Umpalá

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Juntos para toda la vida

Suele decirse que luego de visitar el Tayrona hay cosas con las que uno se queda toda la vida. Durante mucho tiempo pensé que de mi primera visita, en 1998 si mi memoria no me falla (aunque ahora me falla todo el tiempo, la desgraciada) me quedarían las noches con 180 grados de estrellas, las caminatas por las playas tomando moscatel y cantando Light My Fire en pelota y una de las dos experiencias cercanas hacia la muerte que he tenido en la vida. Esto último, el casi-ahogamiento- no ocurrió en el 98, pero lo he recordado como si fuera en ese año. Esa es una señal de que mi memoria comienza a fallarme y ahora me falla todo el tiempo, la desgraciada y repito las cosas. Con los años se me mezclarán la cara de Julián B. Prado la primera vez que vio el mar (¿Fue en el 98?) , los pargos que pescaba Óscar B. Estévez con un anzuelo hecho de una lata de atún y el recuerdo inventado de Natalia Hetfeield viviendo en el kiosco del cabo San Juan (¿Fue en el 98?)
Todas esas cosas que pasaron antes de la concesión del parque. Antes de Aviatur y su “ecoturismo” aséptico y de que los indígenas tuvieran que justificarse para entrar al Parque.

Ahora sé que si hay algo de esa primera visita que que me acompañará toda la vida es este hongo a medio camino entre el tobillo y el talón de mi pie izquierdo.

No podría decir con certeza la fecha exacta en la que el apareció, es así con los grandes amigos y los grandes amores, pero sí que fue apenas regresando de ese viaje. Una manchita primero que todo (como los grandes amores), que luego fue creciendo (como las cosas que te matan) hasta ocupar la zona justo desde donde termina el hueso del tobillo (que además tengo salido), hasta donde empiezan los pliegues que anuncian la planta del pie.
Vengo de una familia donde el hospital es el lugar donde se trabaja y no al que se acude, así que durante años, – los años en los que evité las idas a piscina porque estaba acomplejado por las manchas de acné en mi espalda- nadie se dio cuenta. El hongo fue durante todo ese tiempo regular, con bordes definidos, constante como un lunar pero con el tamaño suficiente como para ser más consciente de su existencia que de la de un lunar. Él fue mi único amigo imaginario y el gran secreto de mi cuerpo que pasaría incógnito toda la época en la que si uno estaba desnudo con alguien, no le miraba los pies.
Después uno mira, lame y muerde pies y surgen las preguntas. Yo contestaba “Lo tengo hace unos días” o “Es una dermatitis”.
Era una de esas palabras que se escuchan en un hogar en el que los lapiceros y agendas tenían logos de laboratorios farmacéuticos.

No es que cuando al hongo con quien yo tan bien había vivido le aparecieron un hermano en la tibia y un primo segundo detrás de la rodilla, yo hablará de eso a mi madre, fue que ella se dio cuenta. En un paseo de piscina (muy probablemente en unas vacaciones en el Decamerón, que es el Piscilago de los que asciendne un peldaño en la escala social). Yo ya había superado el complejo de las manchas en mi espalda. Ella me dijo “Muestre eso que tiene ahí”.
Mi secreto no era un secreto más, no volvería a serlo.

Hace ocho años que me fui de la casa y casi de inmediato del país. Cuando alguien viene desde Colombia mi madre me envía, junto al Chocoramo indispensable, una crema para el hongo. Al principio era una azul, de American Generics, que ya no se vende más. Luego una de empaque verde, la de ahora es “Corticol 3” de GIMED. La compañía no me ha pagado por semejante product placement que le estoy haciendo aquí, pero como dejar de señalar que la crema tiene al parecer mútiples utilizaciones, entre ellas la disminución de las estrías axilares:

http://answers.yahoo.com/question/index?qid=20120119170358AAP1drf

 

Cuando hablamos por Skype los domingos, mi madre siempre me pregunta cómo va el hongo. A lo largo de los años me he dado cuenta que mi mamá pregunta más por el hongo que por las nueras.

Le digo lo que pasa, que los dos parientes del hongo desaparecieron hace tiempo, pero él me acompaña siempre. En primavera y otoño es una sombra apenas perceptible, pero en verano (cuando hace calor) y apenas comienza el frío (como por estos días) y uno está obligado a dormir con las medias puestas, él regresa y crece y las cremas que llegan de Colombia se hacen tan necesarias para que no se agrande, no demasiado. Para que se esconda sin desaparecer del todo.

Si me dijeran que hoy existe una poción mágica o un tratamiento de acupuntura para desaparecer mi hongo, dudaría en utilizarlo. No sé si ya les he dicho que mi memoria falla, que a lo mejor con los años fallará del todo o del casi todo. Entonces, cuando ya se me enreden los recuerdos y también el Tayrona haya desaparecido bajo el gran complejo hotelero que hace años le quieren poner encima, y yo pase diciembres solitarios en un hotel barato de Berlín (una ciudad en la que nunca he estado) se qué podré mirar mi pie izquierdo y mi hongo seguirá allí, variable pero fiel, la gran huella de mi viaje iniciático, la única compañía que me durará toda la vida.

en Twitter :   @r_abdahllah

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