Nada más violento que la figura de los presidentes o muchos de los presidentes de América Latina. Nada más patriarcal que esa fascinación por el poder, las armas y el mundo militar, tan propios de la simbología bolivariana del siglo XIX. Este año, la Red de Constitucionalismo Crítico de América Latina -REDCCAL-, se ha dedicado al estudio de los asuntos del poder y del sistema de gobierno presidencial en América Latina. Una constante constitucional que ha sido liderada por señores que exhiben las espadas antes que las constituciones; ¿cómo entender todo esto?

Sin duda, la marca militar aún cunde en el sistema de gobierno presidencial. Saltaré en el tiempo para ubicarme en un período de esperanza, me refiero a la superación de las dictaduras del siglo XX en América Latina, al éxito de muchos procesos de transición a la democracia y al impulso, en algunos puntos del continente, de lo que se llamó en su momento: constitucionalismo democrático o neoconstitucionalismo andino, un enfoque que encontrará a finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI la construcción de constituciones híbridas entre lo liberal, lo social, lo ancestral, lo andino, lo comunitario, lo diverso y, hasta desde el marco de Abya Yala. Muchas de ellas construidas a partir de la movilización social y como superación de fases dictatoriales y autoritarias. Pero volvemos al punto de partida, ¿por qué?

Me inspiro en el popurrí de esperanzas que significó esa ola democrática constitucional. La misma que tuvo resistencia desde el Norte y las élites arrinconadas por momentos. Una nueva forma de entender el constitucionalismo desde la pluralidad, lo comunitario y la naturaleza. Una revolución que hacía parte de una bocanada de aire en medio de lo meramente liberal que apenas protegió a un grupo de privilegiados y por siglos. Hasta ahí, todo era whipala y colores de esperanza. Pero el Bolívar – en su componente militar y autoritario- seguía presente en este nuevo constitucionalismo.

Colombia, Venezuela, Ecuador y, hasta Bolivia, lograron algunos rasgos constitucionales especiales que los hicieron únicos y dignos de análisis y comparación. Unos más liberales que el resto, otros en clave de revolución social, ancestralidad, pluralismo, por mencionar algunos rasgos. Pero a la vuelta de unos años, varios de estos países han presentado serios problemas de legitimidad del poder, abuso, autoritarismo, patriarcado, violencia, desequilibrios, antidemocracia, y más. Algunos constitucionalistas los han visto como necesarios para lo que denominan: la tarea de la revolución, del anticapitalismo, el antiimperialismo y una nueva geopolítica. Justifican el tono antidemocrático de algunos, ante la presión ejercida por el imperio, sus bloqueos económicos y la pobreza. No entiendo cómo justifican un desmadre de estos en nombre de una revolución social o proceso de cambio. Imperdonable, en mi criterio, defender la espada antes que la democracia, la paz, la palabra y la razón.

Hemos visto a los señores presidentes de esos nuevos estados constitucionales, vestidos de trajes militares cruzados con símbolos ancestrales. Símbolos de poder para la perpetuidad y la fuerza. ¡Qué decepción! Lo peor, es que, en tiempos de regresión democrática, llegaron otros señores presidentes, también vestidos de autoritarismo, con la tarea histórica de echar todo lo construido para atrás. Y así aparecen los uribes, los bukeles, los mileis, los bolsonaros, varios de ellos tan fascinados por el mundo de Trump y hasta del fascismo. Populismos de derecha y de izquierda lejanos del concepto de base del constitucionalismo y que han sobrepasado las banderas rojas de lo que habíamos construido en materia democrática. Uno de ellos, se fascinó tanto con la figura militar que los premió por cada muerto logrado, no precisamente en combate. Así de patética es nuestra figura militar/presidencial.

Todos, sin distintos ideológicos, han caído en la antidemocracia para sembrarse en el poder y, hasta por décadas. Un simple cambio constitucional, unos tribunales hechos a su medida y un pueblo adoctrinado con un libreto que de cuestionarse puede llevar a las mismas mazmorras del infierno. Desequilibrio institucional. Eso de los derechos humanos poco cuenta. ¡Pregunten al señor Noriega!

Lo de Venezuela está en pleno estudio. El señor presidente seguirá en el poder por muchos años más -el proyecto supuestamente justifica todos los medios-. A menos que la presión internacional y el estallido social lo inviten a declinar y a un proceso de transición democrática. Daño le han hecho por todos los lados a Venezuela, desde el Norte, desde sus propios amigos/estados autoritarios, pero también desde adentro, desde la misma corrupción, la violencia y la ausencia de democracia en un proyecto político que apuntaba a todo lo contrario en sus inicios. De la revolución de don Chávez – con todos sus errores- poco queda.  De la derecha, tampoco espero nada bueno. Compleja situación la del pueblo venezolano. Décadas para reconstruir un nuevo camino, ojalá sea ajeno a la violencia que ha caracterizado a su vecino: Colombia.

