Abril 11
Los “nazis de ventana” son esa gente que pasa su vida mirando para afuera para denunciar a las personas que no respetan, o que mal respetan el confinamiento.
En el Reino Unido parece que esa actitud es incluso alentada por las autoridades.
En Francia, la delación obliga a recordar esa época no tan lejana en la que por medio de notas anónimas los buenos ciudadanos informaban a las muy diligent autoridades sus sospechas sobre la presencia de judíos o miembros de la Resistencia.
No sé qué pensar de los delatores de estos días.
Yo que me la paso mirando por las ventanas. Yo que estoy fascinado por las vidas ajenas.
Porque me da rabia ver que la “autorización de salida para realizar actividades físicas” ha sido tomada como una invitación para salir a trotar , como si trotar fuera una actividad esencial que no pudiera suspenderse por un par de semanas.
Porque, por ejemplo, lo esencial para mi salud mental es sentarme en un parque o al lado del río o en un bar y beber con mis camaradas de vida, pero no estoy exigiendo ningún privilegio basado en algún supuesto derecho fundamental a la cerveza fría y espumosa recién salida del barril.
(Aquí debería haber dicho algo más elegante. Mencionar un baile de máscaras libertino en un sótano con paredes de piedra)
Porque creo que deberían prohibir el trote en lugares públicos y que así como a los bebedores nos tocará pasar meses sin bares y no vamos a morir de eso, los fanáticos del cuerpo sano, que respiran duro y tosen y escupen al pasar, podrían sobrevivir un par de meses haciendo ejercicio en la casa.
Pero nunca denunciaría a nadie
Pero uno se agarra de lo que puede.
De los aplausos en los balcones. Del maldito trote. Del pogo solitario contra las paredes y el perreo solitario también contra las paredes. De la conciencia tranquila de no haber traído hijos a este mundo y de los hijos por los que hay que hacer el esfuerzo. De Dios y el Diablo (los dos en plural), de los rumores difundidos creyendo que se hace bien y los delirios conspiranoícos que sirven pa’l menos hacerse la ilusión de que hay un sentido – así sea perverso y retorcido- de todo esto , de las citas de Coelho, de los audios de WhatsApp, de los “Diarios de Confinado” escritos desde diferentes grados de egocentrismo y privilegio (pero todos escritos desde el ego y el privilegio). De la jardinería de matera. Del yoga y las series y los animales domésticos y electrodomésticos, del placer y de la necesidad.
De las cartas que envío y espero que lleguen y de aquellas que tal vez un día recibiré, aunque está mal utilizar los servicios postales porque el cartero tendrá que dar varios pasos de más para entregarlas.
Ayer el diario Le Parisien sacó un artículo sobre la pésima idea que alguien tuvo de montar una piscina inflable e invitar a sus vecinos.
La historia ocurrió en un suburbio de inmigrantes
El diario Le Parisien jamás reportaría a los ricos que tienen la suerte de pasar el confinamiento junto a las piscinas sus casas de vacaciones de la Costa Azul .
Ellos tienen muros altos para lo que los vecinos no los vean.
Ayer o antier o el día de antes, mientras miraba por la ventana, ví a una vecina que trastabilló y cayó al piso con todo y sus dos bolsas de mercado. Había dos personas más en mi campo visual. Los dos dudaron, pero un segundo después corrieron hacía ella, la tomaron por los brazos y le sirvieron de apoyo para levantarse.
La tocaron para ayudarla. No sin pensarlo. No automáticamente como hubiera pasado hace un mes, pero lo hicieron.
No sé qué pensar de los “nazis de ventana”, pero detesto esa expresión.
Es cierto que tal vez los vecinos que delatan ahora lo hubieran hecho en 1942 y tal vez entonces como ahora, creerían haber estado del lado de los buenos.
Pero ninguna acción humana merece ser puesta en paralelo con ese horror de horrores que fue el Holocausto.
Hay que buscarles otro nombre.