Umpalá

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La fábula de los pedófilos y los carnívoros militantes

Se me ocurre que podríamos llamar “carnívoros militantes” a las personas que no sólo comen carne sino que se dedican a joder la vida de quienes han escogido no comerla. Hubiera también podido decir “carnivoristas”, para dejar  en claro  que no sólo llevan un modo de vida sino que buscan imponerlo, pero me pareció que el “-istas” les daba ciertas letras de nobleza. Un mérito que no tienen, porque no hay ninguna gracia en “luchar” por defender un modelo ultramayoritario y perfectamente implantado. Al atacar en posición de fuerza (como quienes defendían la esclavitud cuando la esclavitud era la norma o quienes se oponen todavía a los derechos de quienes viven una sexualidad alternativa) actúan como los matones de la clase.

Pero insisten. Joden. De la misma manera en la que a un racista le duele que uno de cada cien inmigrantes ocupe una posición diferente a un trabajo de mierda, a ellos les duele que uno de cada diez restaurantes proponga una opción vegetariana y uno de cada mil una carta libre de productos de origen animal. Es demasiado, amenaza un modo de vida ancestral.

Y eso es falso, lo del modo de vida ancestral, no como hecho sino como razón, pero ellos los carnívoros militantes, saben que el argumento de que el cuerpo necesita carne para ser saludable ya ha sido científicamente desestimado y siempre te van a sacar eso, que el modo de vida ancestral, anclado en los instintos y tan ligado al placer, que nadie les va a quitar el derecho de ser cazadores.

Sólo que hay poco de la mística del cazador en un tipo con las arterias llenas de colesterol que pide un domicilio o va en carro al supermercado o  su restaurante favorito. Toda esa historia del instinto, no es sino una manera de embellecer una verdad mucho más simple, los carnívor0s, como los omnívoros que son casi todos los humanos, comen carne porque sabe bueno.

Eso.

No soy quién para negarlo. Ahora he perdido la costumbre y las únicas tres o cuatro veces que en los últimos años he comido carne, el sabor me pareció más neutro que delicioso (y la última fue una empanada que me quemó el paladar). No fue así al principio, porque sabía que el fastidio que le tomé cuando dejé de comerla era temporal y muchas veces, en particular después de cinco cervezas, sufrí soportando la tentación frente a un amigo que se devoraba un kebab bien grasocito o una hamburguesa de tres de la mañana. Con todo y que con los años he descubierto que los productos vegetarianos o veganos bien preparados saben mejor que la carne y sobre todo la barata, eso se los concedo amigos carnívoros: LA CARNE SABE BUENO.

Y lo repito LA CARNE SABE BUENO

MMMM

Pero moralmente esa razón es insostenible a la hora de justificar su consumo.

“Loveme” por Nicolas Dessaux – Fotografia própria. Licenciado sob CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons – https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Loveme.JPG#/media/File:Loveme.JPG

“Loveme” por Nicolas Dessaux

Me considero un hedonista y nunca he juzgado a nadie por lo que ve, escucha, folla, bebe o se mete en la nariz o los pulmones, pero creo también que aunque el placer es un derecho inalienable, éste está subordinado a que no cause daño. Manejar a cien kilómetros por hora ha de ser una delicia, pero aceptamos que no es posible hacerlo en el interior de una ciudad porque para garantizar el placer de la conducción a altas velocidades no podemos poner en riesgo la vida de los peatones. Algo parecido ocurre con la pólvora: tengo excelentes recuerdos de quemar totes, pitos y truenos y brincar por encima del añoviejo cuando era niño, pero entiendo que la pólvora se prohiba porque por culpa de ese placer (era un placer) había cientos de niños quemados. No fumo PERO entiendo el placer de los fumadores PERO (como la mayoría de ellos) acepto que no está bien fumarle en los pulmones a los que no quieren fumar.

A lo mejor lo que más se parece a historia de la carne es el sexo (por algo la metáfora que une las dos ideas es frecuente). Yo me gozo el sexo, yo estoy de acuerdo con todas las perversiones (digan no más) pero existe (y en eso mis colegas pervertidos están de acuerdo) el límite del consenso. Vale hacer lo que sea con el otro si éste lo acepta, pero no vale dañarlo ni pasar por encima de su consentimiento. Lo primero se llama lesiones personales, lo segundo violación. Está comprobado que, contrario a lo que se cree, los violadores no siguen una pulsión incontrolable, sino que buscan placer, pero difícilmente se encontraría alguien que justificara una violación basándose en que el agresor “seguía sus instintos” o “buscaba darse placer”. Como sociedad estamos construidos sobre el principio de que debemos controlar nuestros instintos cuando estos dañan a otro. Es una regla simple y la buena noticia es que sólo en raras ocasiones los placeres que nos procuramos dañan al otro.

El hecho de que en inglés la palabra predator se utilice tanto para los depredadores como para quienes abusan de los menores tiene, al final de cuenta, mucho sentido. Como un pedófilo no puede justificar que lo que hace es “saludable” o “necesario”, le quedan como justificaciones posibles que “sigue sus instintos” o “busca el placer”.

Nadie es culpable de lo que desea. No soy de los que creen que habría que castrar a los pedófilos o que sean monstruos inhumanos- al contrario, son un producto de la sociedad- , pero al mismo tiempo, la sociedad está obligada a poner en marcha todos los mecanismos necesarios para que esa pulsión/impulso/deseo no se satisfaga a costa del sufrimiento de los niños, así sea de manera directa, a través de la agresión, o indirecta, al consumir y así estimular la producción de pornografía infantil.

Como los niños no tienen los elementos de juicio suficientes para evaluar y expresar su consentimiento, aceptamos que la realización del deseo pedofílico es nociva en sí. No creo que ningún carnívoro militante (ni ningún militante del auto particular o la posesión de armas o de algún otro de esos “falsos nuevos derechos fundamentales”) se muestre en desacuerdo y salga a decir que “No hay defensor de la infancia que pueda oponerse al derecho de los pedófilos a consumir menores de edad”.

Sin embargo, a la hora de defender el consumo de carne, los carnívoros militantes utilizan el mismo razonamiento : “Tengo derecho a consumir lo que me da placer, aún si al hacerlo causo daño”.

Nadie es culpable de lo que desea. No soy de los que creen que habría que quitarle los dientes a los carnívoros (tampoco castrarlos) pero al igual que con los pedófilos y los locos de la velocidad, el placer que defienden es incompatible con una cierta idea de sociedad, aquella en la que somos libres de darnos todos los placeres que queramos con la única excepción de aquellos que destruyen la integridad de otros seres dotados de sentimientos.

Cuando los carnívoros militantes admiten que si aceptamos su razonamiento debemos también aceptarlo para los pedófilos, estarán claros los términos del debate. A partir de ahí  podemos seguir discutiendo el temita.

 

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