Narrativas Feministas
Red X: @LiliEstupinanAc
Esta es una de las experiencias más fascinantes que me ha dado la vida: escribir sobre mi historia, y hacerlo al lado de mujeres que han llegado al feminismo de muy diversas formas. Ninguna llegó igual, es una experiencia única que vale la pena pensarla y contarla. Cada una tiene una historia distinta frente al feminismo, nuestro diario/década, nuestra forma de ser feminista.
Así inicia mi capítulo compilado en el libro colectivo titulado: Narrativas Feministas. Un esfuerzo editorial que reune la historia de once mujeres colombianas que hoy se identifican como feministas. Once formas distintas de llegar al feminismo y desde diferentes perspectivas teóricas y de acción. Ninguna pretensión académica, más bien literaria y desde las emociones tan profundas que embarga la idea de sentirse feminista.
Un bello esfuerzo de EDICIONES AURA, prologado por la pionera Florence Thomas, quien luego de leer todos los relatos de Patricia Ariza Flórez, Juanita María Barreto Gómez, Liliana Estupiñán Achury, María Yamile León Suárez, Manuela Marín, Sandra Mazo, Natalia Moreno Salamanca, Chila Pineda Arboleda, Ati Seugundiba Quigua Izquierdo, María Eugenia Ramírez Brisneda y Olga Ampara Gómez, escribe:
“Leyendo estas once narrativas de once mujeres, quienes hoy se nombran feministas, supe de nuevo que existen múltiples caminos para llegar al feminismo y me reafirmo con lo que he venido expresando desde hace muchos años: una se vuelve feminista con su historia y el feminismo de cada una se inscribe en un recorrido vital particular.
(…)
En fin, las autoras de este libro nos muestran el matizado espectro del feminismo y los y las lectoras se encontrarán con feministas institucionales, independientes, académicas. artistas, políticas y militantes.”
Florence Thomas
Emocionada al ver este libro, este prólogo y a todas estas historias juntas. Historias que representan las de cientos, miles y millones de mujeres de Colombia.
Por ello, quiero simplemente recordar el inicio de mi capítulo y lo fascinante que fue haber sido escogida para integrar selecto grupo de escritoras, y lo retador que fue escribir sobre mi construcción feminista. Reitero lo dicho, ya tengo los lentes violeta, aunque sostenerlos, tal como se dice en el escrito, requiere de muchas parceras, manos y tejidos.
Apenas un fragmento y una invitación a adquirir este hermoso libro:
Primera parte
¿Cuándo me sentí feminista?
Estoy en el quinto piso de la vida y solamente ahora me presento como tal: como feminista. Nací en un mundo machista, racista, clasista, sexista, homofóbico, patriarcal, católico conservador y violento; eso de ser feminista no era tan bien visto por los señores —de hecho, aún no es bien visto. Viví las graduaciones de estigmatización y también fui parte del grupo de señoras estigmatizadoras y estigmatizadas. La experiencia de ser mujeres y feministas se nos presenta de forma distinta a todas: padres, jefes, parejas o amigos abusadores, escasas oportunidades, roles inescapables de sujeción, estereotipos para culpabilizar, cuerpos sexualizados y violentados, estigmatización y discriminación. La violencia ha estado entretejida en todas esas décadas, pero también ha ido surgiendo la esperanza.
Ser mujer no me hizo feminista. Muchas piensan estar en esa línea por el simple hecho de ser mujer y de lograr un espacio en el poder dentro del masculinizado mundo profesional, político, económico o social, o por la defensa de la igualdad y paridad, por la escritura de un texto, por ser de izquierda —como si la izquierda por sí sola nos hiciera feministas!— o por una que otra reivindicación. Eso no está mal, al final, cada una siente una experiencia diferente de lo que es ser feminista.
Algunas se sienten más feministas que otras. Yo hoy me siento más feminista que antes, no lo dudo, pero no mejor feminista que otras, excepto las que destilan un feminismo discriminador hacia la disidencia sexual y la diferencia; eso me cuesta un montón.
Cada etapa de la vida nos entrega una impronta o una forma única de vivir nuestros derechos o de ser feminista, trataré de describir las mías más adelante. Y en cada una de estas etapas, aparecen diversos feminismos o de muchos apellidos: liberal, socialista, comunitario, de Abya Yala, afro, caribe, ancestral, radical, marxista, y más. En fin, hay muchas feministas y con muchos apellidos. Creo que he pasado por uno o dos de ellos. Algunos requieren de un componente de clase, de historia o de color para hacerlo suyo. Difícilmente podré hacer parte del feminismo ancestral o negro, pero estudiarlo o entenderlo ha sido uno de los grandes retos que ahora tengo.
