Unidad Investigativa

Publicado el Alberto Donadio

Naufragios y otras derivas, por Rosa Bernal

Publicamos este cuento de Rosa Bernal

 

Naufragios y otras derivas

Rosa Bernal

Dos días atrás había visto llegar El Gloria, el buque insignia de la armada nacional, con sus
velas desplegadas, en una mañana caribeña de cielos azules y cantos de palomas. Al
asombro de su llegada se había sumado la curiosidad de visitar la sala del almirante en la
que según Carlos, colgaban unos cuadros de Pedro.
La mañana del domingo parecía menos ventosa que la del dia anterior y en el mar no se
veían crestas blancas. Las aguas frente a mi casa tampoco estaban agitadas y el baño en
el mar no había dejado ninguna huella de malestar.
Zarpamos de la bahía de Town y cuando Cyndee propuso que fuéramos a ver El Gloria de
cerca, sentí que su ilusión se alineaba sutil con mi deseo. Riviére, mi amigo sabio y
borrachín, me había dicho muchas veces: Lots of courage and plenty faith, y su credo se
había ido asentando lentamente en mi corazón. Las olas eran suaves en la bahía y Dani,
mi amigo navegante, bendijo nuestro zarpe. A pesar de la insistencia, no nos acompañó.
Tenía una cita más amable en su día de descanso y los ruegos no despistaron su brújula.
Entendimos rápido que el viento nos llevaría veloces hacia la zona de fondeo número 3
donde se divisaba El Gloria. Todo en ella era majestad a pesar de sus velas recogidas en
los tres mástiles.
Comencé a sentir la fuerza de las olas y el viento al dejar el resguardo de la bahía. Cuando
la gringa lo verbalizó y expresó algo parecido al temor, respondí que estábamos
cumpliendo su voluntad. Fué la primera vez que rió de risa nerviosa y estridente.
Un chubasco ligero ocultó totalmente nuestro objetivo. Todo fue blanco, lácteo. Y cuando
reapareció en el horizonte, El Gloria me hizo pensar en un buque fantasma. La navegación
era atenta. Un juego cerrado de timón y de vela. Mi emoción, grande.
Por primera vez estaba a cargo del velero en un mar exigente. (Ya había estado en esa
zona pero en otras condiciones meteorológicas.) Solo que en ese domingo iba
acompañada de un par de gringos, viejos lobos de mar, con una experiencia de vida
marítima incontestable.
Cuando las olas se hicieron más grandes, pienso ahora, Marcus relató su peor noche en el
mar. Un velero de 42 pies, mono quilla. Viajaban por las aguas de las islas Marshall con un
par de jóvenes inexpertos. A los primeros embates, éstos corrieron a esconderse en la
panza de la embarcación dejándolos a ellos frentear la tormenta. Eran tan altas las olas
que parecía que el barco se hundía en un precipicio al desplomarse de la cresta de las
aguas. “Noche negra“, describía Marcus, mientras nuestro mediodía de domingo pasaba
del gris a los azules.
Yo estaba tan henchida de emoción, una mezcla de fascinación ante mi control del timón y
de las maniobras y de tensión de adrenalina, que no tuve ojos para contemplar la nave.
Apenas alcancé a divisar un par de marineros en cubierta pero se me escapó la visión del
buque. En algún lado había un amarillo que inmediatamente fue borrado por la tensión del
esfuerzo de rodear El Gloria. Volvió a sonar la risa histérica de Cyndee. Un giro a la
izquierda, posicionar el hobie hacia el Este y cabalgar unas olas muy grandes pero más
suaves en dirección a Alan Bay, la bahía amada de Simón González, el intendente loco y
visionario de las islas cuando esto era casi territorio de nadie. Islander land.
Cyndee me preguntó si quería pasar el mando a Marcus. En modo casi automático dije
que no pero la conciencia me alcanzó para preguntar si estaba siendo irresponsable.
Según Marcus, todo iba bien. Ya parecía haber pasado lo más difícil, lo hacía bien,you’re
doing ok, y él no tenía experiencia reciente en veleros deportivos, menos en catamaranes.

