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Publicado el Alberto Donadio

Turkmenistán, la dictadura de un dentista

Tomado de elordenmundial.com

 

Turkmenistán, el país totalitario regido por un dentista excéntrico

Turkmenistán, el país totalitario regido por un dentista excéntrico
Fuente: Göran Höglund (Kartläsarn)

Turkmenistán es uno de los países menos democráticos del mundo. Los dos presidentes que ha tenido desde 1991 han impuesto cultos a su personalidad y decisiones tan excéntricas como prohibir la palabra “coronavirus”. Además, han declarado la neutralidad perpetua del país, reconocida por la ONU desde 1995. Aunque Turkmenistán cuenta con una de las mayores reservas de gas natural del mundo, su población sufre escasez de productos de primera necesidad y vive aislada del exterior.

En Turkmenistán las canas son un asunto de Estado. En febrero de 2020, los funcionarios de la provincia de Lebap se encontraron ante una nueva restricción: se les prohibía teñirse el pelo de negro. Lebap estaba a punto de recibir una visita oficial del presidente del país, Gurbanguly Berdimuhamedow, y este había dejado de ocultar sus canas. Si el líder de la nación decide lucir el cabello gris, lo único que les queda a sus súbditos, temerosos de perder sus puestos de trabajo, es seguir su ejemplo. Pero antes ocurría lo contrario: Berdimuhamedow se teñía el pelo y a los funcionarios les tocaba hacer lo mismo. Las canas no son más que un ejemplo del papel que juega el presidente en la vida privada de los turkmenos y en la política del país, centrada en el culto a la personalidad de Berdimuhamedow.

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Turkmenistán es uno de los países menos democráticos del mundo. El Índice de Democracia de The Economist lo situaba en 2019 en el puesto 162 de 167, por debajo de Arabia Saudí o de Libia, y la peor posicionada de todas las antiguas repúblicas soviéticas. Si una de las diferencias entre el autoritarismo y el totalitarismo radica en el grado de intromisión del Estado en la vida privada de sus ciudadanos, el incidente de las canas de Berdimuhamedow demuestra que Turkmenistán es un régimen totalitario.

Turkmenistán, la tierra codiciada 

Por el noreste, bordea a Kazajistán y Uzbekistán. Por el sureste, a Irán y Afganistán. Al oeste, se baña en el mar Caspio. Turkmenistán ha sido históricamente una frontera entre distintos imperios y un lugar de paso para comerciantes como parte de la Ruta de la Seda. Como todos los países de Asia Central, el nombre de Turkmenistán es un compuesto formado por el gentilicio de sus pobladores y el sufijo -stan, que significa ‘lugar de establecimiento o de parada’. A su vez, los turkmenos provienen de los turcos oguz, un pueblo túrquico formado por una veintena de tribus. La ascendencia oguz es lo que une a los turkmenos con, por ejemplo, los uzbekos o con las minorías túrquicas de los Balcanes y de China.

El pueblo turkmeno se conformó a partir del siglo X, al adoptar el islam suní. La ganadería trashumante y la agricultura eran sus oficios principales; más tarde se les sumó la tapicería. Hoy, la alfombra turkmena está representada en la franja izquierda de la bandera del país y fue declarada Patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Otro símbolo tradicional de Turkmenistán son los caballos Akhal-Teke, una de las razas más antiguas del mundo y una fuente de orgullo nacional. De hecho, las fuentes oficiales del país aseguran que Bucéfalo, el caballo de Alejandro Magno, fue un Akhal-Teke.

Más allá de los mitos, la historia de Turkmenistán estuvo condicionada por dos factores: la expansión de los imperios circundantes y el agua. En el siglo XVIII el lago Sarikamish, en cuya orilla vivía el pueblo turkmeno, empezó a evaporarseporque el cauce del río que lo nutría, el Amu Daria, se desvió hacia el mar de Aral. Esto forzó a la población a trasladarse al sur, expandiendo su territorio y asentándose finalmente en el actual Turkmenistán.

Turkmenistán es rico en gas y petróleo, aunque la mayor parte del país es desértica.

En el siglo XIX Asia Central se convirtió en una zona disputada entre dos imperios: el ruso y el británico. El primero buscaba expandirse hacia el sur y el segundo reforzar su dominio del sur de Asia penetrando desde la India, en una competición conocida como el Gran Juego. La región del Turkestán, que comprende las actuales Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán, parte de Afganistán y la región china de Sinkiang, se encontró en el epicentro de las aspiraciones imperialistas. En 1881, el Imperio ruso concluyó su expansión conquistando la región de Transcaspia, en la que hoy se encuentran Turkmenistán y parte de Kazajistán.