Hoy, prefiero verme como una feminista a secas, una adopción compleja, con la que pretendo retomar lo mejor de todos los feminismos que he estudiado. El comprenderme como feminista ha sido un asunto tardío y va con su carga propia de secuelas de la crueldad que padecí del patriarcado. Me creía feminista, pero a su vez no entendía las diversas posturas y tendencias que allí se cocinaban. Es curioso, ya que existe un único patriarcado, un único sistema de pater, de control del mundo por los hombres; pero en materia de feminismo, existen muchos y a veces cruelmente nos interpelamos, ¡¡¿qué necesidad, qué necedad?!! Eso es algo que no me gusta. No creo en eso de feminismos de mejores o de peores familias, pero insisto, algunos me parecen excluyentes y me cuestan.
¿Por qué sentía tanto miedo de sentirme feminista? Por la misma carga histórica que te obliga a ser la mejor en todo, hasta en el feminismo y en la coherencia, o por la misma carga negativa que el machismo le imprime a esa filosofía hecha libertad y autonomía para nosotras. Las señoras y los señores preguntan: “¿eres feminista radical?, ¡menos mal que no eres feminazi!, ¿eres feminista flexible?” Todas esas preguntas marcan el miedo que la gente siente por el pensamiento feminista. ¿Por qué tanto miedo de ellas, pero también de nosotras?
Sin duda, aquí el síndrome de impostora también caló, de ese tamaño la cosa. Me sorprendía ver la adscripción que muchas colocaban en sus hojas de vida o perfiles en redes sociales como feministas. ¿Por qué?¿Seré yo una buena o penosa feminista? ¿Es una pose? ¿Por qué he criticado con vehemencia a mujeres de izquierda que posan de feministas, pero al final, apoyan a agresores y violentos? ¿Por qué muchas feministas han sido violentas conmigo y me han hecho daño? ¿Cuánto daño también les habré hecho yo?
Bueno, vuelvo a la pregunta: ¿Cuándo me sentí feminista? ¿Cuándo eso del feminismo se convirtió en una forma de vida? Cuando me volví consciente del mundo patriarcal, contexto envolvente en todo que va más allá de las violencias, la crueldad y el dolor histórico que hemos padecido las mujeres en una sociedad hecha para los hombres. Cuándo percibí todas las violencias ahí agazapadas, todas las discriminaciones, todas las faltas de oportunidades? Siempre celebrando los logros de ellos: las fotos, los méritos, la magistratura y los pocos de ellas; siempre pensando que era mejor tener amigos que amigas, o que jefas mujeres. La sociedad patriarcal nos cría como enemigas, para colmo de males competimos y en muchos frentes. Tremendo sentir por fin el resplandor del dolor de inequidades de las que también hacemos parte, porque así lo gesta el patriarcado.
Empezaré por el final, por el momento del resplandor o el denominado clic o ese no se qué de sentirme feminista. Todas llegamos al feminismo por algún parche, una amiga, una profesora, una activista, un movimiento social, una reunión, un encuentro, un libro; por la frustración, la discriminación o la violencia y agresión constantes —a veces muy sutiles— a las que estamos sometidas. Yo creo que llegué por todas estas razones, un acumulado histórico que algún día se radicalizó a manera de pensamiento consciente y teoría y forma de leer el mundo; para mí existe un punto de inflexión o de mayor conciencia de este proceso, cuando creo haber ingresado con fuerza a esta forma de sentir la vida: fue en el encierro de la pandemia y luego de haber padecido por años el acoso judicial de un personaje violento y misógino (…)
(…) La historia es tan patética e injusta que no me detendré en más detalles: y sí, ahora tengo que agradecer que el violento fue lo que me llevó a mis lentes violeta…
Llegó la pandemia, el encierro, las pantallas, el activismo, el estallido social, pertenecer a varios colectivos, entre otros, el de Defender La Paz Colombia y todo el acumulado comenzó a darme mayor sentido para la vida. La pandemia fue tan letal como buena para muchas cosas. Debo señalar que en este punto fue definitiva. Allí van surgiendo los lentes violeta para leer el mundo. El acumulado lograría concreción en este momento: fue en esa etapa histórica y de cuatro paredes que reinicio lecturas y lecturas sobre mujeres, derechos y feminismos; realizo un curso con una gran amiga que fortaleció todo el marco teórico, literario y más (Ana Patricia Pabón Mantilla). Ella me embebió de esa nueva forma de ver el mundo y de la teoría crítica para leer la sociedad, el amor, el poder y el derecho. Fines de semana de sesiones virtuales de literatura y pluma de mujeres, toda una forma distinta de entender al mundo.
Es ahí donde pude entender el episodio del estudiante misógino, ahí pude comprender con todo el ahínco la violencia y la furia que un hombre puede desarrollar por una mujer, la que era feliz directiva de un doctorado en derecho, al que tuve que renunciar por tanta agresión, incluida la de los silencios de mis compañeros ante el maltrato y el abandono institucional que tenemos que padecer las mujeres ante complejas situaciones. Tan difícil que fue lograr un espacio, y cuando ya lo tenía por mérito, llegó un agresor y tuve que renunciar. Es posible que este acontecimiento haya sido la gota que rebosó la copa, porque al final la vida de las mujeres es un cúmulo de experiencias de violencia, discriminación y dolor ante las cuales nos enseñaron a callar y aguantar, y así todo normalizado… Las que siquiera hablan o se defienden somos tildadas de conflictivas.