Realmente observo un tono violento en cada una de las posturas irreconciliables que se ventilan ––derecha e izquierda– las dos tan antidemocráticas. Me impacta el acalorado debate que ha tenido este asunto en un país como Colombia. Siento que tenemos el deber político y moral de no hacer parte del coro de lado y lado que clama más confrontación. Los colombianos estamos llamados a la reflexión y la prudencia. Somos vecinos, pero no precisamente de los mejores.

Las armas han sido nuestra nefasta vocación. Hemos padecido por décadas el dolor y la crueldad de la incomprensión política, un asunto que no se le desea a nadie en el mundo -nos matamos por los partidos, por la insurgencia y hoy, por el simple hecho de estar fascinados con el crimen. Las diferencias políticas han terminado en violencia, incluso armada, de la que no nos hemos podido salir, a pesar de todos los esfuerzos. Por eso, el tono y las formas ahora cuentan. Todo invita a la prudencia para buscar puntos de encuentro y comprensión. Que la horda de odio de lado y lado no nos invada.  La compasión también nos debe acompañar en esta coyuntura que invita a alejarnos del caudillo o los caudillos, de esos militares presidentes vestidos de democracia, para pensar en el pueblo y sus diferencias. Y me refiero a los caudillos ganadores y perdedores, en un escenario donde la democracia no es la regla.

En medio de esta complejidad, celebro mil veces, que en Colombia no haya sido posible una segunda reelección del señor Uribe. De hecho, aborrezco las reelecciones que luego se vuelven indefinidas. Es que cuando se está en el poder, se tiene el presupuesto y todo, para hacer del Estado una caricatura. Del mismo modo, celebro que por primera vez tengamos un gobierno de izquierda, que comparto en propuestas, pero no en formas. A este país le robaron la reforma agraria y el Estado social de derecho sigue siendo un buen propósito del constituyente de 1991. Pero hasta ahí, no me veo con el mismo señor en el poder durante dos, tres y más periodos presidenciales. ¡No hay derecho! Por eso mi compasión con Venezuela, es que caer en el “embrujo autoritario” es muy fácil, pero librarse de este fenómeno es prácticamente imposible. Aplica para Bukele y para todos los mesiánicos que se siembran por toda América Latina y que se hacen llamar señores presidentes.  Toca sabia prudencia para proteger a millones en medio de la farsa de democracia y de una oposición que tampoco plantea un camino a la reconciliación.

Seguimos llamando constitucionalismo a los ajustes institucionales que se hacen para detentar el poder y, para siempre. Unas reformas que se hacen al son del “embrujo autoritario” de derecha o de izquierda, de cantos de sirena, de populismo, de vestirse como Bolívar – así como lo hizo don Bukele para su posesión. Creía que teníamos unas líneas rojas para hablar de constitucionalismo, de democracia y más, pero ahora me han salido unos con unos discursos y poses que realmente ameritan sentarnos a la mesa para volver a pensar el asunto. Por momentos me siento en la cortina de hierro. El constitucionalismo liberal tiene serios pecados, ¡hablemos de ellos!, pero este que ahora se están inventando, en nombre del anticapitalismo y antiimperialismo, también huele muy mal.

Hablan de una afrenta colonial contra la revolución bolivariana. Eso escucho, pero necesito mayor claridad. Esa afrenta colonial sumada a unos señores presidentes felices con el poder. Veo patriarcado, corrupción, machismo, colonialismo, extractivismo, pobreza, abuso del poder y más de lo mismo. Por supuesto, esto también lo observo en los países que se creen más constitucionales y democráticos que otros. También veo, a lo que ellos llaman imperio, haciendo de su patio trasero, lo mismo que han hecho por décadas y siglos.  

Bolivia aplaudió al presidente sembrado de Venezuela, Noriega y más. ¿En qué quedaron nuestras asambleas democráticas y constructoras de constituciones de comienzos del siglo XXI? Bonita tarea se hizo al entregar el poder a unos que ni de riesgo se quieren bajar del bus de los privilegios en nombre de los proyectos políticos y la geopolítica. Pues tocó sentarnos otra vez a hablar de banderas rojas, de constitucionalismo y de poder ¿será que lograremos una dogmática nueva en la que todos o varios realmente nos sentamos identificados? O lo de la geopolítica llegó para crear democracias a mi gusto y agrado.

¿Será que “el embrujo autoritario”, permitirá pensar esto desde una perspectiva descolonial?, ¿cunde el Bolívar de 1828? Tremenda tarea tenemos. Por ahora, no odiarnos tanto por la diferencia. Pero tampoco, hacer de esos militares/presidentes unas víctimas, ya que son victimarios.

Nota 1: Todo nuestro curso de la REDCCAL 2024 sobre: De presidencialismo, lawfare, populismo, autoritarismo y Estado de Derecho en: https://www.youtube.com/@reddeconstitucionalismocri6605/streams

Nota 2. Gracias a mi primera lectora y correctora: Lucy Pataquiva

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