Umpalá

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Son unos tirapiedras, son unos terroristas

Por puras ganas de pelear, quería (lo digo para mis adentros) que la revista Time se dejara llevar por los deseos de muchos de sus lectores y eligiera personaje del año a Steve Jobs. Si lo hacía, después de elegir en 2010 a Mark Zuckerberg («El que vende información nuestra a las grandes compañías») en lugar de Julian Assange («El que nos da gratis infomación de las grandes compañías») nos probaría que caemos en un culto a la tecnología que nos hace creer, por ejemplo, que necesitamos cada año un nuevo modelo de iPhone, dos de iPad y tres de iPod, para más o menos estar al día.
Eso mientras la cuarta parte de África está amenazada por la hambruna.
Me quedé con las ganas, Time no cedió ante la tentación de elegir a un tipo como Jobs, que puso una parte de la humanidad al servicio del consumo de tecnología, sino a uno que en el 2011 supo poner la tecnología al servicio de la humanidad y en particular de la libertad de la humanidad: The Protester
Que puede ser traducido como “El manifestante” pero que, a gusto de los poderes locales podría ser “el vándalo”, “el tirapiedra” o “el terrorista”.

"The Protester" Peronaje del año en Time.

La ilustración de la portada una imagen digital retrabajada por Shepard Fairey, el artista gráfico que creo el afiche “Hope” de la campaña de Barack Obama, representa a los activistas de la plaza Tahir en Egipto, a los entusiastas indignados españoles, a los rebeldes libios y a los de Bahrein entre otros y, aunque el artículo que recopila con tintes históricos la génesis y desarrollo de los movimientos que sacaron al mundo del aburrimiento no los menciona, también al puñado de inconformes franceses que día tras día vieron como la policía les destruía un campamento de lo más precario y sin embargo siguieron “ocupando” a pesar del avance del invierno el corazón del distrito financiero de París y a los estudiantes colombianos que lograron quitarse de encima la imagen de la pedrea por la pedrea y consiguieron echar abajo una reforma que puede defenderse como se quiera, pero que no les parecía a ellos, que eran los que iban a tener que sufrirla.

Hace un año largo, a pesar de que la idea del “fin de la historia” que nos obligaba a alinearnos con el capitalismo liberal ya parecía revaluada, era difícil apostarle a la de manifestaciones de inconformismo que se venía. Las causas acabarán de establecerlas los historiadores, pero estaban marcadas por un descontento con sistemas de gobierno que hasta ahora habían sido aceptados porque eran el menos peor de los males disponibles. Así, los marroquís y egipcios toleraron regímenes despóticos disfrazados de democracia porque eran más o menos bien vistos por occidente y parecían la única alternativa a las repúblicas islámicas y los libios se mantuvieron unidos en torno a una nueva versión del mito del “tirano unificador”. En Estados Unidos, años después del final de la Guerra Fría, parecía evidente que el capitalismo salvaje era la única opción si se quería escapar del fantasma de las dictaduras comunistas que llenaron las cárceles y en sentido figurado y literal cubrieron de gris los países de Europa del Este.
La idea funcionó por décadas. Los sistemas no eran perfectos, nadie decía que lo fueran, pero eran “menos peores que”.

A finales del 2010, la Gente, que salvo unas pocas excepciones había dejado de ser protagonista de la política desde el derrumbe de los regímenes de la cortina de hierro hace veinte años, comenzó a darse cuenta que los defectos sobrepasaban los beneficios en diferentes variaciones de un mismo libreto: durante años les habían dicho que si hacían lo que les decían las cosas irían bien para todos, así que trabajaron y trabajaron y cedieron, en sus libertades en algunas partes, apretándose cada vez más el cinturón en otras. Cuando les dijeron que a pesar de todo no había funcionado, se sintieron traicionados y salieron a la calle. El que se manifestaba contra el orden establecido dejó de repente de ser un antisocial y ponerle al pecho a la policía antimotines, volvió a estar de moda. Esta vez la idea no era remplazar un orden por otro, siguiendo esa máxima falsa de que para criticar hay que proponer, sino abriendo la oportunidad de buscarse, la renovación por la renovación, la necesidad no de llegar a la manifestación con soluciones sino con las ganas de crear los espacios para discutirlas juntos. En ese sentido no sólo ganaron los pueblos del Maghreb al liberarse de sus dictadores como con seguridad en cuestión de meses lo harán los sirios, sino los ocupantes de Londres y Wall Street, que a pesar de las expulsiones, o quizás gracias a ellas, lograron que temas como la (re)distribución de la riqueza y el poder político de las corporaciones financieras dejarán de ser tabús y se convirtieran en noticias de actualidad y el final de la época de la “bancocracia” no se limitara al sueño realizado de los islandeses.

El 17 de diciembre del 2010 en Sidi Bouzid una policía decomisó la mercancía de un vendedor informal de frutas que decidió prenderse fuego frente a la administración municipal. Efecto dómino o Efecto mariposa, las repercusiones continúan. Por eso mientras los nostálgicos han comparado este año que se va con 1968, algunos optimistas lo comparamos con 1967. Como si el terreno apenas se estuviera preparando para un 2012 que no será el fin del mundo pero va a estar buenísimo.

Vea el artículo completo de la revista Time:
http://www.time.com/time/specials/packages/article/0,28804,2101745_2102132,00.html

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