Desde entonces, la suerte del pueblo turkmeno estuvo ligada a Rusia. Tras la revolución bolchevique de 1917, la guerra civil rusa y la fundación de la URSS, la región se convirtió en una de las Repúblicas Autónomas Socialistas de la Unión Soviética bajo el nombre de Turkestán. Pero la república del Turkestán era demasiado grande y en 1924 fue dividida en cuatro territorios, entre ellos la nueva República Socialista Soviética de Turkmenistán. Era la primera vez en la historia que el nombre de “Turkmenistán” aparecía en el mapa.

Como parte de la URSS, Turkmenistán se enfrentó a la colectivización. Esta política soviética, por la que la mayor parte de las tierras pasaban a ser administradas por el Estado, causó hambrunas y represión en todas las repúblicas. Pero afectó a Turkmenistán de una forma particular, porque, al igual que la tierra, los campesinos tenían que ceder la propiedad de los animales de granja. Este hecho fue dramático para el pueblo turkmeno, que consideraba a los caballos miembros de familia. La colectivización llevó al borde de la desaparición a la raza Akhal-Teke, y la prohibición de poseer caballos no fue revertida hasta 1986.

La cuestión religiosa supuso otro revés para el Turkmenistán soviético. A partir de los años veinte, la URSS intensificó su política contra el islam, cerrando mezquitas y prohibiendo fiestas religiosas. Al igual que en otras repúblicas soviéticas centroasiáticas, Moscú impuso que los turkmenos abandonaran el alifato por el alfabeto latino y poco después por el cirílico —tras la independencia Turkmenistán volvió a adoptar el alfabeto latino en 1993—. Con todo, estas políticas no consiguieron erradicar la religión de la vida privada. Hoy, el 93% de los turkmenos profesan el islam.

El presidente y su dentista

Tras la caída de la URSS, Turkmenistán se convirtió por primera vez en un Estado independiente. Lo hizo a su pesar: fue la república que más a favor se mostró de mantener la URSS en el referéndum de 1991, con un 98% de los votos. Pese a ello, la independencia llegó poco después, dirigida por Saparmyrat Niyázov, que llevaba en el poder desde 1985. Niyázov había sido el máximo mandatario del Partido Comunista en Turkmenistán durante la URSS y en 1992 se convirtió en su primer presidente en unas elecciones en las que era el único candidato. Repitió esta victoria electoral sin alternativas dos años más tarde, y luego se convirtió en presidente vitalicio. Pero podría no haberse quedado ahí: a mediados de los noventa, barajó la opción de cambiar su cargo por “sah”, el equivalente persa de rey. A los cargos políticos, Niyázov sumó en 1993 un apodo oficial: Türkmenbaşy, el líder de todos los turkmenos.

Niyázov impuso un culto a su personalidad. Los billetes de la moneda turkmena, el manat, incorporaron la cara del Türkmenbaşy, y se le construyeron decenas de estatuas. Además, el presidente se erigió en un adalid espiritual. Escribió un libro en el que narra y ficciona la historia del pueblo turkmeno, transmite los valores del país y explica a sus lectores en qué consiste el sentido de la vida. Le dio el nombre de Ruhnama o “el Libro del Alma”. El Ruhnama se estudiaba en los colegios y todos los turkmenos tenían la obligación de conocerlo al detalle. No fue el único legado de Niyázov. En 2002, cambió los nombres de los meses y de los días de la semana. El calendario turkmeno se llenó de nombres de héroes nacionales, septiembre pasó a llamarse Ruhnama y abril recibió el nombre de la madre del presidente, Gurbansoltan.

Otras reformas fueron más trascendentales para la población: Niyázov eliminó las pensiones para los agricultores jubilados y cerró los circos y las óperas al considerarlas incompatibles con los valores nacionales turkmenos. También instauró un sistema masivo de subsidios bajo el que el agua, la sal y la energía eran gratuitos. Durante el mandato del Türkmenbaşy, menos del 1% de los habitantes del país tenía acceso a internet. El régimen impuso la censura y el control de los medios de comunicación para evitar críticas y limitó la movilidad de los ciudadanos por el país.

