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Cartas desde París desconfinada – Día 64/Día 7

MAYO 17

El sábado fue como cualquier sábado. El domingo como un domingo cualquiera.

Las escuelas siguen cerradas (o abiertas, pero con un mínimo de alumnos). Cualquier persona que pueda seguir trabajando a distancia lo hará. Hay que llevar máscara en el metro y una de cada dos sillas tiene pegada una calcomanía de “no utilizar”. Los hoteles aún no abren. Tampoco los restaurantes ni bares, ni los cines.

Pero cuando hace sol de todas maneras todo mundo se bota es a donde haya verde y entonces nadie nota la diferencia.

Sábado cualquiera. Gente tomando en la calle, como para recuperar las fiestas suspendidas. La policía, en cicla o en patines, apenas se ocupa de los borrachos más evidentes.

Por alguna razón una señora sacá objetos antiguos a la puerta diciendo que son para el que se los quiera llevar. Amarro a la cicla una olla, una lámpara y una jaula. Me digo que cualquier cosa servirá de matera el día que deje de haber filas frente a los almacenes de jardinería.

Uno vuelve a recordar la calle. Sabroso. Y por ahí comienzan a organizarse fiestas.

Yo no voy todavía. Yo no creo que haya nada que festejar.

(pero eso es racional, por supuesto, el cuerpo lo que pide es sabrosura).

(es una fórmula estilística. Lo no tengo sabrosura)

Según la hora del día tengo dos impresiones contradictorias.

UNO ( existencial cioranista):

Tras las puertas que por fin se abren no hay otra cosa que el vacío. Era mejor adentro. Era mejor saber que había que mirar hacia adentro en lugar de sentir en los hombros el peso del deber ser, la obligación social, la carga de la reciprocidad y el afecto, porque no es que uno no quiera , es que se ha ido acostumbrando al silencio y tal vez siempre fue mejor así”

y DOS

¿Entonces pa’ dónde es la vuelta o qué? Sirvase otra y vemos pa’ dónde cojemos?”

Las dos cosas coexisten. Uno sale y hay un muro. O no hay nada, pero eso ya era así y de todas maneras había que gozar la vida mientras.

Domingo como un domingo cualquiera.

Los parques están cerrados. La alcaldesa de París ha rogado que los abran: si la gente va a estar en la calle tratemos de dispersarlos en espacios verdes; el gobierno nacional, que ve en la alcaldesa una rival política ha dicho que no.

Pero los bosques están abiertos. París tiene uno a cada lado. Hay hasta barquitas como las del Parque de los Novios.

La fila es tanta que hay que esperar horas para una vueltica.

Y lo mismo los ponys.

Y los vendedores de helados cierran el puesto a mediados de la tarde porque se acabó la mercancía.

Y en un arroyo hay una docena de perros que se tiran a nadar.

(En los senderos y las esplanadas la gente juega fútbol y volleyvall, practica judo y boxeo, y esa versión tan paila del tejo que es la petanca).

Es 17 de mayo. Oficialmente la distancia social se ha ido al carajo.

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