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Coronavirus: Cartas desde París en cuarentena. Día 06

Ayer (¿Antier?) el diario Le Monde publicó la primera entrega del diario de la escritora franco-marroquí Leila Slimani, quien desde su lujosa casa de campo contaba cómo vivía el aislamiento.

El texto daba nauseas.

No por su naturalismo, no por ese vértigo de lo real, sino por la manera cómo ponía en evidencia la desconexión de la gente que tiene la suerte de tener una casa de vacaciones en el campo o con vista frente al mar con la realidad del confinamiento.

A finales de la semana pasada (¿Sólo llevamos eso? ¿Una semana?) , miles de parisinos abandonaron la capital para refugiarse en sus residencias secundarias.

Habría, sé de primera mano que hubo, casos de personas que tenían que irse por razones de salud personales o familiares, pero la mayoría no huía de la enfermedad, sino de la incomodidad de la cuarentena, preguntando si podían llevarse a sus domésticas, choferes y cocineros.

Al principio imaginaba cómo sería el primer día después: Una fiesta en todos los parques, un par de días de acordarse que seguimos vivos.

Pero tal vez  no será así.  Las medidas se irán reduciendo poco a poco, tal vez las escuelas sean lo último que abra. Los bares y los restaurantes, quién sabe. Quién sabe los estadios, las piscinas.

Vamos a salir despacito. Con miedo. Gatos recién nacidos, con los ojos medio cerrados.

Con miedo.

Adentro hay gente que no ve el final.

Qué vaina la vida, que nos obliga a tanto para ser  buenos empleados y padres y madres y buenos ciudadanos venga y nos ponga este otro túnel.

Adentro hay gente que se desmorona, que quiere respirar.

Adentro hay gente que sabe que tiene que salir, porque sino trabaja no come.

 

 

Uno quiere imaginar que al final (Hay un final, mi gente. Habrá un final) los liberales se darán cuenta de que se necesitan hospitales y salud para todos.

Uno quiere imaginar que al final (Hay un final, mi gente. Habrá un final) la gente entenderá a los presos y a los refugiados.

Uno quiere imaginar que al final, después de estar tanto privado de ello, vamos a querer sentir de cerca al prójimo.

Pero los liberales acabarán con los derechos de los trabajadores para recuperar la plata perdida.

Pero la gente pensará que es diferente, que el caso del otro es diferente, que no, hombre, no es lo mismo.

Y vamos a tenernos miedo. Los contactos serán de lejos. No más besos a desconocidos, no más abrazos a los amigos, no más amantes de ocasión. La dictadura del contacto virtual.

Seremos privados del derecho de tocarnos.

Los escritores burgueses publicaran sus diarios de cuarentena, hablarán sobre ello el año próximo en las Ferias del Libro.

 

Un amigo querido, uno de los más, ha sido diagnosticado con Coronavirus.  No hay tests de laboratorio suficientes para todos en Francia, pero suponemos que lo contarán, a él y a su compañera que tose y tose en las cifras de nuevos casos al final del día.

Ana, la vecina, la del otro lado del balcón, la que fuma, nos escribe y nos dice que se siente mal.

Ana, la de este lado, le trae Paracetamol y manzanas. Se las pasamos a través de la reja y las dejamos sobre una silla.

Ana, la de este lado, le envía un mensaje para que ella salga a recogerlas:

«Pasó Papa Noel por tu balcón»

 

 

Hoy es Nouroz, el año nuevo de los persas y los kurdos. Yo alguna vez imaginé que lo pasaría en Erbil.

Todo está suspendido.

Hoy para los kurdos empieza algo nuevo. Mañana para esa vaina que cae en picada y se hace llamar pomposamente «occidente» empieza la primavera.

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