Una nueva integrante se ha sumado recientemente a la larga lista de empresas que llenan mis correos y mis redes sociales de spam -es decir: de contenido basura. Se trata de Temu, una firma de propiedad china, pero con sedes en Boston -Estados Unidos- y Dublín -Irlanda-.
Temu, creada en 2022, vende productos de todo tipo con precios cercanos al dumping. Su eslogan es diciente: “compra como un billonario”. Esto ha hecho de ella una digna rival de otras empresas de lo que podemos denominar el capitalismo basura. Como la también china Shein.
Se trata de un capitalismo en el que se produce de manera irracional y sin recabar en los costos medioambientales que esto conlleva. Shein, por ejemplo, ha inundado el mundo de prendas que van a terminar tarde que temprano en un mar ya terriblemente contaminado. Respecto a Temu, digamos que es muy temprano para dar un dictamen, pero todo apunta a un destino similar.
No obstante, de fondo, lo que más temo de empresas como Temu es que vende una idea nefasta y es la de “comprar como un billonario”. Vender una aspiración como esa es condenar a la tierra, ya que si todos actuáramos como los multimillonarios, el cambio climático sería aún peor de lo que ya es.
Los multimillonarios son los grandes protagonistas de la debacle climática. Claro, hay empresas que contaminan más que ellos. Lo obsceno es que haya personas que contaminen tanto ellas solas. En 2022 la cantante Taylor Swift contaminó -ella sola- tanto como 1.184 personas. Esto debido a un uso irracional de su avión privado, privilegio que habría que regular prontamente.
Y el problema es que, en vez de corregir a los multimillonarios, queremos ser como ellos. No se trata, por supuesto, de que una persona no pueda tener lujos. Pero es necesario poner en la balanza los derechos de las personas con los deberes que tenemos todos con el medioambiente.
Todo el mundo pareciera estar de acuerdo en que hay que tomar medidas ante el cambio climático, pero nadie está dispuesto a dar el primer paso. Nadie está dispuesto a renunciar a su hamburguesa, a su carro o a sus plásticos de un solo uso. Y el argumento facilista es que, al final, los cambios individuales no ayudan. Eso es cierto solo en la medida en la que nadie cambie, pero si muchos cambian sus hábitos, el cambio es más que posible. Si no fuera así, el cambio climático tampoco existiría.
Hay que empezar a controvertir esa filosofía tan propia del mundo actual en la que si usted le dice a una persona que no haga algo la persona le va a responder que es su plata y ella hace lo que quiera con su plata. La premisa puede ser cierta, pero, de nuevo, las consecuencias son nefastas. Eso sin mencionar lo que implicaría para la salud mental que todos terminemos convertidos en acumuladores compulsivos.
Sin embargo, soy incrédulo y pesimista. El ser humano ha llegado a una etapa casi infantil en la que lo quiere todo, de inmediato y barato. Y olvidamos que todo tiene una consecuencia medioambiental. Hasta este blog que escribo. Y, en ese sentido, el mundo tras la pandemia de Covid-19 se ha vuelto uno mucho más irracional, una suerte de apocalipsis en el que cada cual, llevado por el egocentrismo, trata de imponerle al resto su forma de vivir.
Si seguimos así, tendremos un mundo de multimillonarios con una salud desastrosa y una calidad de vida paupérrima. Sigo creyendo, no obstante, que eso es lo que quiere la mayoría de la gente: es su manera de evitar lo inevitable. Porque millonarios o no, al final, todos morimos. No hay dinero que prevenga la muerte.
Juan Sebastián Jiménez
Periodista y profesor. Actualmente, a cargo de la clase de Periodismo Político de la Pontificia Universidad Javeriana.