Escribe María Teresa Fernández:—
Santos se ha inflado apoyado en el poder creciente del apellido y del cargo presidencial… Y desde luego que el premio Nobel no le correspondía para nada… y es un absurdo histórico, añadido a nuestra historia nacional: premios y reconocimientos anticipados, que no se han merecido, negociados y palanqueados por su círculo de embajadores más cercanos en Europa…ante unos tontarrones e izquierdistas suecos. Un premio que sobrevaloró las intenciones antes de evaluar los resultados concretos. Un premio notoriamente inmerecido. Y absurdo, porque tampoco hubo paz. Esos premios de estímulo y consolación se le entregan, a veces, en la academia, a los más disminuidos, a los menos capaces, a los reconocidamente torpes. Y no tienen el tamaño de un Premio Nobel, sino apenas de una colombina o un dulce de consolación.
La corrupción de este país es desoladora, muy destructora y amarga.