No pude defenderme nunca frente a esta violencia, los avances en perspectiva de género, derecho y administración de justicia apenas ahora incursionan con fuerza en Colombia. Aún eso de los protocolos todavía no cala y son hechos por los señores o bajo su anuencia. No entendía yo a tantas mujeres silenciosas ante tamaña situación. Nunca pude perdonar a esa institución que no era la primera vez que me demostraba su cara machista y patriarcal, una institución liderada por machos –casi todas en la misma línea, la misma que siempre respondía ante mis peticiones: “la culpa es suya, usted seleccionó a ese estudiante para el programa doctoral, la culpa es suya, usted lo seleccionó para ese intercambio académico”. Es la misma que reciben las mujeres en otras circunstancias de violencia y discriminación: “¿qué le hizo para provocar esa reacción?” Al final, el acosador perdió en todos los escenarios, especialmente en aquellos en que incomodó a la universidad; ahí sí salieron en defensa institucional –por fortuna–y en medio de esa defensa, logré salvarme de tamaño engendro. Pero pasaron años (entre 2018 y 2022) hasta llegar a este punto de la historia, que hoy quiero por fin superar con este escrito.
Volvamos a la pandemia, la formación, las amigas, el feminismo. Era tanta la emoción del asunto, el resplandor de descubrir que ahí siempre había estado, que organizamos un gran curso al que asistieron de forma virtual más de 4000 mujeres de toda América Latina (Curso RedCCAL y Red de Mujeres Constitucionalistas de América Latina, llamado: Justicia Constitucional y Mujeres en Abya Yala); durante un año y de la mano de más de cincuenta académicas y activistas nos encontrábamos semana a semana durante más de tres horas para revisar uno a uno los temas de mujeres y feminismo. Era bello encontrarnos en las pantallas y desde diversos lugares del mundo, ahí no importaban los títulos, solamente las ganas de aprender y de querernos. Ahí sentí por primera vez la fuerza de trabajar con mujeres y lo ávidas que estábamos todas de encontrar caminos para hacer de la vida un escenario diferente, menos violento y de esperanza (homenaje a Lilian Balmant, Adriana Guzmán y todas las compañeras que tejen nuestra emancipación).
Los rostros de las maestras eran de mil colores, —yo también fungí como tal— y eso también cambió todo. Las estudiantes, igual. Ya no podía ser solamente el feminismo de la igualdad formal, el feminismo liberal o del techo de cristal, la cosa era más seria y más localizada en el Sur. Mujeres blancas, mestizas, afro, indígenas y diversas que con su sabiduría nos enseñaron a leer el mundo en clave feminista. Incluso algunas de ellas se negaban a utilizar esa palabra: feminismo, que veían tan eurocéntrica y tan de las olas liberales de las que nunca se beneficiaron.
Las mismas que pensaron en clave de mujer y de las wawas, feminismo desde la comunidad y de la mano de los también explotados hombres. Conscientes de la lucha antipatriarcal, pero también anticapitalista, antineoliberal y de pura resistencia. La verdad, es que esa forma de leer el mundo me marcó ya para siempre.
Como constitucionalista, claro que me importa la paridad, el 50 / 50, lo logrado en clave de las olas del movimiento feminista del Norte y lo que bebí de forma inicial en Woolf, de Beauvoir y más; pero luego se hizo todo más claro e importante con las del Sur: Adriana Guzmán (Bolivia), Domitila Chúngara (Bolivia), Bartolina Sisa (Bolivia), Ochy Curiel (República Dominicana) y una decena o más de mujeres que desde el activismo y la calle habían ido construyendo teoría, y que luego de beber en occidente se atrevieron a pensar desde el Sur y en clave de mujeres. Esa lectura fue tan disruptiva para mí que luego el gran reto se volvió llevarla al mismo mundo del derecho, el escenario de los señores.
Así llegaron los lentes violetas a mi vida, también a mi lectura del derecho y el constitucionalismo, los whipala, los de la naturaleza, los de la tierra y más. Todo esto hizo la diferencia y ya para siempre. Bendita pandemia que nos quitó tanto, pero que también nos dio todo para volver a comenzar.
NARRATIVAS FEMINISTAS. EDICIONES AURORA 2024
Así me comprendí feminista. El texto recorre mi historia y la de muchas mujeres en esta sociedad patriarcal y violenta que nunca deja de sorprendernos.
Pero mi historia y la de todas, al final, es de profunda ternura, esperanza y tejido.
¡Yupi, tengo los lentes violeta¡ Este es mi feminismo, mi historia, ¿cuál es la tuya?
Nota: Mis primeras lectoras: Margarita Suárez Mantilla y Nicole Anzola, ¡gracias!