En tiempo de elecciones, el inconsciente podrido de toda cultura se destapa y pareciera que cualquier intención tiene un presagio escondido: las cosas no se hacen por las cosas mismas sino porque tienen un segundo propósito. Sin embargo, al mismo tiempo, pero desde el otro lado de lo sensible, se tejen también los presagios que palpitan una nueva sociedad, esta vez desde la conciencia de una cultura incluyente, moderna y participativa.
Porque nos tocó vivir el tiempo en que estas dos amalgamas se encuentran unidas: al lado del desparpajo descarado se encuentra la actitud silenciosa del trabajador; al lado de la conciencia de una sociedad del mérito se encuentra el que anda inventando atajos y corrupciones; al lado de la servil y amañada lagartija se encuentra el honesto, sincero y directo detractor; al lado del ego inmenso de quienes no son capaces de pronunciar una pregunta sin echarse flores, está el parsimonioso meditabundo, que reflexiona sobre la estupidez de las personas.
Esa es nuestra sociedad, más allá de lo mal denominado “realismo mágico” o del ultrajado “sincretismo cultural” o de la mentira trillada llamada “malicia indígena”, lo que se encuentra en América Latina es una sociedad debatida entre esos dos mundos que no se han reconocido como partícipes de un mismo territorio, y que, excluyentes entre sí, vomitan los sucesos en escala de gravedad: egocentrismo, ideologías de ultratumba y violencia.
Como antesala a las elecciones que se celebran dentro de un mes, y como intento de redimir algún tipo de esperanza, me propongo mencionar algunas realidades unidas pero excluyentes, que tanto nombran nuestra complejidad.
Las gerencias de los megahospitales de la ciudad se empapan de manejos dudosos en sus presupuestos; mientras un buen grupo de profesionales trabaja con sueldos no codiciosos y atraviesan todos los días la ciudad por cumplir un turno lleno de voltaje inhumano.
Las organizaciones sindicales del magisterio se unen para monopolizar la concesión de colegios y contratos, enalteciendo los “valores” de una educación pública que solo produce tráfico de estupefacientes, intentos de suicidio, matoneo vulgar y desquiciado, desaprendizaje y traición entre maestros; mientras, en los colegios de gerencia mixta (terreno público con administración privada), existen profesores (as) que viven con el escalafón del distrito y convierten sus clases en verdaderos laboratorios del pensamiento.
Las gerencias del fisco en las carreteras y calles bogotanas tienen que enfrentar carruseles desviados y amañados, bajo el desescalamiento de una red de amangualados que robaron hasta el cansancio, sobresaliendo de este circo la actitud de algún ex alcalde encarcelado, quien dilata sus audiencias con artilugios propios de su descaro (como presentarse ante el juez sin abogado); todo ello mientras el obrero o el estudiante universitario hacen cuentas, se burlan de los trancones, sacan su bicicleta, recorren más de 70 kilómetros diarios, se ahorran lo del pasaje y utilizan las ciclorutas destartaladas para llegar a su trabajo, a su clase, siempre a tiempo y en forma.
Y por último, mientras la policía rellena las calles de supuestos retenes de control con el fin de tapar sus bolsillos con la ingenuidad del incauto que olvidó sus papeles, o se le venció el seguro, o tiene algunos traguitos encima; en el transporte masivo de la ciudad, el sistema Transmilenio, una señora encuentra un celular caído después de una consabida chichonera, y en lugar de quedárselo y venderlo a buen precio, en el bajo mundo, enciende el bus a gritos hasta encontrar al dueño.
Los cuatro casos anteriores son un friso de contrapuestos que bien relatan una lucha social desigual: los escándalos de la salud contra la vocación de servicio, la vejez de un sistema educativo paquidérmico contra la creatividad silenciosa del salón de clase, los carruseles de la corrupción contra el ingenio de la gente pobre y la demencia de la autoridad contra la honestidad de los humildes.
Esa es nuestra realidad, amalgama de diablos y de ángeles, sobrevivientes a la contradicción, las paradojas y el sin sentido.
El último ejemplo de la señora gritona del Transmilenio, le ocurrió al escritor de estas palabras, mientras escuchaba la noticia de que la paz se firmará, a lo sumo, en seis meses (el cable roto quedó colgando de mis orejas).
!Que no me vaya aplastar el futuro!
Pero tal vez los ecos de las alcantarillas sean hoy sólo eso, ecos de un pasado que nuestra sociedad está empezando a superar.
@exaudiocerros
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