Mi teléfono, que sabe todo de mí, me sugirió anoche que pusiera la alarma, como todos los días, a las 7:15 de la mañana.
No hay sin embargo, ninguna razón para levantarse a una hora determinada.
A las ocho de la noche la gente aplaude en los balcones. Es como una manera de decir que el «Día/Corona» termina. Ya se saben las cifras de Italia y las de Francia. Ninguna de las dos es alentadora. A todos nos parece que estamos confinados hace una eternidad e Italia hace una eternidad y media.
Italia lleva ocho días.
Después de las ocho, la gente cierra las ventanas, come comida de microondas o pasta con atún o sopita casera y de algún lugar llega el olor de una receta africana. Acuestan a los niños. No hay escuela. Se ponen a ver televisión pero no a ver fútbol porque fútbol no hay.
Y duermen mal. La noche es mala consejera. Todos los gatos son grises, todos los problemas grandes. En la noche todos rumian, rumiamos, los miedos a venir, las angustias del día.
Leonardo se ha despertado con pesadillas. Puede que sea una etapa normal. Puede que entienda lo que he estado tratando de explicarle.
Hoy salimos a hacer comprar por primera vez, en el bolsillo el papelito para mostrarle a la policía que no apareció en ninguna parte. No faltaba nada en los supermercados, excepto, adivinen, papel higiénico. A parte de eso, pocos carros. Algunas personas trotando en la mitad de la calle. Un domingo, que sigue a otro domingo, mañana es domingo otra vez.
A las ocho en las ventanas, todos están contentos.
El punto final del día. Como si a las ocho y uno la cosa cambiara.
La educación nacional envía tareas para los niños pero nadie que yo conozca logra hacer funcionar una casa como si fuera una escuela. Hoy la tarea era hacer una torta de manzana. La educación nacional ignora que hay ciertos padres de familia para quienes la manzana tiene un efecto más serio que el peor de los lacrimógenos.
Padres de familia como yo.
Hacemos una torta de manzana sin manzana. Es la primera vez que preparo una torta de manzana en la vida.
A las ocho termina el día, pero no para todos, pero no para los que tienen miedo del día que viene. Las cárceles de Francia están hacinadas y ahora que ya murió un enfermo, el miedo es que mueran todos. La Prefectura de París anuncia que abrirá nuevos centros de cuarentena para la gente sin hogar. La gente sin hogar no se preocupa por no salir de casa, porque no hay casa. Los viejos sufren en silencio el alegre valeguevismo de la gente que dice que el Coronavirus no es TAN grave porque los que se mueren son los viejos. Una persona que conozco tiene una pareja con problemas inmunológicos, que ha tenido que aislarse en una casa en el campo. No sabe cuándo podrá él y sus hijas podrán volver a verla. Dice que no puede más de posts de gente que toma las cosas a la ligera y presume haber visto Netflix u ordenado su closet.
«Yo aquí tratando de no desmoronarme» dice.
Tanta gente que trata. Un amigo me dice que tiene que trabajar desde casa como si nada cuando en Madrid muere una persona cada 16 minutos. (En Italia el Coronavirus mata a alguien cada tres). Otra persona no se aguanta con una expareja con quien tuvo que volver cuando empezó el confinamiento. Hay crisis de pánico. Hay gente que llora sola. Que se da cuenta, que no sirve pa la parentalidad. Hay extranjeros que no saben lo que va a pasar acá ni en ese allá lejano donde tampoco están.
Hay cosas que no se dicen. Hay que decir que estamos pasándola no tan mal. Que no se nos note.
A las ocho de la noche, en las ventanas, en los balcones, todos están contentos.
Ha de ser porque es el minuto del día en que están afuera.