor Noreña soltó un par de lágrimas…¿de dolor? ¿de dolor de oído? … Pero sin dejarse notar, se puso de pie y dijo:
“Esta modorra existencial siempre me da en las fiestas de fin de año”.
Entonces, un coro descomunal y desproporcionado, mucho más fuerte que el de la feria, cínicamente, lo alegró un poco:
“10…9…8…7…6…5…4…3…2…1…¡Feliz Año!”