Umpalá

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Cartas desde París en Cuarentena. Día 30

Abril 13

Tenemos todavía (recién empezado) el paquete de rollos de papel higiénico que compramos cuando los restaurantes estaban abiertos. Tenemos pastas de cinco variedades (yo que sólo reconozco ‘shpagetthis’ y ‘el resto’). Tenemos por alguna razón perniles de pollo congelados (hasta donde sé soy vegetariano). Detergente. Jabón en barra, jabón líquido y, en caso de que falte, una colección de jabones chiquitos de diversas procedencias. Tenemos huevos de esos que se conseguían hasta hace un tiempo en un supermercado a tres kilómetros de acá. Tenemos el último kilo de harina que se vio en esta región.

Recuerdo cuando lo compré. Alguien lo había olvidado junto a la caja registradora. Lo agarré entre mis brazos con el orgullo de esos cavernícolas que ya no eran sólo recolectores y que, cito a S. Mebarak: “Por milenios y milenios permanecieron desnudos y se enfrentaron a dinosaurios bajo el pecho y sin escudo”.

Tenemos medio kilo de harina pan y el talento de estas manos que jamás prepararon arepas antes de dejar la tierra Patria.

Y café y azuquita pa’l café y té traido del Kurdistán Iraquí.

Y cigarrillos, que Ana la de este lado del balcón, le pidió a Ana la del otro lado del balcón y que Leonardo cree que se le quedaron a su abuelo porque él supone que sus padres no tienen malos vicios.

Y pañales. Aunque estemos atravesando esa corta época de la vida en la que nuestro hijo ya no usa pañales y nosotros todavía no hemos empezado a usarlos.

Y doliprán e Imodium (como en la canción de Nirvana) y jarabe para la tos y los antihistáminicos pa’ la alergia a las manzanas y los abedules y curitas de Frozen

En cambio, no tenemos qué tomar.

Ana mira dentro de la nevera. Arriba de la nevera. Abajo de la nevera.

Yo miro dentro del cajón de las herramientas y en la lavadora. En el cuarto de Leonardo, dentro del tanque del inodoro.

Nada.

Tenemos alcohol antiséptico, pero no del otro. Ni vino blanco, ni rojo, ni camparí, ni vodka ni tequila reposado.

Nada a esta hora en al que el sol comienza a entrar diagonal por la ventana. Esa luz de mediados de tarde. El sexto café del día, el segundo después del almuerzo, no ha acabado de enfriarse y comienza la angustia. Qué vamos a tomar cuando Leonardo duerma. Qué bebida va acompañar la película o la lectura que sirva de punto final a este día tan parecido a los últimos treinta y a los treinta que vendrán.

¿Qué se le ofrece a los amigos que van a venir a Zoom o Skype o WhatsApp para hablar de estos días encerrados? ¿Qué poner en los vasos a eso de las nueve, en las conversaciones entre nosotros en aquellas en audio o video con amores que están lejos?

(son los días en los que todos estamos lejos)

Vuelvo a mirar debajo de la nevera.

Todavía no hay nada.

Desde antes de todo esto (había un antes) nos habíamos acostumbrado a dejar que al final del día la dulce ebriedad leve se fundiera con los músculos que se relajan. Los últimos pensamientos del cerebro apenas alicorado convirtiéndose en los primeros pantallazos del inconsciente, esos que después de transforman en sueños eróticos con pulpos y extraterrestres y sexos que parecen gladiolos o tienen en dientes o o en pesadillas donde uno es el muerto o el asesino.

Nada. Nada de tomar.

Y hay un cierto pudor en salir a la calle sólo para comprar una cerveza [que podría ser un vino blanco ahora que sé que le gusta a Yudy, o un Campari para no dejar de pensar en K. o rojo por Margarita]. Son tiempos difíciles. Hay que hacer fila en el supermercado. Conservar un metro de distancia. Soportar las miradas de soledad o sospecha por encima del barbijo.

No hay pan” dice Ana.

Hay” digo antes de corregirme “pero claro. No. Ese que hay no le gusta tanto a Leo.”

Claro. Pobrecito. Mejor comprarle del que el gusta. ¿Cierto que este no te gusta Leonardo?

Leonardo agarra el pan. Come con todo el agrado del mundo.

No le gusta para nada”. Ana y yo estamos de acuerdo “Hay que salir a comprar”

En la tienda de un pakistanés que vende yuca de Costa de Marfil y verdadero plátano maduro de ese que no vuelve a verde made in Colombia, siguen dándose cita para tomar vino en botella de plástico dos negros viejos con pinta de jazzistas.

Es el único lugar de la ciudad que no ha cambiado.

Destapamos las dos cervezas a las 7 y 45 de la noche.

A las 8 y 12 anuncia que el confinamiento terminará el 11 de Mayo.

Las escuelas y colegios comenzarán a entonces a abrir progresivamente” anuncia el presidente con esa voz teatral y lenta que quisiera sonar espontánea.

Todos imaginamos la pésima idea que es abrir las escuelas sólo para que los padres y madres puedan ir a trabajar.

¿Dónde está el pan?” pregunta Leonardo. “¿Dónde está el paaaan?”

Aunque tal vez tenga razón. Hay que salvar la economía de la nación.

Los teatros, cines, restaurantes y bares, naturalmente, continuarán cerrados” declara el padre de la nación.

Terminamos la cerveza de un trago. Leonardo no entiende porque decimos “fondo blanco” , como le enseñamos a decir con su vaso de leche, si, visiblemente, el vaso en el que estamos tomando es transparente

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