Entre los 25 y los 40 años nunca estuve enfermo. A partir de los 40 he sufrido de dolor de espalda, una mancha en un ojo y una alergia a la manzana (que durante semanas pensé se trataba de una alergia al gato de Luisa).
Luego me hicieron una prueba de sangre y supe que oficialmente era alérgico al polen y a los abedules.
Nunca en la vida he visto un abedul. No que yo sepa.
El viento trae el polen de los cerezos en flor (suena poético) y cada vez que abro la ventana se me hinchan los párpados.
Me va a tocar quedarme en la casita unos días.
Por culpa de alergias que lo obligaban a no salir, Proust no tuvo otra cosa que hacer para pasar el tiempo que escribir En Busca del Tiempo Perdido.
Proust no tenía que lidiar con un niño de tres años y cuatro meses.
Esta mañana le puse a Leonardo una película de Chaplin. Sin que me diera cuenta, Youtube le puso El maquinista de la General de Buster Keaton. De ahí Volver al Futuro III (porque hay trenes) y de ahí Jurassic Park (Porque Spielberg, productor de la primera dirigió la segunda).
Eso en menos de nada.
(¿Cómo seguirá Tom Hanks?)
(¿Y Ana la del balcón del lado?)
Hoy se supo que el Principe Charle tiene Coronavirus. Con él van seis personas de mi círculo de amigos que lo tienen. Parece que esa vaina es contagiosa.
¿Cuándo podremos volver a tomar unos tragos con el Principe Carlos ?
¿Cuándo otro de esos sabrosos partidos de polo?
El consejo científico recomendó cinco semanas de aislamiento (¿Y estas ‘cartas’ entonces van a llegar al número 42 ? ¿Y qué quiere decir eso ? ¿Qué quiere decir ser « autor » cuando lo primero que debería morir con el Coronavirus es el ego?)
Cuando Leonardo ve asomarse alguien en algún balcón, viene a avisarme.
Leonardo me llama para decirme que Pepita pasa paseando al perro.
Pepita es una refugiada de la guerra española. Muchos de los viejitos de por aquí lo son.
Su perro se llama Igor.
Pepita dice que tenemos suerte de poder seguir paseando los perros.
“Y no falta comida. Si supiera lo difícil que es cuando falta la comida” dice.
Saluda con la mano. Sigue caminando.
Los días se terminan con tragos via Skype con la gente que uno quiere. Ese es el Decameron de la época virtual. Extrañamos borracheras pasadas, añoramos borrracheras futuras.
¿Y si esto no se acaba nunca ?
Tenemos el recuerdo. A mí me bastaría.
¿Y si no se acaba nunca, Leonardo recordará cuando salía a jugar en los parques ?
Hay muchos miedos. Los del momento. Los del día. Los de mañana. Los de si faltará mercado. Los de la crisis económica que vendrá después y los ricos que aprovecharán la crisis para explotar aun más a los trabajadores.
El miedo mayor, el de que la generación de Leonardo termine por llamarse la de la « distancia social ».
Luego de los boomers y los millenials.
(Mejor haber sido boomer. o millenial)
« A principios del siglo XXI un virus incontrolable obligó a la humanidad a vivir en aislamiento y a distancia. Los contactos físicos se limitaron desde entonces a las personas que vivían bajo el mismo techo y protocolos estrictos de seguridad fueron exigidos para cualquier interacción con personas ajenas al círculo familiar »
En algún momento habrá qué pesar qué vida sería esa.
Ojalá no, ojalá no haya que pensarlo.
Porque están bien las pantallas y las redes, pero en ellas nos vemos tan acabados como si nos pesaran los días (y los días nos pesan).
Nunca me gustaron los espejos, pero ahora cuando me veo en las pantallas este cuerpo tan torpe y tieso y estos párpados hinchados sí que los extraño.
Y extraño también los ojos de los demás.