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Cartas desde París en Cuarentena: Día 38

Abril 22

Nadie en el resto del mundo hubiera sabido de la existencia de Clichy-sous-Bois sino fuera porque fue en ese suburbio donde en Octubre del 2005, Zyed Benna y Bouna Traoré murieron al esconderse en un transformador para evitar un control de la policía.

No había razones para ese control.

No las hay nunca y por eso huían.

Porque los controles son repetitivos y humillantes en los suburbios populares, esos que hicieron, en los días que siguieron a esa doble muerte, que la palabra “suburbios” dejará de evocar ciudades dormitorio donde nada pasaba para hacer pensar en autos incendiados como única manera de dejar sentir la rabia.

Es probable que nadie en el mundo hubiera vuelto a escuchar nombrar a Clichy-sous-Bois sino fuera porque en estos días se supo que allí la gente estaba aguantando hambre.

La alarma la dio la Asociación AC Le Feu , que organizó una distribución alimentaria esperando atender a cien o ciento cincuenta familias y en una semana se encontró con filas donde más de ochocientas personas esperaban horas y horas por un mercado básico para tratar de compensar el cierre de los restaurantes escolares, que para muchas familias eran la única posibilidad de un almuerzo más o menos decente para sus hijos, y donde muchos padres y madres, con empleos informales o no declarados, se encontraron de la noche a la mañana sin sueldo y sin la posibilidad de recibir los subsidios gubernamentales que, de todas maneras, nadie en el país espera que lleguen antes del final del confinamiento.

“Aquí siempre hemos estado confinados” es una frase que uno escucha con frecuencia en la zona.

Con un transporte deficiente, un desempleo que no se va a arreglar mientras una dirección en los suburbios populares sea una seria desventaja para conseguir empleo y con jóvenes que siguen percibiendo que la única presencia del estado es una policía que los discrimina, los habitantes de los barrios-ciudades que se extienden entre el límite Norte de la capital francesa y el Aeropuerto Charles de Gaulle, siempre han estado física y simbólicamente desconectados de las oportunidades culturales, recreativas y educativas de París.

Nadie hace un esfuerzo por abrir los caminos necesarios, menos aún por llevar esas oportunidades a la banlieue y por eso los problemas, latentes desde décadas, que explotaron en el 2005 siguen allí.

Sin embargo a pesar del confinamiento de antes, el de ser gettho, y del de ahora, cuyo cumplimiento la policía verifica con mucho más celo que en los barrios residenciales del occidente de París, los suburbios del norte son una de las zonas más afectadas en todo el país por el Coronavirus.

Y la razón es clara, mientras quienes viven hacia el centro o en los suburbios «bien» pueden permitirse el trabajo desde casa o el confinamiento de lujo en sus residencias de vacaciones, los habitantes de los barrios populares son quienes ocupan los empleos mal pagos  que, ahora la sociedad se da cuenta, son de verdad imprescindibles.

A 23 kilómetros de París, la Ciudad Luz, la capital del sexto país más rico del mundo, hay un montón de gente que ni siquiera tiene que escoger  entre el hambre y la enfermedad: ya la desigualdad y el capitalismo liberal eligieron por ellos cuál de las dos malas suertes les había tocado.

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