Escuchando el discurso de fin de año del Presidente Trump, no pude dejar de pensar que la
soberbia es puerta de entrada a la estupidez, con un pequeño agravante en este caso, y es el
inmenso poder del personaje. Un discurso que transpira odio, soberbia e ignorancia, plagado de
contradicciones y falsedades, cuyo único propósito es alimentar el ego presidencial de “yo todo lo
puedo” y la incondicionalidad, que raya con el fanatismo de sus seguidores, incapaces de ver la
realidad, deslumbrados por la carga emocional del discurso presidencial, que los presenta como
las víctimas inocentes del mal que supuestamente se apoderó de su economía y del gobierno,
durante los cuatro años del gobierno de Biden, cuando, según él, Estados Unidos perdió su
liderazgo internacional, con su economía y su mercado capturados por la producción importada,
pasando de ser una potencia exportadora a importadora. Ordenó que las inversiones debían
regresar al país, para que este vuelva a ser la potencia industrial que fue a mediados del siglo, al
fundamentarse en el trabajo de los norteamericanos y no en el de inmigrantes ilegales, que les
quitaron los empleos a los nacionales. La meta, recuperar la economía norteamericana para las
empresas, los inversionistas y el trabajo nacional. En una palabra, América para los
norteamericanos. Con ello, entre otras, olvida que Estados Unidos es un país de inmigrantes.
Su alegato lo sustenta en que estos serían responsables de la crisis del país, al quitarles el trabajo a
los americanos, al hacerlo por un menor salario. Para rematar, son la principal causa de la
creciente inseguridad en las ciudades, pues la mayoría serían criminales – asesinos, ladrones,
estafadores, violadores –, prácticamente una escoria social, que corrompe a una sociedad sana, de
personas buenas. No hay otra solución que expulsarlos y hacerlo sin miramientos, organizando
verdaderas cacerías humanas de personas, que no merecen ningún respeto. No hay un plan, una
estrategia, simplemente agarrarlos y prácticamente, desaparecerlos.
Pero la cosa no le está funcionando, porque requiere ser el resultado de un proceso, con sus reglas
y etapas, no el simple fruto de la arbitrariedad de la soberbia. Con su visión sesgada, ideológica y
profundamente racista, cargada de odio y desprecio, Trump no contempla otra alternativa que la
fuerza bruta, para retener y expulsar a “extranjeros peligrosos e indeseables”, despreciando o
ignorando, una situación que es delicada y que, sin excepciones, exige el respeto de los derechos
humanos.
Ese comportamiento empieza a ser cuestionado por sectores ciudadanos, porque más allá del
enardecido discurso presidencial, la realidad que viven hoy los norteamericanos, no es la que les
vendió en la campaña. Es dramática la incapacidad de los demócratas para entender y aprovechar
esta situación, que podría modificar profundamente el escenario político en las elecciones de
mitaca del año entrante. Es en momentos de crisis, cuando aparecen los líderes y se crean
escenarios y circunstancias que permiten acuerdos que trascienden las fronteras partidistas, que
son posibles en circunstancias extraordinarias. Al interior del Partido Republicano se avizoran
cambios que podrían romper el unanimismo impuesto por Trump en los últimos años que, en
muchos aspectos no responde al pensamiento histórico de los republicanos. Por su parte, del lado
de los demócratas está servida la mesa para que irrumpa o se consolide un nuevo liderazgo. La
política es dinámica, máxime en coyunturas como las que hoy viven los norteamericanos, cuando
podrían abrirse , necesitarían abrirse posibilidades de cambios y acuerdos, al calor de la presente
crisis de la política y de las urgencias que ésta plantea.