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Coronavirus: Cartas desde París en cuarentena. Día 03

La primavera comienza oficialmente el 21 de marzo, pero la tierra hace lo que quiera. A mediodía brillaba el sol y se veían, por primera vez en el año, abejas revoloteando.

A uno que nació en un país sin estaciones le cuesta mucho trabajo aprender lo que significa guardar en el closet el abrigo de invierno, en el que seguro quedarán hasta el otro año algún tiquete de metro y migas de galleta en los bolsillos, y remplazarlo por una chaqueta ligera. Asumir, que así vuelva por unos días el frío, uno resiste, uno no cede más, o una va de frente a esperar que llegue la oportunidad de tomar vino rosado o pola con los amigos.

Antes de mediodía le dije a Leonardo que ya podíamos ponernos las chaquetas de primavera, la suya es del hombre araña. Que no importaba que se hubiera caído el gancho donde colgamos los abrigos porque abrigos no necesitábamos más.

Salimos, compramos fresas. Nos sentamos en un montículo de pasto que él llama la montaña a lo mejor porque para los niños todo montículo de pasto es montaña. Mientras en toda la ciudad había amantes que se despedían, jugamos a las escondidas en los tres árboles que allí crecen. Así nos dieron las doce y media.

A mediodía comenzaba, por fin y con mucho retraso, la aplicación estricta del confinamiento. Nadie podría salir de su casa sin una declaración impresa o manuscrita explicando para dónde iba y cómo y por qué y sobre todo justificando que había razones para hacerlo.

A mediodía la gente seguía en la calle. La policía pasaba sin decir nada.

Al comienzo de la tarde, la policía ya decía «Váyanse para la casa y es en serio».

Las multas se empezarán a aplicar mañana.

Hay dos momentos particularmente duros. El despertar, porque uno se da cuenta que el dinosaurio aún siguen allí, y ese punto alrededor de las seis de la tarde cuando Italia anuncia sus cifras de epidemia. Italia es el ejemplo, las cosas van terriblemente mal, pero uno sabe que cada mínima buena noticia que llegue de allá es una esperanza. Francia y el resto de Europa van detrás. Colombia terminará por seguir la curva.

Nunca habíamos entendido hasta ahora cómo es de maleable el tiempo. Ya no hay citas de trabajo. Ya no hay obras de teatro ni películas. Ya no hay cerveza pa’ hablar de la vida y sin embargo el día se va rápido. A toda.

Porque hay un montón de cosas nuevas para hacer. Hoy por ejemplo y por primera vez en la vida hice yoga.  Mi maestra fue N. al otro lado de la pantalla. La espalda me duele menos.

Y hay tanta gente que uno quiere escuchar. Para saber cómo van. Para decir cómo va uno.  En la época en la que hasta hace una semana la gente decía que había que verse más y chatearse menos, WhatsApp nos está salvando la vida.

A mediados de la tarde, cuando veía cada vez más abejas y me decía «La cosa mejora, no se han extingudo» antes de pensar «Los que nos estamos extinguiendo somos nosotros».

La vecina del balcón de al lado es auxiliar de enfermería. Dice que lleva días encerrada. Que siente rabia de ver la inconsciencia de la gente.

La conozco de tanto cruzarnos a la hora del café. Ahora, ella será la única persona con la que podremos hablar mientras tomamos café. Tres apartamentos más allá, una mamá juega con su bebé. Él se llama Valentin. Me enteré hoy, a los gritos, al tiempo que ella se enteró que Leonardo se llama Leonardo. Ninguno de los dos sabe que el otro existía.

Mientras  avanza la tarde, los saludos de balcón a balcón con gente con la que nunca antes nos habíamos saludado, se vuelven recurrentes. El primer día de la primavera termina a las ocho, cuando todos aplauden a la vez, antes de regresar a ese mundo de adentro, donde regresa la pensadera.

Entonces corro a mirar, sin pensar en lo mucho que hoy he tardado en hacerlo, las cifras de Italia : Por segundo día consecutivo se reduce el número de muertos. La cifra aún es inmensa: 345 en 24 horas, pero el número de nuevos contagios aumenta más despacio.

IMG_1730 IMG_1730 2 El confinamiento parece comenzar a dar frutos.

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