Ayer no pude encontrar nada de tomar ni nada abierto donde lo vendieran así que me preparé una tisana calmante relajante ayurvedica y dormí mal.
Tuve mis entre sueños recurrentes del Coronavirus, pero empezaron más temprano.
De hecho todo es recurrente en estos días y todo es Coronavirus.
¿Qué vamos a hacer con los nombres que no conocimos?
¿La gente que pasaba por el lado antes del miedo?
¿La vecina que sonrió dos veces? ¿La señora de la panadería que siempre da ñapa?
¿Las historias que nos querían contar los viejos, esos en los que nadie piensa cuando dice que frescos, todo bien, que esta vaina mata es a los viejos?
¿Que vamos a hacer con los amores comenzados?
(Hubo tantas veces en la historia que hablar dio miedo pero tocarse nunca)
Desde que tengo uso de razón, algo que en mi caso llego tardísimo, me quería hacer todo para evitar una vida sin gustos. No quería ser (así admirara) esos trabajadores abnegados que por necesididad fueron nuestros padres (y más todavía nuestras madres). No quería ser (y carajo si los odiaba) a quienes se niegan al placer cotidiano en pro de la acumulación.
No sé si lo he logrado, supongo que de manera imperfecta.
No quería ser, al precio que fuera, una de esas personas cuya recompensa del día era el día siguiente.
No sé si lo he logrado, supongo que de manera imperfecta.
Con el tiempo se me ha quitado la arrogancia. Todos nos partimos el lomo como podemos. No tuve ni di para un verdadero hedonista. Como todos espero las vacaciones y me doy fuerza para las vacaciones esperando el fin de semana y me doy fuerza para el fin de semana esperando el final del día y me doy fuerzas para el final del día sabiendo que hay casa y hay amigos, algún trago o una historia para Leonardo, amores de hace tiempo, amores de ahora y amores por venir. Amigos que son lo mismo que amores.
Entonces mientras tanto, ahora que los días son el mismo día y eso nos está volviendo locos, imagino los consuelos que puedo, imagino cuando pasaré una navidad en Colombia estrenando sobrino y que será esta, esa fiesta que dura del día de las velitas al seis de enero, imagino un verano en la casa de la abuela de Ana en Rumania, imagino un viaje a España para tomar el café en la cafetería de Y. y como todo eso está lejos, i , imagino la próxima salida a un parque abierto y el próximo cine y el día que abra el correo y pueda enviar las cartas que le escribí a Mario y a Amber, que voy a leer la novela de Yonefe.
Imagino que esta noche nos quedará tiempo con Ana (la de este lado del balcón) para una cerveza y media hora de lectura.
Imagino el jueves iré al supermercado y compraré vainas de tomar.
Eso, me doy moral pensando que el jueves , inchallah, iré al supermercado.
Y que pronto podré dejarle una botella de vino en la puerta a Vale.
Y más aquí, porque todo eso es lejano, los aplausos de las ocho.
Se supone que son para apoyar a los trabajadores de la salud.
Los trabajadores de la salud dicen que todo bien, pero que mucha gente de la que hoy aplaude, no aplaudió cuando estaban en la calle pidiendo presupuesto y en las próximas elecciones votará por los mismos que debilitaron el sistema de salud público y con seguridad hoy , hoy mismo, siguen robándose el presupuesto de las máscaras de cirugía.
Pero además de a ellos, a ellas, también nos aplaudimos entre todos.
Y ahora que estamos en la hora de verano de un año que no tendrá verano, la luz pega de frente en las fachadas.
La recompensa, el pago por atravesar un nuevo día.
Esa vaina que necesitamos porque seguir respirando no nos basta, no tiene por qué bastarnos.
Un amigo que vive a dos cuadras y al que no veo hace dos semanas grabó hoy con su hija, que va a la escuela de Leonardo y es también su amiga, una canción de cuna que escucho ahora una y otra vez. La llamaron La berceuse d’Ahtohallan
Ana, la del balcón, salió (al balcón) hoy por primera vez en dos semanas.
Dice que se siente casi bien, que ya pasó lo peor.
Dice que apenas termine la cuarentena irá a ayudar en los hospitales, que allá la necesitan.