Desde mi adolescencia, mamá llegó a vaticinar con sus dotes de pitonisa, que para mí sería difícil conseguir marido porque no era una mujer “hacendosa” y además tenía acreditada fama de respondona. Que lo mío no era feminismo sino pura flojera hacia las tareas de la casa. Entonces crecí pensando de forma extrema, que definitivamente era mejor estar soltera a convertirme en la sirvienta de un tipo.
Con el pasar de los años, me volví experta en desarrollar planes de marketing y campañas publicitarias, pero en la cocina solo preparaba sanduches de jamón y se me quemaba hasta el agua. Y a pesar de adorar a mi madre y valorar todas las cosas maravillosas que hizo por mí, confieso que rechazaba lo que ella representaba, esa generación de adorables amas de casa que debían complacer a sus esposos que más bien parecían sus amos.
Me sentí afortunada por crecer en una generación diferente, de mujeres liberadas y con más oportunidades. Estudié y lo más importante es que estudié algo que me gustaba, tiempo después construí una carrera y me gané el respeto de mis subalternos. Y en contra de las premociones familiares, encontré un compañero que me adora y no me da pena decir que es más ordenado y barre mejor que yo. En conclusión sentía que la vida era justa por mi entorno cuasi ideal.
Hace algunas semanas, una amiga me compartió unos memes, basados en “la guía de la esposa perfecta”, un documento absurdo del siglo pasado, que circuló durante la dictadura del general Franco en España. Y que fue nuestro chiste de la noche y tema de conversación, en donde ambas concluimos que esas vainas tan retrogradas ya no se veían en estas épocas.
Eso pensaba, hasta que escuché a un indignado personaje del trabajo, que alegaba sobre las mujeres de hoy en día, que ya no somos como las de antes, debido a que su señora no le plancha bien las camisas. Y luego la cereza del pastel fue por cuenta de una amiga que dejó de trabajar, porque a su esposo no le gusta y prefiere que ella se encargue de la crianza del niño.
Sentí náuseas y recordé aquel manual de la sumisión femenina del que tanto me había burlado unos días antes y de inmediato dejó ser gracioso o algo del siglo pasado, pues vi reflejado el presente y la cotidianidad de muchas mujeres.
Mi objetivo no es demeritar o menospreciar las tareas del hogar sino exponer que son responsabilidades compartidas. Tampoco quiere decir que odio a los hombres, ya que tengo papá, hermanos, novio y amigos que aprecio y respeto, sencillamente no hay que dejársela montar.
Por eso me puse en la tarea de revisar, cada uno de los once puntos de “la guía de la esposa perfecta” y con grandes dosis de sarcasmo, aspiro a convertirme en una especie de máquina del tiempo, que lleve a algunas personas confundidas a la época actual.
Con más puestos que un bus, cantidad de ocupaciones y una vida propia, no voy a llegar corriendo a cocinar y a poner cara de “Stepford wife”, si mi día ha sido una mierda. Yo también estaré cansada y con hambre, lo justo es que ambos preparemos la cena. O si uno de los dos cocina, que él otro se encargue de lavar los platos.
Tengo amor propio y me gusta verme linda, usar ropa a la moda, maquillarme y resaltar mi feminidad, pero esto no significa que quiero ser un maniquí o muñeca trofeo que todo el día debe estar perfectamente arreglada. Soy una mujer real que en la tranquilidad de mi casa, utilizo prendas cómodas y cuando hace frío me pongo el pijama de teletubbie.
Una cosa es apoyar a mi pareja y preguntarle acerca de cómo estuvo su día, y otra muy distinta, pensar que mi responsabilidad es alegrarle la vida, o que trabajo en un circo y tengo vocación de payasa. Las sonrisas y el placer no surgen del sacrificio.
Con papel y lápiz en mano, dibujaría un mapa de la casa y lo dividiría en secciones iguales, para que cada uno se haga responsable de un área. Sería importante resaltar que la tecnología ayudó con grandes inventos como la aspiradora y la lavadora. O si se tiene el presupuesto, damos empleo a aquellas personas que trabajan en oficios varios.
Así mismo quisiera encontrar una copa de vino en mi mesa de noche y que me recibieran con un suave masajito en la espalda. Y creo que esta pobre señora vivió un infierno mientras mantuvo la fachada del supuesto Jardín del Edén. Generar un ambiente propicio es cosa de dos y los detalles deben ser mutuos.
Los infantes tienen tanta energía, que pareciera que nunca se cansan y como no pueden quedarse quietos, debe ser una labor titánica mantenerlos limpios y organizados. No tengo nada en contra de los niños y niñas, soy una buena tía, pero la verdad es que hago parte de ese grupo de féminas que no desean tener hijos. Y a propósito, la tarea de educarlos o cuidarlos no es únicamente responsabilidad de la madre.
Si claro, también desenchufaré mi cerebro y me convertiré en una hermosa estatua, mucho mejor si mi vestido combina con la decoración de la sala para que parezca un mueble más.
Sonreír es una gran terapia, sin embargo el día que me sienta triste o rabiosa lo expresaré, pues no tengo aptitud de mártir y tampoco me interesa utilizar caretas para fingir que mi mundo es perfecto. El problema de no decir las cosas a tiempo, es que luego las palabras se llenan de resentimiento, explotan y causan daños.
Una buena relación se basa en el diálogo y la comunicación, es algo bilateral, recíproco, o sea de parte y parte. Cuando quiera ver un monólogo más bien me voy al festival de teatro. Mis sentimientos, ideas y necesidades son importantes y merecen ser escuchadas, tengo voz y botas.
Lo sano es respetar las ocupaciones y el espacio individual, no se tiene que vivir pegado a la pareja. No obstante, la interpretación que hacen aquí, acerca de ponerse en los zapatos del otro, es algo así como permitir que te pisoteen. Hay que recordar que en las relaciones existen convenios que incluyen la lealtad y obvio, marcar tarjeta.
Le huyo a las personas quejumbrosas y puede ser agobiante encontrar a alguien que ve la vida como si fuera un lunes eterno. Pero el día en que vivo una situación poco agradable, me quejo con todas las de la ley, porque tengo derecho a desahogarme, los problemas femeninos no son triviales y nadie puede juzgar el tamaño o la insignificancia de estos.
Nunca me gustó esa bendita frase que decía: “Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”. El verdadero lugar de una esposa es al lado, recorriendo el camino en igualdad de condiciones. Jamás detrás, debajo, agachada o en cuclillas.
Aunque no dejé el vicio de ser respondona, mi mamá puede tener el consuelo y la tranquilidad que aprendí a cocinar y muy bien. La diferencia es que cuando he preparado la cena, lo hago por gusto y no por obligación, como un detalle a esa persona que me hace feliz.
Y si hubiera vivido en la época del franquismo, creo que la falange y las señoras del servicio social de la mujer, ya me hubieran excomulgado, sacado del país y estaría hipermegasoltera porque afortunadamente no tengo el talento y la madera para ser una esposa perfecta.
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