Ventiundedos

Publicado el Andrey Porras Montejo

Habitáculo de fin de año

El habitáculo del profesor Noreña irradia limpieza, luz y ventilación. Las ventanas han sido abiertas, todas las cortinas lavadas y recogidas, los sonidos de la calle y del parque se presienten a lo lejos como una gran certeza: la vida sigue, el pálpito continúa, “estamos acá porque seguimos vivos”.

Esa frase tan elemental, sacada de una película sencilla, le ayuda al profesor Noreña a mantener la sonrisa, aún hoy, en el último día del año.

Y es que las postrimerías siempre lo han seducido al extremo, no solo por su carácter poético, sino por su valor de verdad, como cuando en los cuentos de Horacio Quiroga cada vez que uno de sus personajes siente calma o alivio, llega el fin.

Sin embargo, el profesor Noreña no siente que hoy sea solo el fin de un año, por lo menos el fin de un tiempo que todos consideran nefasto, él quisiera sentir que es el el fin de una suma de asuntos esenciales: es el fin de la creencia en que un presidente con show diario pude salvar un país; es el fin de la certeza de que los mecanismos de ayuda social, en islas con amplias y devastadoras tragedias, son transparentes y honestos; es más, es el fin del miedo ante la juventud, que se asesina entre lógicas de pandillas y restos de inutilidad narcotraficante.

Pero esta postrimería le trae todo lo contrario, este fin de año, al parecer, le juega una mala pasada: la gente sigue creyendo en que sí existe un salvador, representante de una democracia central, única e incuestionable, ostentada en la imagen de un presidente que solo habla de dinero para ocultar su incapacidad de ejecución; además, los soldados y algunos miembros adscritos a insignes instituciones de socorro roban las ayudas de la gente nativa de una isla, arrasada por un huracán intratable; y por último, el 90% de las masacres ocurridas en el país fueron perpetradas hacia jóvenes, entre los 14 y los 18 años, quienes murieron bajo el ley negra de organizaciones entregadas a la extorsión y el microtráfico, y bajo la promesa de cambiar su destino rápido e impunemente.

Las ventanas limpias, el sonido del parque, las cortinas perfumadas, el viento de la calle deberían traerle en conjunto esa esperanza vital de creer en el mundo, pues mañana comienza un nuevo año y la inevitable esperanza en que todo será mejor motiva a mostrar los dientes en tensas y exageradas medias lunas.

Esperando esa ráfaga de buen humor, el profesor Noreña termina a sorbos su tinto recalentado. Al sentir que el optimismo no lo embriaga, decide culpar a la cafetera, aquella máquina que compró de segunda y que hacía el café expreso tal como le gusta, pero que, al dañarse, lo condenó a volver al método del decantado y, en consecuencia, a tener que hacer bastante tinto en la mañana y recalentarlo cada vez quiera. Por el olor y la apariencia en el fondo del vaso, se dio cuenta que el tinto era del otro día…

Para no caer en su propio abismo, recordó una vieja reflexión que había hecho hace días, cuando algunos taxistas protestaban por perder terreno en el negocio debido a varias aplicaciones. Alguno de ellos puso en su panorámico un letrero que decía “a mí me enseñaron a respetar la constitución, eso es de quinto de primaria. La frase, aunque interesante por su ejecución, albergaba dos suposiciones inexistentes, por ejemplo, el que el tiempo de estudio en la primaria fuera un periodo básico, simple e irrisorio; y el que, bajo un proceso pedagógico acertado, fuera enseñada la Constitución.

En la vida del profesor Noreña ocurrió ni lo uno ni lo otro, entonces, el golpe de la verdad es como “Los cuentos de la selva” lo pintan, cuando llega el alivio, el fin está cerca: cuando llega el atisbo de esperanza cada fin de año, se seguirán perpetuando las ideas que a gritos nuestro espíritu quiere que cambien, vivimos entre pedazos, fogonazos de anhelos que luego reafirman, encallan, anquilosan, lo que se quiere transformar. Es decir, terminará el periodo de gobierno y la ausencia de líderes en el país hará que se entrone a otro en calcomanía; ante las tragedias, se harán llamados de ayuda bien respondidos, pero ellos tendrán el riesgo de que carroñeros corruptos saquen usufructo; se creerá que la educación transformará la conciencia de los jóvenes, pero muchos de ellos seguirán eligiendo la basura que les ofrecen en las calles; dicho de otro modo, ¡la primaria es muy difícil y esencial, además, nadie enseña bien la Constitución!

Con esa verdad a cuestas, el profesor Noreña podrá terminar su año más tranquilo y, al mismo tiempo, apurarse a comprar una cafetera nueva.

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