Cada vez es más complejo razonar sobre las veleidades de la administración Santos, el gobierno más bipolar de los últimos tiempos en Colombia, donde se habla de paz y de justicia social mientras se reprime a palo, bala y gases, a quienes la construyen en el día a día. Se negocia una “tal reforma agraria” cuya realidad social contraviene las tesis analizadas en la Habana y exigidas por el agro colombiano desde antaño. Se invierten millones en infraestructura hospitalaria y planes de salud, auspiciando paralelamente, el consumo de porquerías transnacionales, cárnicos gestados con sustancias hormonales, que inoculan sus venenos a partir del uso de transgénicos por lo que han sido prohibidos en países proteccionistas.
Por qué nos sorprende tanto las declaraciones falaces, descontextualizadas e injerencistas del Presidente. Un gobierno de rasgos autoritaritas y totalitaristas, que criminaliza a la disidencia y a los indignados; inconsecuente y pusilánime, que por quedarle bien a todo el mundo, no le queda bien a nadie; que acusa de subversivos a los campesinos por resistirse a pagar a patentes multinacionales y filiales por semillas privatizadas, que carece de una política proteccionista; es un gobierno incapaz de entender la magnitud de la crisis del agro colombiano y de sus manifestaciones sociales, así como el repudio de otros frentes del sector productivo y de la sociedad en general.
Quién creería que tener una semilla sería un crimen. Es inconcebible que el campesino colombiano no pueda guardar semillas para su próxima cosecha, como se ha venido haciendo durante milenios. El Estado pretende entregar a nuestro campesinado a la merced y sometimiento del monopolio de multinacionales proveedoras de semillas patentadas, incluso condenándolos a drásticas sanciones que van desde la afectación de su pecunio hasta la pena carcelaria; defendiendo las inversiones extranjeras y eliminando la competencia local para la producción natural de semillas, vendiendo por dos pesos en últimas, la soberanía y autonomía alimentaria del país y vulnerando los derechos colectivos de los pueblos campesinos, afros e indígenas; desterrando la semilla nativa y violando el derecho sobre el patrimonio genético del país.
El paro campesino nos ha permitido desnudar la tragedia del agro colombiano, desatando una solidaridad nacional por la dignidad. Y aunque importantes sectores se han sumado, la protesta ha sido desorganizada y fragmentada, lo que hace necesaria su pronta centralización, donde se sienten todos los actores permeados y confluyan en una agenda única nacional que plasme todas las exigencias de cada uno de los sectores. Aunado a ello, los intentos por parte del Estado de banalizar la protesta, desviando incluso, la atención de los colombianos, centrado las miradas en otros aspectos secundarios de la agenda nacional.
No obstante, la mayor indolencia surge de la ausencia de la solidaridad civil, marcada por la gran brecha de diferencias sociales, donde creemos que el problema del otro no nos afecta, como si todos los días entre dos y tres veces al día no ingiriéramos frutas, verduras, leche, café, huevo y arroz; entre otros.
Como en la increíble historia del poema que Bertolt Brecht nunca escribió, corremos el riesgo de que aniquilen las economías campesinas, desterrando a nuestros campesinado de sus tierras y sus empleos ante la mirada cómplice e inerte de los colombianos, sin inmiscuirnos porque creemos que no es nuestro problema; luego vendrán por los ganaderos, pero tampoco será nuestro problema porque no somos ganaderos; el TLC seguirá consumiendo a todos los sectores, uno a uno, a las pequeñas y medias empresas, a la salud, a la educación, a los medios de comunicación etc., pero claro, tampoco es nuestro problema. Lo irónico es que cuando el neoliberalismo salvaje venga por nosotros, estaremos solos, ya no habrá nadie que diga nada, ni proteste.
Lamentamos los dolorosos hechos registrados en el marco de la protesta, la agresión a nuestros hermanos colombianos y los muertos que han puesto por unos derechos que nos conciernen a todos. La respuesta del estado a las concentraciones y desplazamiento ha sido la del trato de guerra a la protesta social, reprimiendo a la población, empleando al ejército y al Esmad de la policía contra la población con el uso de armas, gases y bolillos, destruyendo sus improvisados cambuches y judicializando a los manifestantes.
No vaya a ser que nos percatemos que las razones del paro es asunto de todos, cuando empiecen a escasear los alimentos y por ende a encarecer; o peor aun cuando se proliferen más, los problemas de salud como consecuencia de la ingesta de alimentos fraguados a base estimulantes para acelerar la velocidad de la maduración.