Ha sido tal la decadencia del cristianismo en el mundo moderno, que Dios yace muerto en muchos corazones como producto del agotamiento que arrastran consigo las ambiguas doctrinas religiosas, los retrógrados discursos teológicos; y los consorcios e imperios económicos basados en la fe, en el amplio mercado de las religiones. No es común ver por estos días a las nuevas generaciones en los grandes templos, que pasaron de ser lugares de fe a lujosos museos.
La iglesia católica ha venido evidenciando su inminente reorganización, desde la renovación de la fe, caracterizada por la sensibilidad fundamentada en la justicia social; hasta la reivindicación en torno a los escándalos que la salpican con las intrigas que ponen en juicio la santidad de algunos de sus miembros, así como el poder económico que se presume ostenta el vaticano.
Consciente de ello, el conclave entendió la necesidad de elegir un representante del clero, reformista, con la edad y capacidad suficiente, para trasformar la curia romana; y lo más importante, que sepulte los rumores que aún corren por los pasillo del vaticano y se constituya en la ilusión y esperanza que necesita este mundo cada vez más secularizado.
El marzo pasado, el cielo italiano vio esparcirse la fumata blanca de la chimenea de la Capilla Sixtina. Aunado a ello, el repique incesante de las campanas en la plaza de San Pedro en Roma, anunciaban al mundo la elección del 266 sucesor de San Pedro. Sorpresivamente se trataba del Cardenal Jorge Mario Bergoglio, quien además de ser el primer pontífice latinoamericano en los dos mil años de historia de la iglesia católica, es el primer papa jesuita.
Este pastor de presumible brillo y ternura, caracterizado por una vida sencilla, austera y solidaria; de profesión técnico químico, amante del futbol, crítico del capitalismo y del consumismo; es considerado como el término medio entre los obispos más conservadores y las minorías progresistas. Tomó como nombre papal Francisco, en honor al denominado Santo de los pobres y los humildes, Francisco de Asís, quien decidió vivir bajo la más estricta pobreza y observancia de los Evangelios.
Las primeras apariciones públicas del Papa Francisco han sido auspiciosas, caracterizadas por la humildad, la sencillez, la vocación por los pobres y marginados; y su compromiso de diálogo con personas de diferentes credos. Llama también la atención, su decisión de residir en la casa de huéspedes Santa Marta del Vaticano, en lugar de la residencial papal usada por sus antecesores desde 1903. Se aloja en la habitación 201, la cual consta de una cama, un crucifijo, un salón y un baño.
En la misa de inauguración del pontificado el papa se desplazó camino a la plaza de San Pedro a bordo de un jeep blanco descubierto en vez del papamóvil blindado, descendiendo en varias ocasiones para besar a niños y saludar a enfermos.
En esa misma homilía, afirmó que considera la figura del papa como alguien que debe poner sus ojos en el servicio humilde y abrir los brazos para custodiar a todo el pueblo de Dios y acoger con ternura y afecto a toda la humanidad; especialmente a los más pobres, lo más débiles y los más pequeños.
Francisco exhortó a los prelados, sacerdotes, seminarista y religiosos a enunciar el evangelio más allá de las parroquias, a no quedarse enclaustrados en ellas, a salir a las favelas, a las villas, a las calles donde hay millones de personas esperando el evangelio. Además pidió que la iglesia renuncie a las riquezas y que los religiosos sean coherentes con su voto de pobreza, refiriéndose a los sacerdotes y monjas ostentosos que exhiben sus vehículos lujosos. El papa buscará imponer un estilo austero en su pontificado, recordando que la misión de la iglesia es servir a los humildes. Fue claro además, en pedir a todos sus homólogos cristianos “una iglesia pobre para los pobres” con una visión humanista para erradicar la pobreza y una política que logre cada vez más la participación de las personas, evitando el elitismo, donde a nadie le falte lo necesario y que asegure a todos: dignidad, fraternidad y solidaridad.
El sumo pontífice también sorprendió al mundo por su opinión sobre las diferencias entre los pobres perseguidos por pedir trabajo, y los ricos que son aplaudidos por huir de la justicia; así mismo manifestó su rechazo por lo empleos que someten a las personas a condiciones laborales injustas o que son denigrantes, tales, como la prostitución o talleres clandestino, los cuales califica de esclavitud y tráfico de personas. Igualmente critica a las personas que trabajan con el fin de acumulación de riquezas, las cuales opina que se enfrentan a una catarata descendente de degradación moral.
En el marco de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada recientemente en Río de Janeiro, el papa puso de manifiesto su talante carismático, esbozando claramente sus convicciones adaptadas al ministerio papal. Se enseñó libre de protocolos y cercano a la gente. Se notó una cierta tensión entre los ejecutivos, cuando el papa pidió a los jóvenes acciones contundentes para defender a los pobres antes las intolerables desigualdades sociales y económicas, pidiendo que aclamasen al cielo. Agregó además que “la fe es revolucionaria” y por último los invitó a entrar en la “ola de la revolución de la fe”.
El Papa Francisco ha dado sin duda, un respiro y un sentido de esperanza para los católicos del mundo, por cuanto muestra gran voluntad de sanear la iglesia de todos los errores humanos cometidos, pero sobre todo de aquellos que hoy ven en la iglesia un nuevo camino y la resurrección de Dios en sus corazones.
Muchos esperan que el hombre definido como un “un verdadero animal político” por el Wall Street Journal, calificado como el “El papa del pueblo” por la revista Time y proclamado “Hombre del año” por Vanity Fair; contribuya a la renovación de la iglesia y que no represente el continuismo de sus antecesores, de viejos y radicales esquemas y pensamientos que distanciaron al pueblo de ella. Por el contrario, debe apostarle a ser una Iglesia moderna, más cercana a la gente y a sus necesidades, que proporcione los grandes cambios que ameritan los nuevos tiempos, resucitando los lazos y relaciones con los cristianos del mundo; capaz de reconstruir y purificar la iglesia y de reevangelizar al mundo.