Ventiundedos

Publicado el Andrey Porras Montejo

Claudia no viene de “claudicar”

De vez en cuando, el profesor Noreña tiene amplios espacios de desasosiego, el insomnio lo domina, la cabeza no lo deja tranquilo, sus fantasmas espirituales lo abominan.

Para superar esa situación, y como su mejor terapia, tiene el levantarse de la cama para leer o escribir. Pero como el libro de turno lo había dejado sobre el escritorio del estudio, y la libreta de apuntes reposaba en el piso con su estilógrafo, decidió escribir.

Comenzó con lo primero que le vino a la cabeza:

…alguna vez, con un estilo recatado y muy respetuoso, en un español envidiable para muchos de nosotros, una persona extranjera se quejaba sobre la intromisión a la intimidad que había recibido en una reunión por parte de otra persona colombiana.

El asombro residía en cómo los colombianos podían creer que los temas íntimos y personales podían ser motivo de una conversación entre desconocidos. 

A nadie le interesa saber quién es activo y quién pasivo en una relación de pareja

Dijo, agrandando un poco la pupila para disimular una ira contenida y transnacional. 

Y es que el contexto suponía una explicación: la persona colombiana pertenecía a una pareja heterosexual y el extranjero, a una homosexual.

La altura con la que se hizo el reclamo dejaba claro que el problema no era la homofobia, era el irrespeto causado por el morbo de la pregunta.

Y es que esta situación es el reflejo de la incapacidad mental que tenemos en Colombia para aceptar, en serio, a la diferencia. Porque el atrevimiento no tiene que ver con una curiosidad para profundizar sobre la naturaleza de la sexualidad humana, sino con la ingenuidad de hacer caber el mundo diverso en las tres o cuatro ideas insípidas y retrógradas, por las cuales nos sentimos a la vanguardia.

No aceptamos la diferencia porque nos sentimos con el poder de haberlo comprendido todo y, sin darnos cuenta, blandimos, en nombre de la libertad, de la modernidad y de los derechos humanos, anquilosadas manifestaciones del espíritu conservador, dogmático, anacrónico y ultra xenófobo: los roles pasivos y activos dentro de la sexualidad los pueden ejercer parejas tanto homosexuales como heterosexuales, por lo tanto, la intromisión mencionada no solamente es irrespetuosa sino profundamente ignorante.

Como ignorante es también decir que una cosa es tener a una alcaldesa electa y otra muy distinta es tenerla como tendencia en las redes por la foto de un beso apasionado con su novia. 

La sociedad pacata y tradicionalista colombiana celebra esa clase de argumentos y se indigna con sorna, pero lo que en verdad deja ver es su homofobia y su impotencia: la foto en redes de Claudia fue tomada en una celebración privada, alguien cercano, muy seguramente con la misma inquietud de lo activo y lo pasivo en la sexualidad, filtró, traicioneramente, la foto, y sacó provecho del morbo. 

Pero ni la forma en que fue divulgada la fotografía y ni la fotografía misma son los problemas de esta situación: el verdadero problema es la falsa moral que cubre todas las actuaciones sociales de nuestro círculo vital, esa falta de autoestima que nos impide aceptar las cosas como son, comprendiéndolas en su integridad y respetándolas tal cual son. Dicho de otro modo, nos da miedo reconocer el cambio, por eso lo ponemos frente al espejo y lo obligamos a que se parezca a nosotros, maquillando el espejo.

Claudia López, nuestra electa primera alcaldesa, no tiene que parecerse a nadie, no tiene que cumplir el rol de nadie, no tiene que complacer a nadie, salvo ser ella misma. Y para empezar a respetar su mandato, deberíamos dejar el irrespeto, evitar juzgarla por su condición de diversidad y pensarla como la persona elegida para intentar tres años de transformaciones…

“Muy político y social este desvelo”. Pensó el profesor Noreña, mientras se dirigía al estudio por el libro. La escritura lo había derrotado, no sabía muy bien si había escrito un gran tratado de politología y diversidad; o si, sencillamente, había garabateado un paskín maltratado y en desuso.

Cogió su novela de turno, Los días azules, de Fernando Vallejo, recordó haber dejado la lectura en el punto en que los amantes, desconectados, hablaban entre sí. Leyó la primera línea:

Pero dime una cosa… tu nombre, Claudia, viene de claudicar?

La sonrisa del personaje en el libro se confundió con la sonrisa del Profesor Noreña en el estudio.

Él, claudicando sueño y pensamiento; Claudia, la alcaldesa, claudicando falsos devotos en una sociedad inservible; y el personaje de la novela, claudicando a su amante.

La sonrisa del profesor Noreña terminó con una frase al viento de la madrugada:

Eso es la vida, claudicar en las sombras de una madrugada.

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