Su aliento me tranquilizó a pesar de que las maniobras seguían exigiendo una atención
cerrada. Les comuniqué mi decisión de dejar el velero en la bahía del frente. No intentar
un regreso hacia el Norte.
Marcus estaba a cargo del cabo de la vela. Yo llevaba el timón. Intentamos girar contra el
viento pero perdimos el impulso y quedamos quietos a unos 600 metros de la costa.
Volvimos a buscar la fuerza del viento para dar el bordo. Un viento de golpe seco encontró
la vela cerrada y nos desplomó sobre el agua. Para mi la caída fue en conciencia total, casi
de cámara lenta. Pensé en mis brazos, la cabeza, la cadera, cada miembro en contacto sin
golpes contra el agua. Control y levedad en medio de la pérdida de control y del impacto.
Sacar la cabeza del agua. Buscar los compañeros. – ¿Todo bien? Y si, todo bien. Ánimo,
adelante, a recuperar la compostura. Cyndee y su risa. Marcus, callado y activo.
Sorprendía que el mástil y la vela se hubieran hundido y que las quillas del hobie miraran
hacia el cielo. Algo anómalo había sucedido con el flotador del mástil que normalmente
garantiza la flotación de la vela en superficie. La masa azul y verde de la isla se sentía
cercana. Imaginé que podría nadar a tierra.
Nos ocupamos del bote. Iniciamos maniobras con cuerdas y cabos para obligar al
catamarán a dar la vuelta. Cada uno intentó descolgarse del cabo frontal pasado por la
base del mástil. Jalar de la vela. Sacarla del agua. Marcus lamentaba su falta de fuerza. La
vejez. “Damn’ it. Shit“. Muchas imágenes y sensaciones. La más sorprendente, la calma
interior.
Estar en compañía sólida me daba seguridad. Cyndee a ratos reía. Se excusaba. I don’t
know why I laugh. Fue hábil subiéndose al trampolín y jalando la vela fuera del agua. Tiró
del barco hacia el cielo. Logramos izar un pontón sobre nuestras cabezas. Gran avance.
La corriente era fuerte. Las olas nos fueron arrastrando hacia Occidente y hacia el Sur. La
Nicaragua temida. En media hora ya estábamos a dos millas de la costa. Nos habíamos
acercado a la zona de San Felipe, Lazy Hill, el SurOeste de Providencia. Cyndee pedía un
plan. What’s the plan? Y yo: Por favor, cuál plan?!! Please!
El reloj seguía de parte nuestra. Era temprano aún. Habria suficiente luz por muchas
horas. Alguien nos tendría que ver desde la isla. Intentamos un par de gritos de socorro.
Recordé el tratado de la lucha inútil de la Yourcenar y lamenté no tener un pito a bordo. El
Gloria era lejano y ajeno. Las aguas se movían. No había aletas tiburonescas que pudieran
preocupar. Yo miraba hacia el centro. En todas las direcciones, en realidad. Algo me decía
que llegarían por nosotros ya que no podíamos poner de pie el velero. Good courage and
plenty faith. Marcus nadó hacia el extremo del mástil que ya flotaba sobre el agua y notó
la abolladura en el flotador. Fuimos entendiendo, pero seguiamos en el mar. La isla se
hacía más lejana. El agua era tibia. La hora buena para la esperanza.
La ayuda de la lancha de la Armada fué eficaz y rápida. La alegría y el alivio me inundaron
al verlos aparecer. Una mancha pequeña llegando desde el centro. Yes! Plenty faith!
Los muchachos del guarda costas eran bellos y sin las sombras del tiempo. En su informe
hablaron del rescate de tres adultos mayores, un colombiano y dos estadunidenses.
Hablaron de naufragio y de vidas salvadas. Cyndee se avergonzó de ser parte de las
noticias del litoral. En sus largos años de mar habían socorrido a otros; nunca habían
necesitado ayuda.
Alguien dijo que siempre hay una primera vez. En la muerte sólo hay una. Una única vez.
En cambio tenemos tantas vidas.

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