En las últimas semanas han venido apareciendo en los medios colombianos varios publireportajes sobre la renovación del “Triangulo de Fenicia”, un proyecto urbanístico de gran escala liderado por la Universidad de Los Andes en el sector de Las Aguas al pie de los Cerros Orientales de Bogotá. Los publirreportajes no están etiquetados como tales, pero al leerlos (y mirarlos y escucharlos porque los contenidos multimedia están a la orden del día) uno tiene la impresión de estar frente a ejemplos de propaganda coorporativa comunicación institucional de la mejor cosecha de Pacific Rubiales.
En medio de frases como “El proyecto que quiere revitalizar el centro” y “una ciudadela del futuro destinada a brotar en medio del centro histórico » no sólo están presentes los elementos de lenguaje de las campañas de imagen de las empresas de extracción minero (seguridad, progreso, desarrollo) sino que se recurre a las mismas estrategias : la garantía de que el patrimonio de la zona será conservado y valorizado, los testimonios agradecidos de algunos habitantes del sector (humildes pero bien maquillados) y las fotos y maquetas de tipo que antes/después casi hacen sentir envidia de la suerte que tienen los felices beneficiarios.
En cambio no se menciona, ni siquiera de paso, las expresiones de descontento de los habitantes tradicionales del barrio que también es uno de los más tradicionales de Bogotá y que han pasado desde la creación de grupos en las redes sociales como “No se tomen las Aguas” https://www.facebook.com/NosetomenLasAguas hasta las manifestaciones frente a la sede misma de la universidad-
Los habitantes se muestran inquietos respecto a las compensaciones que recibirán, dudan de la buena fe de los promotores y se quejan de la falta de transparencia en la supuesta concertación “¿Nos van a expropiar las casas? ¿Van a subir el estrato? ¿Tendremos que retirarnos por el incremento en los impuestos?” eran algunas de las dudas que José Farid Polanía explicaba al periodista Santiago Valenzuela de EL ESPECTADOR.
Imaginemos la situación contraria, que se expropiaran terrenos pertenecientes a la Universidad de Los Andes (o a sus accionistas o a la comunidad jesuíta) para construir residencias universitarias de para los estudiantes de la Nacional (que sí las necesitan). Sin duda, une ejército de políticos, abogados, periodistas y esas rara especie que son los columnistas se apresuraría a denunciar un atentado a la propiedad privada, una herida mortal a la confianza inversionista extranjera. Sin duda, muchos utilizarían incluso la palabra “Chavismo”.
Por supuesto, pueden alegar que en el caso del Triangulo de Fenicia no conviene hablar de expropiación (además de comerse vivos a sus hijos, los comunistas expropian, los capitalistas en cambio además de permitir la libre competencia hacen proyectos innmobiliarios. Los publirreportajes insisten además en que donde hay ahora 460 “unidades de vivienda” el proyecto dejará 900, pero omiten que las “unidades de vivienda” actuales son en algunos casos, asas de cinco piezas, con patio para gallinas, tejados de barrio sobre los que puede salir a pasear el gato, la posibilidad de un local y una puerta que da a la calle y que las nuevas unidades son apartamenticos que máximo tendrá a 70 metros. Algunos voceros de Los Andes han llevado hasta nuevos límites la manipulación del lenguaje para decir que “se conservarán los mismos metros cuadrados pero con adaptación en diseño habitacional”
Es decir eso: de casa con patio a apartaestudio tipo “caja de fósforos”, pero suena más bonito.
Aún si los habitantes actuales del barrio aceptaran amontonarse a los nuevos espacios, hay que tener en cuenta quiénes serán sus vecinos, las personas que vendrán a vivir en las 440 nuevas “unidades de vivienda”. No hay allí ningún misterio y los promotores del proyecto lo asumen públicamente: los clientes en su mayoría serán profesores y estudiantes de Los Andes, (aquí voy a dar un montón de vueltas para evitar usar la palabra “burgueses” ) gente con un poder adquisitivo mucho mayor que el de los habitantes del barrio.
Esto llevará a la implantación de un tipo de comercio que no existe actualmente en el sector y a la desaparición de los negocios históricos locales en una pelea de señora que vende corrientazo contra Subway o de de tiendita contra supermercado multinacional (no dije “macdonalds”) es fácil predecir quien tendrá que retirarse. En un primer momento el aumento en el costo de los productos de primera necesidad y a mediano plazo la subida de los precios del mercado immobiliario serán un empujón para que quienes actualmente viven en el sector de Fenicia y Las Aguas desocupen sus “unidades habitacionales” y terminen por instalarse en los barrios populares, los que le corresponden. El mismo fenómeno se ha vivido en sectores como Usaquen y La Macarena/La Perseverancia y ha afectado incluso a municipios enteros como Villa de Leyva y Barichara.
Eso, aunque no se haga con fusil en mano, se llama desplazamiento.
Poco importa que sobrevivan la casa Espinosa o que siga abierto el Goce Pagano. Un barrio, o un pueblo no son los edificios y menos aún los edificios históricos, sino los lazos sociales que existen, las tradiciones muchas veces informales, los relatos de vida. El proyecto Fenicia mata Las Aguas y al sentar un precedente, hiere de muerte el resto de La Candelaria. Además de seguir saturando tanto las calles como el transporte público en el Centro.
El Proyecto Fenicia es costoso, destructivo y sobre todo innecesario, porque La Candelaria, pese a todo lo que digan los publirreportajes, puede vivir sin la Universidad de Los Andes, y en últimas la Universidad de Los Andes, puede vivir sin apropiarse del Triangulo de Fenicia. no tiene que realizarse sólo porque es el capricho de una universidad privada, así esa universidad sea el claustro del que sale la mitad de la élite política y de medios en Colombia y así esa élite ame y respalde su alma mater.
Tienen derecho, pero eso no basta como justificación para un proyecto de gran impacto que modifica de manera negativa y permanentemente un sector histórico y plural de la ciudad. Es triste que una universidad tenga la misma idea del progreso que una petrolera y recurra a sus mismos métodos para obligarnos a aceptar esa visión.
Iba a decir “meternos ese proyecto por los ojos” pero me contuve.