En noviembre de 1985, estaba de vacaciones del colegio en la casa de mi abuela materna, en un pueblito del departamento de Izabal en Guatemala. Recuerdo a mi abuela diciéndole a mi papá que escuchó en las noticias algo muy grave que había pasado en Colombia y él empezó a contarle con mucha tristeza, lo cerca que quedaba Armero de Ibagué, el pueblo de mi padre.
No volví a saber de Armero sino hasta 4 años después, cuando él viajó allá con unos hermanos y nos mandó un sobre vía correo con unas fotografías de lo que quedó del lugar. Recuerdo unas imágenes que se parecían a una zona muy árida en el Oriente de Guatemala. Se parecían pero de una manera extraña, porque no tenían ni siquiera árboles secos y el suelo se miraba como si fuera de tierra falsa, de esa que hacen para recrear aldeas en los nacimientos navideños, pero con un raro tono café con gris.
Un tiempo después me contaron la historia de Fabiola. Ella también era de Ibagué. En la casa de mis abuelos la conocían desde pequeña y era muy querida por mi familia.
-Fabiola era preciosa- me dijeron, -Además era una linda persona, muy buena-. Conoció a un joven con quien se casó, tuvieron hijos y luego se fueron a vivir a Armero. La noche del 13 de noviembre, cuando todos escucharon el estruendoso choque, el esposo de Fabiola estaba de viaje por trabajo, ella intentaba abrazar a sus hijos mientras la furia del Nevado Del Ruiz cubría todo y sepultaba a más de 23 mil personas.
Cada uno tiene sus propias historias de Armero, en mi caso cada vez que lo mencionan, aparece en mi mente la tierra extraña que quedó en el lugar y una imagen que inventé de Fabiola, la que se llamaba igual que yo.
Twitter @Tolima_Toliman