Tareas no hechas

Publicado el tareasnohechas

Nueve días detrás de un muerto (notas de un viaje en busca de Dunav Kuzmanich)

A tres metros del que no está

Mayo 14 de 2011. Sábado

El metro de Santiago es limpiecito, ordenado, eficazmente señalizado. Los vagones son impecables y en esa atmósfera de luz blanca y tubos cromados uno siente como si la vida fuera un comercial de televisión. Como viajar dentro de una oficina de Bancolombia. No se ve un cantante que se suba a imponerle su sonido al viaje, no hay un mendigo que lo haga sentir a uno miserable, no existe la inminencia de un robo, no se ven letreros hechos a marcador, ni volantes que anuncien tarotistas o grupos de teatro o clases de mandarín. Yo creo que fue diseñado con base en un riguroso estudio al subte de Buenos Aires para crear un sistema de funcionamiento exactamente opuesto.

En el metro de Santiago no hay nada que le pueda pasar a una persona, además de desplazarse para donde va. No hay nada que pueda sentir aparte de los sentimientos con los que viene de la casa y va para la oficina o viceversa. Es más: ni siquiera se enamora uno. Hay asistentes en las plataformas que te dicen lo que los parlantes ya te han dicho: que se va a cerrar la puerta; o que se encargan de que entren primero los ancianos, los minusválidos y las mujeres en embarazo. Ese metro se parece a lo que he visto que es Santiago. Como el subte resume a Buenos Aires y como el metro de Medellín representa la mentalidad de esa zona del país que se llama Antioquia. No estoy para decir mejores o peores porque ando en uno de esos días (vengo así desde hace 42 años) en los que no sé a ciencia cierta nada. Pero viajando en un vagón me hace falta ver una chica descuajaringada y sin bañarse, sentada el suelo. Me hace falta un guitarrista guapachoso que llega a cambiarle la cara a la gente, me hacen falta los letreros de gente humana en un cajón que transporta gente humana. Santiago sería excelente para venirse a escribir después de que uno hubiera vivido bastante en la vida. Es como una ciudad desarrollada cuya vida transcurre en la atmosfera apacible de un pueblito. ¿Cómo sería a finales de los 60s? ¿Cómo serían esas calles en la época de Dunav?

A Dunav no le tocó el metro, porque fue inaugurado en 1975, en plena dictadura. Cuando él ya estaba en Bogotá. Pero el metro no lo hizo la dictadura, sólo lo terminó. La licitación se abrió en 1960 y el proyecto lo aprobaron en 1968, en el gobierno de Eduardo Frei Montalva, el demócrata cristiano con quien Dunav empezó su militancia política. O sea que el desarrollo actual de Chile no se debe a la dictadura ni al gobierno de Allende ni al de Frei, ni a la izquierda o a la derecha. Es un impulso que ha estado siempre presente en esta sociedad, independientemente de los sistemas políticos. Como si fuera parte del modo de ser del país.
Pero a Dunav sí le toco el metro de Buenos Aires, que fue inaugurado en 1913. Duni vivió en la “ciudad de la furia” tal vez a finales de los 50s. Me lo imagino joven y vigoroso montado en esos vagones de madera que todavía eran nuevos y prestantes. Me lo imagino pensando sus cosas, mirando a una mujer de pelo negro y rostro pálido, entre las estaciones Congreso y Once. Todavía inocente de tanta política, tal vez; pensando sólo en cantar, en actuar, en vivir. Luego siguió pensando en vivir, en hacer películas, en cambiar la base de las cosas, en abrirle la “entendedera” a la gente.
Con Duni viajé varias veces en el metro de Medellín. Desde la estación Santa Lucía, hasta San Antonio, para hacer el trasbordo a la línea “A” hacia Envigado. Duni con casi setenta años y el metro con poco más de veinte. Y ahí estábamos: hablando de hacer varios cortometrajes que luego se juntarían para hacer un largo; de proponerle a la empresa Metro la idea una película hecha con historias pequeñas que transcurrieran en las diferentes estaciones; de los problemas de algún guión que él o algún amigo estaba escribiendo; de Uribe Vélez, sí señores, del eterno Uribe Vélez que tanto desunió al país y tanto unió a los amigos. Duni hablando mientras el río Medellín cruzaba raudo y café por la ventanilla. Duni en un metro mucho más joven que él, en una sociedad tan distinta a él, en un mundo tan opuesto a él.
Ahora lo estoy viendo más allá de la pantalla de este computador. Ahí de pie, sostenido del tubo cromado. Y su vida tiene la caótica riqueza del subte de Buenos Aires, el rigor y la eficacia del metro de Santiago y la luz y los paisajes contradictorios del metro de Medellín

Comentarios