Ventiundedos

Publicado el Andrey Porras Montejo

Informe cerebral sobre el estado de la cuestión

“Habla, pero no separes el no del sí. Y da a tu sentir sentido: dale sombra”. 

Paul Celan

Apreciado Profesor Noreña:

Escribo bajo un influjo nervioso considerable, pues mis neuronas parecen no poder oxigenar los pensamientos que irrumpen con violencia las microscópicas carreteras electrónicas de mi cerebro.

Además, casi como un impulso vital, y muy a pesar de la disminución de nuestra correspondencia, he sentido la pulsión de escribirle con la misma necesidad de organizar mis pensamientos, que muy seguramente me llevarán a la locura, gracias a tantos disparates sin contexto.

El caso es que me asola una voz fantasmal (dos voces realmente). Parecen ser una conciencia del futuro… ¡ah terrible padecimiento! ¿puede uno dejar de desmayar al recordar el futuro?… ¿es posible recordar el futuro?

Las voces que escucho hablan sobre la imposibilidad de que los opositores a un gobierno puedan ejercer la democracia,  como si la sindéresis fuera exclusiva para cierto grupo de personas; la verdad, en nuestra naciente sociedad, el ejercicio de la diferencia se protege desde la dialéctica de Parménides, partiendo del supuesto de que toda afirmación puede ser negada; no entiendo cómo puede constituirse una sociedad bajo esa aberrante disposición de la igualdad.

Además, las voces también eternizan a la clase política, a la tradición, a la familia y a la propiedad privada, soportes magnánimos del poder, que han fungido como dirigentes de la “indiada” (término que desconozco) durante siglos; la verdad, es incomprensible el llegar a diseñar una sociedad que funcione solo ante un grupo bastante reducido de sus integrantes; no entiendo cómo puede excluirse el pueblo (a eso debe referirse con “indiada”), que es el motor y el marco de la búsqueda del bien común.

Y por último, esa voz se enfada cuando alerta sobre la existencia de una caterva de facinerosos quienes solamente realizan interpretaciones sesgadas, ofensas, diatribas soeces, relajos de anarquistas, como si fueran esclavos de los derechos humanos, escépticos de la manipulación de la información, apátridas del mestizaje y con la irreverencia de creer que pueden tener independencia de criterio; la verdad, no sé quién pueda denigrar, a estas alturas, la existencia de los derechos humanos; la Nación no puede apoderarse de algo que no pertenece al ordenamiento jurídico.

Pero cada una de esas voces, y es precisamente esto lo que altera hasta el desespero mis meninges, pareciera tener su contraparte en otras palabras que escucho casi al mismo tiempo, unas encima de las otras, asemejando una batalla.

Yo entiendo que los intentos de cifrar la música de nuestro legado de Bonn, Beethoven, en una transcripción sola de la partitura, es una manera de representar sonidos simultáneos, pero el escuchar una voz sobre otra no produce el mismo efecto que los cuartetos de cuerda del afamado maestro.

Así entonces, excelentísimo profesor Noreña, enloquecido por la simultaneidad de las voces, escucho los segundos significados que hablan sobre sociedades obligadas a callar a sus escritores; sobre actores de teatro que solamente pueden calmar su desesperación bajo el influjo de la pintura; de hetairas amazónicas que pelean en estrados públicos; o simplemente del juego de la red de mentiras que ha creado la historia para mantenerse como verdad última.

Digamos ¡oh… inagotable vesania!… en lo que hemos pensado como comunidad, no pudiéramos prescindir de los escritores y a ninguno de ellos le negaremos su eleuteromanía.

Más aún, ¡desquiciada estulticia!… en lo que respecta al arte dramático o a la pintura, de ellos debiera emanar la fuente de la belleza y no el abismo de la conciencia humana.

Sobre los ilustres condenados, ¡oh…vaciado ósculo!… hemos definido su libertad en nombre del deseo que representan, por esto, nunca limitamos las expresiones eróticas, aún sean éstas poco históricas.

Y por último, sus trabajos, ¡apreciado profesor Noreña! ¡aclamado rocamborista de nuestra fe social!…  sus trabajos, decía, son muestra de un mantenimiento de la verdad, a costa de lo que somos: funcionamos como un reloj de una sola pieza y condenamos a los sátrapas desde las guerras del Peloponeso.

Por todas estas innobles especulaciones, y por lo que imagina mi cerebro sobre una sociedad con esas características, me he dado a pensar que necesito de su ayuda psiquiátrica inmediata, pues el futuro no puede estar lleno de tantos disparates.

En sus manos…

Clotardo Fíneas – Ayo de Atenas

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