A tres meses de la partida del Carismático líder latinoamericano y entonces Presidente de la República Bolivariana de Venezuela Hugo Rafael Chávez Frías, es inevitable empezar a evaluar la fortaleza y el continuismo del esquema político y social basado en la ideóloga del Socialismo del Siglo XXI. De momento, se vislumbra una Venezuela polarizada marcada en dos grande mitades, constituyendo un clima de inestabilidad social y política, que en los últimos días ya se expande en la agenda internacional.
Chávez dejó estructurado el Proyecto Bolivariano para el próximo sexenio, dejó edificados los colectivos sociales y el poder popular que el mismo construyó a partir de las elecciones de 1998, debate que mereció el reconocimiento de los observadores electorales del Centro Carter en Estados Unidos, quienes calificaron la contienda electoral de ese entonces, como una autentica demostración de la democracia en acción y una revolución pacífica a través de las urnas y no de las armas. Este año Chávez ganó con el 56% de los votos y en el 2006 crecería el apoyo hasta casi el 63%.
En el frustrado intento golpe de Estado en el año 2002, ciento de miles de simpatizantes del chavismo se volcaron a las calles para protestar y exigir el regreso de Chávez. Intento de golpe enmarcado por fuertes protestas y una huelga general convocada por el sector productivo y comercial de Venezuela; promovida por los medios de comunicación privados. Algo similar se vislumbra en la proximidad, no obstante nos preguntamos si el pueblo respaldará a su presidente como en aquel 7 de abril o si el presidente podrá resistir esa gran huelga que sin uso del esquema militar y solo con carisma Chávez pudo contener.
El chavismo sin duda empieza a perder la hegemonía que lo caracterizó en los días de Chávez, un líder carismático y protagónico que abanderó la lucha para derrotar la pobreza, la desigualdad y la injusticia social; el individualismo y el egoísmo que son los antivalores sobre los cuales se sustenta el sistema capitalista y el despotismo neoliberal.
No obstante a que el chavismo conserve el control del parlamento y 17 gobernaciones, y no se pueda desconocer la ajustadísima y discutida victoria del Presidente Maduro; el espacio descontado de la oposición es una señal incontrastable que se avecina un cambio generacional, ello admite muchas lecturas de cara el porvenir. La primera de ella es admitir que el chavismo sin Chávez empezó mal. Maduro como candidato, puso en riesgo la hegemonía dogmática construida en 14 años y por ende la supervivencia del Proyecto Bolivariano.
La definición más exacta para justificar los 700 mil sufragios que perdió el chavismo el 14 de abril en elecciones atípicas, respecto del 7 de octubre del año pasado se atribuye a que “ Maduro no es Chávez”. Poco se sabía de Maduro, y suponíamos que el heredero y más llamado a la consolidación del Proyecto Socialista del Siglo XXI superaría las expectativas, profundizando en los aspectos del chavismo llamados a fortalecer: la urgente metamorfosis en una administración pública y Guardia Nacional permeada por la corrupción; la imperiosa necesidad de forjar por la unidad entre los venezolanos, donde esa otra mitad también sea importante, generando legitimidad en las decisiones del estado bajo las premisas de la confianza y el respeto. Como corolario de ello anterior, Maduro casi dilapidó el capital electoral de Chávez y, peor aún, ahonda el mar de dudas que embarga a los dos chavismo que ahora se asoman.
Si hay algo que Maduro no pudo heredar, fue ese formidable carisma y la habilidad política que le permitió a Chávez formar y mantener una alianza izquierdista que bullía con divisiones ideológicas internas, ni el intimo lazo personal de lealtad que Chávez estableció con millones de venezolanos que conformaron sus bases chavista, esa conexión que aún se mantiene viva desde el más allá entre el líder y su pueblo.
El caudillismo sin su caudillo, es como el Peronismo sin Perón. Corre el riesgo del colapso, la única vía de la continuidad del chavismo sin Chávez podría ser la capacidad de la coalición para mantenerse unida más allá de una promesa, sino por convicción. Sin embargo hemos visto como esa coalición empieza a resquebrajarse.
Cualquier juicio a los méritos y fracasos de Chávez se resume en el gusto o ideología política, sin embargo nadie puede negar que fuera un animal político duro de vencer, un gran líder carismático. Pero el carisma no se hereda, tampoco la inteligencia política. Con todo y su aparente rudeza y la falta de estilo o sutileza, Chávez sabía leer los tiempos, sabía cuándo y qué decir; sabía ser duro cuando era necesario y dialogar cuando lo ameritaba; y eso lo tiene claro incluso sus opositores.
Hizo tan bien la tarea Chávez que ganó su última elección después de fallecido; con solo nominar un nombre, cualquiera que hubiere sido. No obstante, esta palpable ese riesgo de división dentro del chavismo, al parecer por la falta de carisma de Maduro para mantener la coalición y el pueblo fiel a él. Prueba de ello el reciente audio donde Mario Silva, conductor del programa la Hojilla da razón de la manifiesta división.
Si bien es apresurado tratar de avaluar si las decisiones y acciones del Presidente Maduro han afectado el legado de Chávez, máxima cuando aún no cumple los 100 días de gobierno, reflexionar al respecto es una tarea urgente para los chavistas.