Años atrás, cuando me excedía en la ingesta de alcohol, mis amigos me llevaban a rastras al apartamento. Subíamos las escaleras entre gritos y risas, me lanzaban a la cama y cada uno se acomodaba en algún rincón del apartamento. Ahora que no puedo consumir alcohol, son los versos quienes me traen a la casa cuando abuso de la melancolía. Me suben al cuarto guardando silencio, me dejan tendido boca arriba y luego se acomodan en las grietas de mi memoria hasta transformarse en narraciones que repaso mientras la vida se hace lenta y profunda…
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