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Publicado el Juan Carlos Torres

¿Francisco, en la patria de los narcos?

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En el marco de la visita del Papa Francisco a Colombia, el Diario de España: ‘El Mundo’, publicó el indignante titular: “Francisco, en la patria de los narcos” haciendo alusión al perdurable estigma que se ha arraigado sobre la sociedad colombiana en el mundo, referencia innecesaria y humillante del periodista religioso y ex cura, crítico de la iglesia católica, José Manuel Vidal, quien aduce que Colombia sigue adorando a “San Pablo Escobar”.

No acabábamos de digerir el mensaje del Papa Francisco, quien nos exhortó a que “nada nos robara la paz”, cuando una estampida de compatriotas exacerbados despachaban sus trinos de furia y orgullo desde las redes sociales contra el periodista, quien en tiempo récord se convertiría en persona no grata para el país.

El incidente vivificó el también agravio de la humorista chilena Belén Mora de hace algunos años, quien se vistió del tricolor nacional y personificó en parodia a las mujeres colombianas representándolas con pantomima de drogas y prostitución.

Situaciones como las anteriores, nos deben llevar necesariamente a reflexionar sobre qué estamos haciendo mal como Estado y sociedad, y por qué desde el extranjero se relaciona a Colombia mayoritariamente con las drogas y la prostitución. El demonio que persigue y deshonra la imagen de los colombianos no está muy lejos, está en Colombia, y se forja con nuestra anuencia y ovación.

Por qué indignarse con los extranjeros, receptores de la información que le llevamos al mundo, y por qué no hacerlo con quienes desde Colombia endosan una imagen retorcida sobre nuestra realidad social y cultural, a cambio del rating y de acaudalados contratos. No es fortuito que los rasgos de impacto negativo más recurrentes con los que nos asocian, coincidan con los libretos comunes de formatos televisivos de las producciones colombianas que han sido éxito comercial en el mundo y que también conocemos como “narconovelas”.

Nuestras producciones masificadas en el mundo, constituyen el medio de información y formación colombiano por excelencia, a través de éstas, las sociedades se articulan con nuestra idiosincrasia y cultura. Y cómo no van a creer que adoramos al extinto jefe del Cartel de Medellín, Pablo Escobar, al punto que se considere que representa un Santo para nosotros; cómo no, si eso es lo que hemos vendido en cuanta novela y formato se les ha ocurrido a nuestros creativos y dramaturgos, al tiempo que como sociedad lo permitimos; y peor aún, lo vanagloriamos.

Mientras otras sociedades exhiben lo mejor de ellas, Colombia se encarniza exteriorizando lo peor, representando estereotipos sobre lo que no somos. Más allá que la guerra, el secuestro, las drogas, la prostitución y la trata de personas entre otros, sean una inocultable realidad social íntima con nuestra historia, hay muchas cosas más que vender de Colombia e ir transformando ese estigma que nos condena culturalmente.

Más allá de la imagen que rubricamos ante el mundo, debe también ocuparnos la apología al narcotráfico y prostitución, y en general al delito, que han arraigado principalmente en nuestra niñez y juventud las narconovelas, cuyos formatos nutridos de antivalores y fundados en el crimen, la mafia y la comercialización de la mujer, causan un retroceso en el verdadero libreto que, como sociedad, sobre el país hemos querido construir.

Como sociedad somos culpables, hemos callado. Nos indignamos con el extranjero que nos esculca o nos mira de reojo cuando salimos del país, o con el que nos mancilla con estereotipos de lo que no somos, más no nos ensañamos con quienes venden esa imagen de nosotros.

Por qué no le contamos al mundo a través de las novelas cómo hemos evolucionado, cómo Medellín ya no se caracteriza por sus cárteles sino por su pujanza, modernización e innovación; y así con las otras regiones que fueron cooptada por el narcotráfico en antaño. Contémosle que estamos logrando conseguir la paz, que pusimos en marcha un plan para la erradicación y sustitución de cultivos ilícitos, sobre cómo, con ayuda internacional de carácter institucional y económica estamos desarrollando un plan que a mediano plazo nos permitirá ser un país sin producción de drogas. Tal vez, éstos formatos no produzcan el lucro o el rating que generan el morbo, por lo que seguramente no resultará atractivo para nuestros canales y libretistas, pero contribuiríamos con responsabilidad social a transformar el modelo de sociedad inaplazable que nos aqueja.

Tenemos una vez más, la oportunidad histórica de iniciar el debate nacional sobre la forma en cómo los medios de comunicación emiten sus programas, amparados en la libertad de expresión y el argumento conveniente: “esa es nuestra realidad y no podemos negarla”. En sociedades proteccionistas no permiten ese tipo de emisiones que degeneran la imagen de sus congéneres, a eso aquí lo llaman censura, y a prostituir nuestra dignidad se le llama novela.

Si queremos desterrar la violencia en las calles y vencer ese estigma que nos avergüenza ante el mundo, debemos empezar desterrándola de la televisión.

Nota: aunque la imagen de cabecera no es propositiva ni elocuente con el mensaje del artículo, permite ilustrar y recordar la famélica forma cómo nos ven desde el extranjero. ¡Eso es lo que hay que cambiar!

Twitter: @soyjuanctorres

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