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Publicado el Alberto Donadio

Cien años cumple el embajador Enrique Arrieta Lara

Publicamos, del doctor José Joaquín Gori Cabrera:

Embajador ENRIQUE ARRIETA LARA

 

Cuando la diplomacia latinoamericana llegó a sus mas altas cumbres tras la Segunda Guerra Mundial, se forjaron en este Continente una pléyade de diplomáticos de escuela, rígidos y estólidos, cultivados en disciplina y ciencia, funcionarios a más no poder, esencia de la buena y sana burocracia. No tenían semejanzas en lo físico ni en sus talantes,  eran personalidades circunspectas y complejas – como lo son por regla general las personas talentosas – pero tenían todos un común denominador, que era el respeto por su profesión, la vocación de servicio y el celo por los intereses de su país, un celo que los llevaba a comprender que la diplomacia era el instrumento que mejor conciliaba intereses opuestos, y que permitía a quienes tenían que enfrentarse desde bandos distintos encontrar soluciones imaginativas, buenas y fértiles, siempre pacíficas y siempre equilibradas.

 

El embajador Enrique Arrieta Lara pertenece a ese selecto grupo de diplomáticos colombianos que descollaron en aquellas épocas en que se cimentaba el sistema panamericano y cuando nuestro Continente lideraba el desarrollo del derecho internacional público y privado. La Cancillería tuvo el privilegio de contar con un elenco brillante de servidores que le imprimieron al despacho de relaciones exteriores un aura de tradicionalismo y austeridad, decoro y respetabilidad, y el embajador Arrieta Lara era uno de aquellos singulares elementos.  La representación internacional de la Nación estaba en dignas y eficientes manos. Alguna vez el entonces Canciller Turbay exclamó jubiloso “es que nos elogian hasta la mecanografía”.

 

Este 9 de mayo cumple los cien años el embajador Arrieta. Hace ya algunos años tomó el testigo como decano de la diplomacia colombiana y mis cálculos me indican que probablemente sea el decano universal de los diplomáticos profesionales. Los diplomáticos de la vieja guardia eran longevos y los latinoamericanos han superado a sus colegas de otras latitudes en edad y experiencia. La Cancillería de San Carlos adquirió su estructura y tradiciones gracias al empecinado elenco de servidores de los que el embajador Arrieta fue uno de sus grandes generales. Su brillante trayectoria en el servicio diplomático merece todos los homenajes que la patria le pueda ofrecer. El Grupo de San Carlos, una cuasi secta dirigida con la más exquisita etiqueta por la embajadora Ninón Millán,  se ufana de contarlo entre sus miembros. El embajador Arrieta siempre personificó al funcionario ejemplar. Era recto, en cierta forma implacable, obstinado y al tiempo flexible, como gran diplomático que siempre ha sido, extraordinariamente disciplinado, una figura siempre respetada por sus conocimientos y mas que nada por la dirección que siempre le imprimió a todo el andamiaje administrativo de la Cancillería de San Carlos. Fue el servidor que toda entidad necesita, el relojero mayor, el que se conocía todos los entresijos del ramo, que se encargaba de que todo funcionara como un mecanismo de relojería suiza. Fue el estandarte del funcionario idóneo y versátil, del servidor respetado y respetable, la autoridad en los ramos consular y administrativo, el que sabía como es el maní, como se dice en vernáculo. Sus directrices a las misiones en el exterior adquirieron cierta naturaleza épica. Cuando necesario, eran dinamita. Pero así se respetaban y recuerdan con nostalgia. Fue y será un vivo ejemplo para las futuras generaciones de diplomáticos colombianos.

 

El embajador Arrieta cumplió fiel y lealmente con el juramento del servidor público. ¡Que Dios y la patria se lo reconozcan!

 

JOSÉ JOAQUÍN GORI CABRERA

 

Bogotá, 9 de mayo de 2021

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