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Praga 3/3 La ciudad del vacío

Frente a la tumba de Kafka en el cementerio de Žižkov hay una placa de homenaje a Max Brod. Brod fue su mejor amigo, pero lo traicionó tras su muerte. En lugar de destruir sus manuscritos, como Kafka se lo había pedido, los publicó. Así gracias a él conocimos El Proceso y El Castillo. Si hay una placa en lugar de tumba es porque, a pesar de estar tan ligado a Praga por la obra de Kafka y por la suya, Brod está enterrado en Tel-Aviv, donde murió en 1968.

Tuvo suerte.

La tumba de Kafka frente a la placa en memoria de Max Brod.
La tumba de Kafka frente a la placa en memoria de Max Brod.

Kafka murió de hambre porque la tuberculosis no le permitía comer y también tuvo suerte. Tuvo suerte primero que todo de que fuera en 1924. Así su fecha, no coincide con los 1942 , 43 y 44 que se repiten tanto en las tumbas vecinas. Tuvo también la fortuna de morir en un sanatorio cerca de Viena, porque también los lugares de defunción se repiten en muchas de las lápidas: Ravensbrück, Dachau, Auschwitz.

Las mismas fechas y lugares pueden leerse en varias placas de bronce incrustadas en los andenes alrededor de la calles Josefov, que los turistas, distraídos por las figuras esculpidas en las fachadas de los edificios vecinos no notan nunca. Esas placas circulares son un tributo a personas que vivieron en el barrio y terminaron en los campos. Marcada por las huellas de la comunidad judía desde mucho antes de que el rabino Loew echara a andar al Golem por las calles, Praga es también la ciudad del vacío que dejaron los judíos cuando los exterminaron.

En el otro cementerio judío de Praga donde los miembros de la comunidad enterraron sus muertos hasta 1787, está la tumba de Loew. Ese cementerio es también el escenario donde un escritor prusiano del siglo XIX de nombre Hermann Goedsche ubicó la escena de su novela Biarritz en la que varios líderes judíos se ponen de acuerdo para dominar el mundo. La novela no tiene mayor valor literario y sin duda habría sido olvidada sino fuera porque los servicios de inteligencia rusos, harían pasar esa conspiración como real y se basarían en él para escribir un panfleto que se convertiría en una de las justificaciones para el antisemitismo europeo de los años 20 y en una de las pruebas citadas como explicación para el genocidio nazi: Los protocolos de los sabios de Zión.

Aunque hace tiempo se ha comprobado que los protocolos son falsos, e incluso se ha identificado al escritor Matvei Vasilyevich Golovinski como el responsable de su redacción. He dado en la vida, en persona o través de sus escritos con personas que aún creen en la conspiración de Praga y que de ahí insinúan que lo que pasó después no fue grave o no tan grave.

Los nombres de los muertos en el holocausto cubren las paredes del Museo Judío de Praga
Los nombres de los muertos en el holocausto cubren las paredes del Museo Judío de Praga

Pero junto a ese cementerio hay un edificio que en una época fue el corazón del barrio judío y ahora es apenas el corazón del museo judío de Praga. Cuando los nazis expulsaron a los ocupantes de las últimas calles decidieron no lo destruyeron porque querían que fuera el museo de una raza extinta. Adentro hay nombres. Son sólo nombres, pero cada nombre es el museo de una vida y esos nombres que se extienden hasta el techo por todas las paredes de cada cuarto y cada corredor del edificio escritos en tinta roja y negra son los museos de vidas incompletas. Terminadas por odio o por inercia o por la inacción de los que, en ese entonces, también dijeron que no estaba pasando nada o que lo que pasaba no era tan grave,. Alguien pregunta si son los nombres de todos los judíos asesinados en Europa. Otra persona responde que no, que no habría espacio en el edificio para poner dieciseís millones de nombres. Son sólo los judíos muertos de Praga. Que fueron casi todos los judíos de Praga.


En el viejo cementerio una dama golpeaba la tierra del pie para sacar una piedrita que pone sobre una de las lápidas. ‘Usted puede también hacerlo aunque no sea judío’ me dijo en un inglés aprendido. Sonrió y yo hice lo mismo.

De regreso al nuevo cementerio, recogí piedritas y las dejé en varias de las tumbas junto a las que pasé para llegar, evitando la línea recta a la de Kafka. Allí dejé una página del libro que leía (una traducción francesa de La muralla china) robé una postal que le habían dejado escrita en inglés y alemán. Robo cosas de las tumbas, de la de Cortázar tengo ya una caja llena pero a nadie le he dicho. Algún día haré una exposición.

Había también uno de esos adoquines de los que están hechos las calles de Praga y que, cuando faltan, hacen blasfemar a las pragueñas entaconadas. Había monedas rusas, checas, algunos centavos de euro y de dólar y cuatro llaves de diferentes tamaños. Eché todo en mi morral, gasté las monedas checas en estampillas para las postales. Pegué con supercryl (una versión checa) las llaves alrededor del adoquín, persiguiéndose.

Ahora que ha pasado el guayabo supongo que esa escultura improvisada encierra Praga y los libros que pasan y los libros de otros que nos sobreviven, las rutas de escape de los que sobrevivieron al horrar, la vida ejemplar de un oficinista que supo serle fiel al doloroso deber de escribir y las puertas por las que no pudimos pasar aunque desde el principio nos estuvieron destinadas.

Praga
Praga

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