Umpalá

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Praga 1/3. Buscando la ciudad que Kafka nunca nombró.

En Praga a uno tratan de emborracharlo desde que llega. Los almacenes prometen cerveza barata, absenta checa, que fue la primera re-legalizada y al probarla uno no entiende por qué, Becherovka y unas botellitas con semillas de marihuana en el fondo que hacen que al tomarlas uno entienda por qué la bareta se fuma y no se debe. Luego da hambre, luego todo tiene carne y entonces no hay nada qué comer. He estado tratando de describir la decepción inicial que me produjo una ciudad de cielo brillante llena de turistas que pasan una hora con sus cámaras listas esperando que suene el reloj astronómico. Ya no juzgo la belleza por descrestante, tengo el mismo fastidio por las vistas de postal que por las modelos de las revistas. No estoy tan viejo para todo, pero para eso sí. El primer día, Praga fue bella y sonriente y todo mundo hablaba inglés. El segundo día hizo frío; el tercer estaba borracho luego de probar todas esas porquerías que he mencionado. El cuarto día tenía un guayabo raro, no fuerte pero interminable que no podía calmarse con un plato de pastas muy cargadas de ajo que mi gastritis me agradecía no bajar con coca-cola.

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Vodka de Cannabis. Al fondo, semillas. Al fondo, Praga.

Intenté bajarlas con Coca-Cola, bebida a la que me había prometido renunciar, a la que renunció diez meses al año. En el restaurante de la calle Stepanska donde comía pausadisimamente las pastas, pasaban un partido de hockey entre Rusia y República Checa. Luego la final del abierto de Madrid. Me gustó que Frederer perdiera porque no me agrada el tenis y me agrada menos la gente que gana siempre. Me gustó ver que casi lloraba, que quería romperle a no sé qué miembros de la realeza española la bandeja de plata que le dieron por el segundo puesto. Yo le decía “Llore a ver. Muestre que es hombre y llore”, mientras le escribía un par de postales a mis amigos.

Las había comprado el primer día, ese día eran hipócritas porque la ciudad no me gustaba, necesitaba para llenarlas el frío del segundo día, la borrachera del tercero, el guayabo del cuarto, el hecho de que el quinto día, tras un sueño intranquilo, etc.

No habría venido sino fuera por Kafka. Por Kundera también, pero Kafka sobre todo, como a lo mejor nunca habría ido a París sino fuera por Cortázar, pero las ciudades de las postales, que son las que uno vé cuando contra toda evidencia uno va primero que todo a los lugares turísticos, no se parecen a las ciudades escritas. Tal vez Lisboa, pero se me pareció más a la Lisboa de Ricardo Reis en el libro de Saramago, que a la Lisboa de Ricardo Reis a secas. Estando yo por allá se murió Saramago y entendí. A lo mejor ahora puedan conseguirse camisetas y agendas de Saramago como ahora en Praga se consiguen camisetas, llaveros y ropa interior de Kafka.

A diferencia de lo que podría pensarse, supongo que la gente que las compra, algo ha leído.

Pasa con Kafka que aunque todos sus relatos sean complejos e inagotables, varios son fáciles de leer. Cuando fui profesor puse a leer la metamorfosis a niños de Cuarto primaria. La entendieron. Sin pasar por las teorías marxistas y sicoanalíticas que intentan explicar lo que a lo mejor no fue más que una broma, cruel pero broma, lo entendieron. Si dos o tres de ellos, años después, leen “El Proceso” no se habrá perdido mi sueldo. Esa es en realidad otra historia, es 15 o 16 de mayo, estoy aún atravesando olas de guayabo, trato de escribir algo sobre el Día del Profesor. Llegaré a ese punto si puedo salir de este, si puedo llegar hasta el punto en el que por fin visité la tumba de Kafka.

Pero son dos cosas que no pueden separarse.

Intentaba hace un rato explicarle a un amigo a quién le escribía por qué queremos tanto a Kafka. Le decía que a lo mejor porque es único, porque no fue ni de los escritores técnicos que separan su vida de la literatura y la pilotean con el rigor con el que se maneja cualquier carrera y llegan a viejos todavía escribiendo; ni de los “rudos” que hacen de vida y obra la misma cosa y se joden y se totean rápido o envejecen con el hígado podrido.

Kafka estaba en la justa mitad. Tuvo un empleo decente, que es otra manera de decir que tuvo un empleo de mierda. Tuvo varios amores atormentados sin excesos ni suicidios. Vivió en un mundo que iba directo al abismo, pero las complicaciones de la tuberculosis lo mataron de hambre antes que conociera el horror. Viajó pero fue fiel a su ciudad, a la que mencionó poco con nombre propio y sin embargo, de la que tanto dicen que esta ahí.

"Cómo evitar los accidentes en las manos al operar cepillos mecánicos" publicación de la Oficina de Seguros Laborales. Por Franz Kafka - Museo Franz Kafka, Praga-
"Cómo evitar los accidentes en las manos al operar cepillos mecánicos" publicación de la Oficina de Seguros Laborales. Por Franz Kafka - Museo Franz Kafka, Praga.

Julie, Milena, Felice, Dora
Julie, Milena, Felice, Dora

Dios dijo a Moises que dijera a los hombres “No trabajareís el sábado” (Ex. 31:15) y por eso los judíos el sábado ni siquiera abren el cementerio. Yo vengo de una parte del mundo donde lo que Dios dijo fue que no se trabajara el domingo, así que la primera vez que voy a visitar la tumba de Kafka. Pierdo la ida. Desde la reja a la que me trepo veo un obelisco un prisma más bien. Sobrio. Unas pocas flores.

Dios, con ese nombre que los judíos reverencian al punto de no decirlo, sabe cómo hace sus cosas. Aún me falta caminar en círculos, con un vértigo en el que el alcohol no tiene nada que ver, entender la angustia de Praga cuando uno sabe que se vuelve a las mismas calles, que los tranvías pasan con una puntualidad que da miedo y desde la ventana del hotel siempre se escucha el frenazo del tranvía y luego el silencio antes de verlo aparecer en la ventana (es un fantasma que se ha anunciado, pero fantasma al fin y al cabo).

Kafka los veía cuando caminaba de un edificio a otro por las diez manzanas que fueron casi toda su vida. Para que se muevan esos tranvías está toda la maraña de cables que enmarcan el cielo (gris o azul o lo que sea) que recuerdan que, al menos lo que es volando, de aquí nadie puede salir.

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