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Publicado el Juan Carlos Torres

La hecatombe del mundial

Sorprendentemente, el mayor país futbolizado del mundo, no obstante a su condición de anfitrión del espectáculo deportivo más codiciado, nos abre los ojos y hace reflexionar sobre la depravación que representa ostentar una de las mayores inversiones de los mundiales,  omitidas en destinación para eventos cruciales e inaplazables  como la desigualdad socioeconómica, la extrema pobreza y la erradicación de las favelas; entre un sin número de necesidades que padece el quinto país más poblado del planeta.Para el mundo, Brasil es un país de avanzada y se aflora como la séptima economía. Si bien existe mucha riqueza, la misma es desproporcional, prorrateada con una desigualdad monumental que estremece y conmueve; es menester señalar que mayoritariamente en esta nación hermana, así como en la nuestra,  prevalece la clase pobre; residente en asentamientos precarios e informales aglomerados (favelas) con una calidad por debajo de la media nacional, desprovistos de condiciones básicas de infraestructura, servicios públicos y urbanos; y equipamientos sociales, además de estar situadas en zonas geológicamente inadecuadas y ambientalmente sensibles.

La organización del mundial en Brasil, ha producido un gasto muy elevado, triplicando su presupuesto inicial, el cual suma lo que se invirtió en Alemania 2006 y Sudafrica 2010 juntos; siendo que casi la totalidad de las inversiones se realizan con dineros públicos, lo que ha generado un aumento en el endeudamiento hasta en un 30% de la media, en las ciudades que hospedarán el mundial; aunado a ello el dinero que deja de percibir el país anfitrión, por cuenta de la exención de impuestos y monopolios de explotación de eventos en las exhibiciones públicas que exige la Fifa para sus marcas  patrocinadoras durante cuatro años, como Coca Cola, Visa, Budweiser y Adidas entre otros; lo que representa unos 680 millones de dólares que la nación dejará de percibir.

Como corolario de lo anterior, las ingentes manifestaciones sociales que se asoman previo a la cita mundialista y que presagian la hecatombe durante la justa y posterior a ella. Entre los argumentos que llaman poderosamente la atención, se destacan la especulación inmobiliaria en las zonas adyacentes a los nuevos y reformados estadios: y los desplazamientos de más de 150 mil personas desalojadas de sus hogares y puestos de vendedores ambulantes; lo que supone una violación masiva de derechos humanos, principalmente por razones de imagen y conceder derechos exclusivos de ventas a los patrocinadores oficiales.  En el caso de los habitantes de las favelas que fueron desahuciados de las mismas como consecuencias de la construcción de obras de preparación del mundial en los sectores donde habitaban, por carecer de títulos de propiedad,  no se les compensó ni indemnizó, simplemente fueron lanzados.

La organización de un mundial supone la esperanza de crecimiento económico, las mismas que tuvo Sudáfrica previo al mundial del 2010, sin embargo, el evento dejó una pérdida de más de 3.000 millones de dólares que aún no acaban de cancelar y unas ganancias a la FIFA de más de 2.600 millones de dólares. Este escenario no debería repetirse, la inversión pública en Brasil es descomunal, unos 15.000 millones de dólares.

De acuerdo a sus cánones, a la FIFA no le asiste responsabilidad social alguna y menos contribuye a mejorar las condiciones de vida ni económica de los brasileros, como tampoco se compromete con ejercer vigilancia frente a las violaciones de derechos humanos, como la prostitución femenina que se aumenta  durante los mundiales, los desplazamientos de los habitantes de las favelas, los problemas de desigualdad y de seguridad; entre otros. La FIFA no debería llevarse todos los beneficios, dejando a los países organizadores en inmensas deudas sociales y económicas.

Adicionalmente, antes de elegir las sedes de los mundiales la FIFA debería considerar las condiciones de vida de los habitantes de dichas naciones y no motivar la inversión con recursos públicos del país anfitrión, en infraestructura deportiva y atenciones millonarias de movilidad, habitad y alimentación a las estrellas, gestores del futbol y empresarios; máxime cuando no se haya solucionado las básicas de sus propios congéneres.

Que este sea el comienzo del fin, de esos espectáculos deportivos apoteósicos, abyectos, prostituidos, elitistas e inaccesibles;  confeccionados a altos costos económicos, sociales e inmorales de nuestros pueblos; donde la FIFA se lucra sola y la  imagen  es más urgente que batallar el hambre. Y lo más importante,  que las protestas denominadas “Copa sin pueblo”: ¡Estoy en la calle de nuevo! traspasen las fronteras y se esparzan por el mundo, para que la hegemonía del suizo Blatter observe la responsabilidad social que les corresponde.

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