Unidad Investigativa

Publicado el Alberto Donadio

Germán Castro Caycedo RIP

Reproducimos esta crónica de Juan José Hoyos publicada en El Colombiano

LA PASIÓN DE CONTAR

Juan José Hoyos

Lo conocí hace más de 30 años, cuando dejé mi oficio de periodista en el diario El Tiempo para regresar a la Universidad de Antioquia con el sueño de  contar la historia de los reporteros olvidados de mi país que consumieron sus vidas escribiendo crónicas y reportajes.

Él era hijo de esa tradición, pero estaba lejos de haber sido olvidado. Era el periodista vivo más importante de Colombia. Hablo de Germán Castro Caycedo. 

Desde un comienzo nos juntaron muchas cosas: nuestro oficio, una larga amistad y, sobre todo, la pasión común por averiguar la historia del periodismo narrativo en nuestro país. “La historia de nuestros padres”: así los llamábamos. La nuestra fue una conversación que todavía no acaba, en la que también compartimos muchas historias de su vida. La que más recuerdo es la del 10 de febrero. 

Su padre, Alejo Arturo Castro, era un secretario de un juzgado que llegó a Zipaquirá huyendo de la violencia. Un desterrado, decía él. Allí se casó con Helena Caycedo. Los dos eran unos lectores impresionantes. Germán creció en esa familia leyendo los periódicos y los libros que su padre llevaba a la casa. Un día, su padre y su madre se separaron y él jamás volvió a tener noticias suyas. El viejo dejó casi todos sus libros en la casa. Solo se llevó los que más quería.

Después de haber trabajado durante más de 30 años como reportero y de haber publicado muchos de sus libros, Germán aceptó dirigir un noticiero en Radio Santafé, una de las emisoras más populares de Bogotá. Allí acostumbraba, con su propia voz, hacer una pequeña crónica dedicada a los acontecimientos de la historia ocurridos años atrás, el mismo día.

Un 10 de febrero, dedicó la crónica al atentado contra el General Rafael Reyes, presidente de Colombia, ocurrido en 1906. Todos los datos los tenía en su memoria, pero no recordaba en qué libro los había leído. Su narración fue dramática, como los hechos, y paralizó a la audiencia durante un buen rato.

Apenas terminó el noticiero, Germán recibió una llamada desde la portería. El vigilante le dijo que en la puerta había un señor que necesitaba hablar con él: “Dice que es su padre”. Él no creyó. Sin embargo, dio la orden de que lo dejaran entrar. Dos minutos más tarde, Alejo Arturo Castro, apareció en carne y hueso frente a su escritorio. Llevaba un paquete debajo del brazo. Germán gritó: ¡Papá! Alejo dijo: ¡Mijo! Los dos se abrazaron, llorando. Hacía más de 40 años que no se veían.

Luego, Arturo dijo, desenvolviendo el paquete: “Mijo, este es el libro. Usted lo leyó en la casa cuando vivíamos juntos”. Y le entregó un ejemplar de “El diez de febrero”, el libro que el General Reyes mandó imprimir en 1907, para conmemorar el aniversario del atentado: el primer gran reportaje escrito en Colombia en el siglo XX. Desde entonces, padre e hijo jamás se separaron hasta el día en que el viejo se murió.

Dicen que la muerte convierte nuestra vida en destino. El de Germán fue ser el periodista que escribió las historias más bellas y reveladoras sobre la agitada vida de nuestro país durante las últimas décadas del siglo XX y las primeras del siglo XXI.

Copio las palabras de su esposa, la periodista Gloria Moreno de Castro, para contarme lo que siente frente a su muerte: “un profundo vacío imposible de llenar…” Yo siento lo mismo. Además de sus libros, solo me quedan de Germán bellos recuerdos, su amistad, su ejemplo, sus principios y su calidad humana y de escritor. Y, como ella, “sé que a partir de estas pistas que fue dejándome a lo largo de su vida, yo podré seguir recorriendo la mía”.

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