La ONU es hija de la postguerra, cuando el poder en el mundo, se expresaba en términos de poderes nacionales. Era un mundo de naciones, cuyo número aumentaba con la descolonización en curso mientras la Guerra Fría, entre los dos bandos victoriosos en la Segunda Guerra Mundial, que ahora luchaban por ampliar, consolidar y defender sus áreas de influencia económica, política
e ideológica; Capitalismo (“occidente”) y Socialismo (“oriente”), enfrentados en una lucha por el poder político y económico, controlando mercados, materias primas, inversiones y fuerza de trabajo. Esa lucha se daba bajo el control de las potencias ganadoras, Estados Unidos y la Unión Soviética, a través de su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, especie de junta directiva de la Organización; poder de veto que le castraba a esta, su capacidad efectiva para definir un derrotero de acción internacional, de fijar unas posiciones y unas pautas que expresaran la voluntad mayoritaria de los países y no los intereses de las dos potencias. Mientras duró el período de la Guerra Fría, esa concentración del poder tenía un fundamento de facto que limitaba tremendamente a la Organización en su sentido y alcance, en su pretensión de representar, de
expresar un interés mundial compartido, en un mundo fracturado políticamente.

Ahora, atrás va quedando la bipolaridad internacional, dominante durante los últimos 75 años. Las grietas del sistema mundial y especialmente de la ONU, se profundizan cada vez más más. Por estar interrelacionadas, vivimos simultáneamente, la crisis de la ONU y de la desgastada democracia; ambas con profundas raíces en la lógica, la estructura y operación de los estados nacionales que, en esos años sufrieron un desplazamiento y un debilitamiento continuado, ante el avance de un mundo globalizado y bipolar, donde el papel de la organización se fue debilitando y banalizando.

Ese escenario requiere, y con urgencia, unas Naciones Unidas fuertes, distintas de las actuales, al liberarse del yugo de las viejas superpotencias que dividían y controlaban la escena mundial, poniendo a su servicio, el proyecto fallido de un gobierno mundial. Han de ser un esquema descentralizado, conformado por la asociación de países agrupados por regiones, que son las estructuras más sólidas, las que mejor expresan y se integran con una realidad, que es múltiple en sus expresiones, pero que encuentra en la vecindad geográfica, histórica y cultural, los elementos comunes, compartidos, que permiten construir identidad y por consiguiente, unidad, a partir de la diversidad. La realidad, es un mosaico de realidades. En medio de la confusión reinante, se vislumbra el camino a seguir. Unas Naciones Unidas de regiones.

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