¿Otra marcha? Los militares, los paras y la guerrilla se la pasan marchando y nada que logran la paz.
Trino de @marioheb
La cuestión no es si voy a marchar o no. Primero porque no estoy en Colombia. Segundo porque no importa, así no vaya, la marcha será multitudinaria y sobre todo será (casi) unánime. Ese es el problema y no si sirve para algo. Ya se sabe que no. Si una cantidad de gente en las calles bastara para que las FARC dejaran las armas liberaran a los secuestrados, ya lo habrían hecho con la gran marcha del 4 de febrero del 2008. No funcionó. Tampoco dejaron de poner minas quiebrapatas, cuando en una protesta simbólica, centenares de colombianos se « arremangaron » el pantalón para entender a la perfección la angustia de quienes han perdido las piernas.
No es que las marchas, las movilizaciones ciudadanas, las convocatorias en las redes sociales o las acciones simbólicas no sirvan. Al contrario: la lucha por conservar las tímidas excepciones a la penalización del aborto ,el retiro (al menos temporal) de los proyectos de hotel en el Tayrona y de la explotación de oro en el páramo de Santurbán y más recientemente el triunfo de los estudiantes universitarios son las pruebas de que sí, de que sirven y valen la pena.
La diferencia es que quienes de una u otra manera participaron en esas manifestaciones, le apostaban a lo improbable, estuvieron contra lo que les parecía injusto y en ese sentido fueron contra el poder.
La del próximo martes en cambio, es a favor, y por eso no tiene gracia.
Se puede alegar que la iniciativa fue ciudadana, que gente del común decidió la fecha y decidirá la ruta, pero eso no cambia su carácter jarto de « manifestación consensual », un gesto que no tiene ninguna posibilidad de molestar a nadie (ni siquiera a las FARC, que la ignorarán) más que a un puñado de amargados que estamos convencidos que a pesar de las buenas intenciones de los organizadores, en el caso de que esas buenas intenciones existan, terminará por ser usada para mostrar no una unidad colombiana contra la violencia (lo que sería redundante, ¿no? Ni un pueblo tan violento como el colombiano saldría a manifestarse a favor de la violencia) sino alrededor de una idea peligrosa: que como las FARC son los malos, el gobierno, que los combate, son los buenos.
Los amargados aguafiestas somos creemos que el gobierno sean los buenos. Eso no nos pone del lado de los malos, por la simple razón de que malos y buenos no existen. En Colombia lo que se vive es una guerra, por si no se han dado cuenta.
Lo importante no es el tamaño. Una marcha multitudinaria puede tener un mérito inmenso y estar llena de gente con coraje como la que acompañó a Gaitán, Gandhi y Luther King, pero la gente que asistía a ellas recibía gases y bolillazos, a veces tiros. Arriesgaba su trabajo, a veces iba a prisión, para exigir un cambio.
La continuidad no pide más sino la inercia. No le veo el mérito a salir a marchar cuando la policía acompañará a los manifestantes sin está vez preocuparse por la libertad de trabajo y de circulación, cuando uno no arriesga el puesto ni la reputación. Salir a la calle por un consenso que incluye al que manda más que una manifestación, es algo entre un desfile de carnaval (que no me gusta tampoco) y los “dos minutos diarios de odio” en los que los habitantes del mundo imaginario de 1984 siguiendo las instrucciones del Gran Hermano, descargan su ira contra el enemigo.
Sea el que sea. El que le digan que es.
Tengo la impresión de que la mayoría de quienes llenarán las calles el martes no tendrían el coraje de marchar contra las FARC en el Putumayo ni el Caguán y al contrario en ese caso asistirían a una manifestación contra el imperialismo yanqui o la oligarquía anti-proletaria. De que en Cuba aplaudirían a rabiar un discurso de Fidel Castro en lugar de pedir la liberación de los detenidos políticos y en Venezuela serían chavistas hasta que a Chávez se le acabe la buena estrella. Ese el tipo de personas que salieron a saludar a De Gaulle en los Campos Elíseos tras la liberación de París, aunque sólo unos años atrás estuvieran vitoreando la elegancia germánica cuando Hitler sacó a desfilar sus tropas por la misma avenida.
Los que no marchan contra algo o ni siquiera por algo, los que marchan porque todo mundo marcha y sobre todo, desde que no haya que arriesgar gran cosa.
Entonces me van a decir que es más fácil no hacer nada. Los corrijo, no hacer nada es igual. Y tampoco he dicho que no vaya. A lo mejor sí. En aquel cuatro de febrero, fui a mirar. Me insultaron y me zangolotearon de lo más rico. La cosa hubiera sido peligrosa sino era porque no se trataba más que de dos decenas de colombianos reunidos en la única placita que les autorizaron porque la administración municipal de París no quiso prestar la Plaza del Ayuntamiento para un evento que, tal como ocurrió, sería presentado como de apoyo al entonces presidente Álvaro Uribe. Como a mí me contaron entre los manifestantes, y con eso éramos 21, terminó por decirse que la marcha, multitudinaria y unánime, se había extendido por todos los rincones del mundo.
en twitter @r_abdahllah