Niyázov pretendía retirarse en 2009, tras veinticinco años en el poder, pero un paro cardíaco puso fin a su mandato en 2006. Dos meses después de su muerte se celebraron las primeras elecciones en la historia del país en la que hubo más de un candidato, aunque todos pertenecían al Partido Democrático de Turkmenistán, el único permitido. A pesar de este aparente tributo a la democracia, la OSCE —que monitorizó los comicios— consideró que no fueron más que una simulación de unas elecciones plurales y libres.

El ganador de las elecciones fue Gurbanguly Berdimuhamedow, el antiguo dentista y más tarde colaborador político de Niyázov. Berdimuhamedow había sido ministro de Sanidad y vicepresidente en el Gobierno de Niyázov y, a falta de un sucesor claro, fue elegido para ejercer de presidente en funciones tras la muerte del Türkmenbaşy. La primera victoria electoral de Berdimuhamedow se saldó con el 89% de los votos, aunque mejoró este resultado en los comicios de 2012 y 2017 con un 97%, un porcentaje más cercano a los que en su momento conseguía Niyázov.

Berdimuhamedow se enfrentó al culto a la personalidad del líder anterior: derribó estatuas, revocó la reforma del calendario, levantó la obligación de aprender el Ruhnama de memoria y eliminó la cara de Niyázov de los billetes. Pero no lo hizo movido por un afán democratizador, sino por el deseo de eclipsar a su predecesor: volvió a erigir estatuas doradas, pero esta vez a su propia imagen.

Estatua dorada de Niyázov en Asjabad que gira sobre su eje para estar siempre orientada hacia el sol. Fuente: Wikipedia

El nuevo presidente prohibió cambiar el nombre a un caballo o circular en coches de color oscuro, porque podría traer mala suerte. También se ha dedicado a la escritura, pero, a diferencia de Niyázov, ha apostado por la cantidad: hasta la fecha, Berdimuhamedow ha publicado 53 libros, principalmente de temática histórica o autobiográfica. Otra afición del líder turkmeno es la música: una de sus canciones fue incluida en el libro Guinness por ser interpretada simultáneamente por más de 4.000 personas. Cuando no gobierna, canta o escribe, el excéntrico Berdimuhamedow participa en carreras de coches y de caballos.

Aunque el acceso a Internet aumentó tras la muerte de Niyázov hasta llegar al 14% de la población, está muy controlado por el Gobierno, al igual que los medios de comunicación. Turkmenistán está en el penúltimo puesto en el Índice de Libertad de Prensa de Reporteros sin Fronteras, tan solo por delante de Corea del Norte. La libertad de expresión se encontró ante un nuevo límite en 2020: Berdimuhamedow ha prohibido la palabra “coronavirus”. Gracias a ello, no hay datos oficiales acerca del impacto de la pandemia en el país. Esta política no es nueva: durante la era de Niyázov también se prohibió hablar del cólera y el sida.

La neutralidad perpetua de Turkmenistán

La política exterior de Turkmenistán es única en el mundo: ha decidido ser perpetuamente neutral, como reconoció en 1995 la Asamblea General de las Naciones Unidas en una votación unánime. El mismo año, Turkmenistán se adhirió al Movimiento de Estados no Alineados, un foro creado en 1961 cuyos países rechazaban unirse a alguno de los dos bandos de la Guerra Fría. En virtud de esta neutralidad, Turkmenistán se compromete a no participar en alianzas militares, evitar la guerra y promover el desarrollo económico en la región. La neutralidad perpetua figura en la Constitución turkmena como la base de su política nacional y exterior y también aparece en las primeras estrofas del himno. El Día de la Neutralidad, celebrado el 12 de diciembre, es uno de los festivos más importantes del país.

La apuesta por la neutralidad tiene su origen en el contexto geopolítico de Turkmenistán. Al igual que otras repúblicas postsoviéticas, llegó a la independencia sin infraestructuras suficientes para romper los lazos con Rusia: hasta 1997, el único gasoducto que pasaba por Turkmenistán estaba dirigido a ese país. Pero el Gobierno turkmeno no deseaba estrechar los vínculos con Moscú. De hecho, fue el único país postsoviético de Asia Central que no firmó en 1992 el Tratado de Seguridad Colectiva, la alianza militar entre países de la antigua URSS liderada por Rusia. Además, Turkmenistán comparte frontera con Afganistán, con el que estuvo en guerra, como parte de la URSS, entre 1979 y 1989. Está, por tanto, geográficamente atrapado entre dos antiguos adversarios, por lo que conoce bien el valor de la paz.

