Unidad Investigativa

Publicado el Alberto Donadio

La vida útil de un corrupto

Este artículo fue escrito por Juan Sebastián Serrano Soto:—

MEMORIAS DE UN CORRUPTO SIETE VIDAS

 

Eduardo Zambrano Caicedo, el empresario capturado hace unos días por el escándalo de Odebrecht, tiene un pasado delincuencial que se remonta a la crisis financiera de 1982. 

¿Cuál es la vida útil de un corrupto? ¿Cuánto tiempo puede pasar de agache una persona dedicada al vicio de engordar sus cuentas encadenando una trampa tras otra? Eduardo Zambrano Caicedo, capturado hace unos díaspor el escándalo de Odebrecht, tiene méritos para ser uno de los corruptos más longevos de Colombia. Ni siquiera hay que denominarlo “presunto”: acaba de confesar que era uno de los engranajes entre el estado y la constructora brasileña para el pago de sobornos. Queda por demostrar si merece estar no sólo en una celda de La Picota sino también en el listado de los delincuentes de cuello blanco con la carrera criminal más prolongada.

Su debut se remonta a finales de 1978, días tan remotos si se piensa que en Colombia regía entonces el Estatuto de Seguridad de Turbay y la selección de fútbol apenas sumaba una participación en los mundiales en toda su historia –el de Chile 62—. Zambrano Caicedo antes de antes de dedicarse a la intermediación de coimas fue banquero en tiempos en los que en la banca campeaban sin freno muchos personajes sin escrúpulos. El desorden general en el sector y la laxitud de las autoridades permitió durante años que algunos banqueros aprovecharan los dineros captados al público como alcancía sin fondo para sus negocios privados y sus caprichos de magnates. No había Odebrecht y el narcotráfico estaba apenas en sus albores, pero hubo quienes encontraron en las malas artes financieras un atajo tan expedito como efectivo para recortar la brecha entre el bolsillo y el apetito. El pionero de aquella tradición de engorde ominoso fue Jaime Michelsen Uribe, alias El Águila, un nombre y un apodo que ya no dice nada a muchos pero que en su momento fue sinónimo inapelable de poder y prestigio.

El Águila, contertulio de presidentes y dueño de más de cien empresas según los cálculos más conservadores (Banco de Colombia, Cinecolombia, Granahorrar), no fue el único que edificó su emporio en los setentas y ochentas sobre la base de exprimir los recursos de su clientela. Con el estallido de la crisis financiera en 1982 salieron a flote otros nombres que habían reproducido en menor escala su modelo. Eduardo Zambrano Caicedo  fue uno de ellos. Como vicepresidente del Banco del Estado y brazo derecho de Jaime Mosquera, su presidente,  participó en una operación ilegal que parece extraída del guion de una comedia.

La historia es esta: en diciembre de 1978 el Banco del Estado requería un aumento de capital. En vez de inyectarle nuevos recursos, como supone la teoría que debe efectuarse en esos casos, sus directivos hicieron lo que hacían muchos banqueros “heterodoxos” en aquella época: decretarse un autopréstamo. Es decir, tomar prestado el dinero depositado por los ahorradores de su banco y utilizarlo ellos mismos para comprar la nueva emisión de acciones. Como no produce una riqueza real, sino apenas un espejismo de aumento de capital, aquello era una operación que estaba prohibida en el sistema bancario. Es como si frente a un paciente urgido de una transfusión, el médico tratante resolviera extraerle un litro de sangre del brazo izquierdo para a continuación administrárselo en una vena del derecho.

Para camuflar la maniobra los banqueros solían recurrir al testaferrato: prestarle al hijo, a la esposa, o crear sociedades de papel en nombre de subalternos para que fueran estos quienes figurasen nominalmente como los titulares de la nueva canasta de acciones. Pero en el caso del Banco del Estado, Zambrano Caicedo y el resto de conchabados apelaron a otra fórmula de encubrimiento: hicieron un préstamo con unos ganaderos del Cauca por cincuenta y tres millones de pesos. Estos, a su vez, se encargaron de comprar un lote de reses por idéntico valor a una compañía cuyo dueño era uno de los accionistas del Banco del Estado.

La pantomima fue descubierta por la Superintendencia Bancaria y sancionó al banco con una multa (entonces el autopréstamo no era delito como lo es ahora; tan sólo una irregularidad administrativa). Sin embargo, tres años más tarde la Unidad Investigativa de El Tiempo liderada por Daniel Samper, Alberto Donadío y Gerardo Reyes descubrió que no sólo la compraventa era simulada sino que lo supuestos ganaderos que habían servido para canalizar el autopréstamo ni siquiera existían. Los directivos del banco habían suplantado la identidad de un puñado de personas –dos choferes, un plomero, una secretaría, entre otras—, creándoles sin su consentimiento carpetas como clientes del banco y estampando sus firmas en unos pagarés donde éstos se comprometían a pagar unas sumas de dinero que nunca habían pasado por sus manos. El mismo día que El Tiempo publicó en primera plana la noticia de la treta, las sucursales del banco se atestaron de clientes  quienes, agarrotados de pánico, querían salvar sus ahorros de las manos de unos estafadores. Es la única vez que una investigación periodística ha ocasionado la quiebra de una entidad financiera en Colombia. La noticia incluso fue registrada por el New York Times.

banco del estado pagarés ficticios

Tenemos, pues, los dos extremos del prontuario del señor Eduardo Zambrano Caicedo: el despunte de su carrera en las trampas financieras y su veteranía como intermediario del departamento de coimas de Odebrecht. Sobre el resto de la madeja, es poco lo que sabemos. Se dice que después del derrumbe del Banco del Estado cavó su escondite en Brasil y Ecuador, esperando un tiempo que las aguas se calmaran para aletear de nuevo. Según un artículo escrito por el periodista Alberto Donadío, la policía brasileña lo acusaba en 1987 de lavar dinero para la mafia. El exbanquero se reencauchó como contratista del estado y, de acuerdo con lo que ha trascendido, descubrió allí una nueva veta de enriquecimiento a costillas del delito.

Ahora que ha salido del circuito criminal por cuenta de las delaciones de la constructora brasileña, y ya que al parecer está colaborando con la Fiscalía, qué bueno sería que se dedicara a contar su historia; que con la ayuda de alguien levantara la bitácora de sus cuarenta años en el mundo del hampa. Podría verlo como una nueva forma de capitalizar la impunidad de la que ha gozado todo este tiempo y sacar un mínimo provecho durante este impase judicial. El título se lo regalo: Memorias de un corrupto siete vidas.

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