Aunque el profesor Noreña, dada su condición de mortal incapaz de sentirse partícipe de la «madre de todas las ciencias», prefiere la literatura y la educación a la filosofía, hoy quiso romper su naturaleza y sentirse ungido por Atenas. Es por ello que los anuncios que rompen su mañana de domingo, esos dedicados al reciclaje, o a la venta de maíz peto y tamales calienticos y baraticos, hicieron que su espíritu confluyera en aparatosas disertaciones abstrusas.
Comenzó con un acercamiento burocrático/ontológico a la naturaleza de las instituciones, por lo menos, a lo que cada una de ellas respresenta. Es decir, con la voz conmocionada, casi alterado por la cercanía al extremo del pensamiento, el profesor Noreña espetó al aire pesado del domingo la siguiente cuestión: ¿se puede hacer proselitismo de lo que no represento y enraizarme en defender lo indefendible?
Al menos pareciera tener respuesta afirmativa la anterior pregunta, después del último aprendizaje diligente, ocurrido en una visita a una uniformada institución, donde sus fines rezan maravillas como «Dirigir y coordinar la recepción de información en materia criminal de las diferentes entidades oficiales, para alimentar el archivo operacional y las bases de datos de antecedentes sobre personas y bienes«, pero sus representantes afirman cosas como «aquí no se emiten antecedentes«, «el juez no tiene por que pedirnos eso«, «esa información no la tenemos nosotros«, contradiciendo las funciones que arriba representan y demostrando quererse safar de cualquier responsabilidad, más aún, de la responsabilidad de lo que le están preguntando.
Pero saber ello, no convierte a nuestro personaje en un filósofo, máxime cuando esas barrabasadas burocráticas se repiten al son de la identidad nacional. Lo que en verdad retribuye hoy el haberse despertado como miembro de la escuela ds Frankfurt, es el hallazgo de haber encontrado la misma premisa en su amada profesión.
Ecuelas que pregonan la autonomía pero que andan dando quejas semanales a los padres de familia; colegios dedicados al amor hacia la ciencia pero que hacen que sus estudiantes detesten la semana de la investigación; pedagogías por proyectos transversales que terminan enalteciendo las clases magistrales, haciendo que la distribución del salón se parezca a un desfile militar; planteles que ofician la verdad y el cuidado a los niños pero que dentro de sus filas contratan acosadores defendidos por los rectores a cambio de evitar un escándalo; congresos dedicados a engrandecer los últimos adelantos en los saberes educativos y de innovación pero que permiten ponentes que se dedican a leer kilométricas ponencias que duermen a los asistentes; y, en general, naturalezas que alumbran, titilan, encandilan por la falta de coherencia entre sus promesas y sus acciones.
Piensa el profesor Noreña para sus adentros: ¡insoportables desnudos insalubres! O mejor, recordando la necesidad que tiene hoy por convertirse en un filósofo, ¡un vitalismo mal comprendido! ¡una trasmutación de valores….transfuga… veleta… monedita de cuero…!
La naturaleza de las instituciones se fue de picos pardos.
Entonces, ni filósofo ni maestro, tal vez solo literato, y esto porque, en lugar de los laberintos del pensamiento, el profesor Noreña prefiere bajar corriendo las escaleras y no dejar pasar impune el carrito de mazamorra con tamal calientico y baratico.
«Al fin de cuentas, el tamal nunca, nunca, dejará de ser tamal».
Y con esta frase, finaliza su inmanente deseo de convertirse en filósofo.