Radiografía del calvario de los escritores emergentes

La mayoría de escritores desean iniciar su carrera en editoriales de renombre, hacer giras internacionales, ser entrevistado en todos los medios, ver su foto en revistas prestigiosas y vender miles de ejemplares en el primer mes. Sin embargo, la inmensa mayoría inició su carrera en el anonimato, sin entrevistas ni reseñas, publicando en editoriales pequeñas y con ventas modestas.

Tomemos el caso de García Márquez.

El manuscrito de La Hojarasca dio vueltas por varias editoriales sin que nadie mostrara interés por la obra del periodista de 28 años. Finalmente llegó a Ediciones S. L. B., quien la publicó en 1955. Lastimosamente los resultados fueron decepcionantes: se vendieron trescientos ejemplares antes de que la editorial desapareciera a causa del embargo que la arrojó a la quiebra.  

La misma suerte corrió El coronel no tiene quien le escriba. García Márquez no la envió a editoriales colombianas, desencantado con la experiencia de La Hojarasca. A pesar de su reticencia, una fracción se publicó en la Revista Mito (algunas personas afirman que se publicó sin la autorización del autor). El fragmento enloqueció a Alberto Aguirre, abogado, cinéfilo, librero y editor.

Fue, justamente, el amor al cine el que puso a García Márquez y Aguirre en Barranquilla: los dos asistieron al Congreso Nacional de Cineclubes (Gabo era el delegado de Bogotá y Alberto de Medellín). En el restaurante del hotel El Prado, Aguirre le anunció a García Márquez que quería publicar la novela en su editorial.

—¡¿Estás loco?! ¡Tú sabes que en Colombia no se venden libros!… Recuerda cómo me fue con La Hojarasca —respondió Gabo.

—No solo la voy a editar, sino que te voy a dar un adelanto por los derechos de autor.

García Márquez aceptó porque no tenía dinero para pagar los servicios, que estaban a punto de ser cortados.

Un año después Aguirre lo llamó a México para contarle que acababa de salir la primera edición de El coronel no tiene quien le escriba (edición que imprimió en un taller de Buenos Aires). Gabo, después de una pausa, lanzó una sentencia cargadas de humor negro:

—No joda, Alberto: tú eres el único que hace contratos verbales, enguayabado, tumbado en una mecedora de bambú, en el bochorno del trópico.  

La primera edición del Coronel vendió quinientos ejemplares de un tiraje de dos mil. Gabo recibió 150 “para bombardear la prensa”. Los otros fueron a parar a la oficina de Aguirre, quien regalaba ejemplares a quien quisiera recibirlos (eran pocos los que se animaban a llevar su ejemplar).

Un día llegó a su oficina un tendero de un pueblo de Antioquia. Contempló la caja con interés.

—¿A cómo los libros?

Después de una negociación corta, concretaron que cada ejemplar valdría cincuenta centavos. Antes de que el señor saliera de la oficina, Aguirre le preguntó para qué los quería.

—Necesito hojas para envolver comino.

De esa manera desaparecieron más de mil libros de la primera edición de El Coronel no tiene quien le escriba (ejemplares que hoy se cotizan a tres mil quinientos euros). Tuvo la misma suerte, en ventas, Los funerales de la mama grande (publicado el siguiente año en la editorial de la universidad de Veracruzana de Xalapa).

García Márquez no dejó de escribir ni de apostarle a sus cuentos y novelas a pesar de los fracasos. No solo porque tenía una convicción de acero, sino porque no estuvo solo en la batalla: Alberto Aguirre o Sergio Galindo (director y fundador de la editorial de la universidad Veracruzana) creyeron en su talento y apostaron por su obra. Fueron un vaso de agua en mitad de la resaca que padecen los escritores colombianos (emergentes y consagrados). También tuvo el apoyo de quienes compraron alguno de los trescientos ejemplares de la La hojarasca o de los quinientos de El coronel no tiene quien le escriba.

Les invito a que crean en los escritores emergentes y compren a editoriales independientes. Alentemos, impulsemos, promovamos la esperanza de los escritores que rompen el cascaron y, de paso, ayudemos a quienes creen en ellos. No perderán su dinero: en este momento los premios Nobel de los años cuarenta son publicados por editoriales independientes. Tenemos la oportunidad de comprar un ejemplar de la primera edición de novelas que serán consideradas obras maestras. Hasta tenemos la posibilidad de que el autor nos escriba una dedicatoria y se tome una foto con nosotros (su cara exhibirá una mezcla de alegría y desamparo).

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