Así, Turkmenistán fue uno de los pocos países en establecer relaciones diplomáticas con el Gobierno talibán de Afganistán, y las mantuvo, aunque a un menor nivel, tras el atentado del 11S. En la actualidad, el Gobierno turkmeno se acerca cada vez más a China, aunque su neutralidad perpetua le permite mantener sus actividades económicas al margen de los vaivenes de la política internacional. Las relaciones con Rusia, por el contrario, empeoraron tras la caída de la URSS, cuando Turkmenistán empezó a buscar otros socios comerciales, pero esta tensión ha disminuido en los últimos años.

Y es que Turkmenistán necesita asegurarse buenas relaciones con sus vecinos, porque de poco le sirve tener una de las mayores reservas de gas natural del mundo sin rutas para exportarlo. En la actualidad, la red de gasoductos conecta a Turkmenistán con Irán, Rusia, Uzbekistán, Kazajistán y China. Otro tramo en construcción llevará el gas turkmeno a Afganistán, Pakistán y la India, y se negocia la apertura de nuevas vías hacia la Unión Europea a través del mar Caspio. Con todo, el 79% del gas turkmeno se exporta a China, uno de los socios comerciales más importantes de Turkmenistán.

El sector industrial supone la mitad del PIB del país, que también es un productor importante de petróleo. Pero apenas existen empresas privadas —8.000 en 2016—  y el Estado controla prácticamente todas las actividades económicas. Aun así, el Gobierno fomenta la participación de empresas extranjeras en el sector de los hidrocarburos, y la inversión extranjera directa supone el 4,87% del PIB turkmeno. El Índice de Libertad Económica sitúa a Turkmenistán en el puesto 170, con una puntuación similar a la de Argelia o Bolivia.

China es el principal destino de las exportaciones turkmenas, que en su mayor parte son gas o petróleo. Fuente: OEC

La riqueza energética de Turkmenistán se traduce en uno de los valores más altos de la región del PIB per cápita, 7.000 dólares en 2018, por encima de Irán, Uzbekistán o Tayikistán. Pero Turkmenistán también tiene una población muy inferior a la de sus países vecinos. Además, es uno de los Estados más corruptos del mundo. No hay datos oficiales actualizados sobre la desigualdad o el paro, y ni siquiera hay certeza sobre el número real de habitantes, que se estima en torno a los seis millones, o la composición étnica del país.

Mientras tanto, los turkmenos sufren escasez de productos básicos como la harina o el pan. La escasez se ha agravado durante la pandemia, y algunas regiones han impuesto racionamientos. Esto se suma a la retirada gradual de subsidios estatales para el consumo energético, agua y sal. El hermetismo del régimen deja pocas salidas a los turkmenos ante la subida generalizada de precios: la ley sobre la emigración es cambiante y opaca. En la última década, el Gobierno ha establecido “visados de salida” para abandonar el país, listas negras de viajeros o la prohibición de emigrar para los jóvenes, para evitar la pérdida de mano de obra. Aun así, se estima que dos millones de turkmenos han abandonado el país desde 2008.

La sucesión anunciada

La democracia no termina de encajar en Asia Central. Aunque Turkmenistán es el caso más grave, la tónica general de la región está marcada por los regímenes personalistas, la corrupción, las violaciones de los derechos humanos y la falta de transparencia. En ese aspecto, Turkmenistán marca la tendencia para sus vecinos. En 1994, Niyázov fue el primer dirigente de la región en prorrogar, mediante un referéndum, su mandato por cinco años más. Al año siguiente, los líderes de Kazajistán y Uzbekistán siguieron su ejemplo. En 2016, Turkmenistán eliminó el límite de mandatos presidenciales, como más tarde hizo Tayikistán.

No parece que Turkmenistán pueda convertirse en una democracia en el futuro cercano. Berdimuhamedow tiene hoy 63 años en un país en el que la esperanza de vida para los hombres es de 64. Es por eso por lo que la sucesión es una de las incógnitas políticas más importantes del país. Probablemente el siguiente presidente será el hijo de Berdimuhamedow, Serdar, de 39 años. A falta de confirmación oficial en un país que no suele ofrecerlas, el presidente prepara a su primogénito para la sucesión dándole cargos importantes y ordenando construir para él una nueva ciudad. Si nada cambia, el pueblo turkmeno no será quien escoja a su futuro líder.

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