Decía Mario Mendoza que a veces nos parecemos demasiado a nosotros mismos y que, en esos momentos, era necesario reinventarse, “dejarse morir”.

Hay reinvenciones afortunadas: Ernesto Sábato, por ejemplo, fue un reputado físico hasta que a los 32 años, producto de una crisis existencial tan propia de esa edad, decidió dedicarse a la escritura con maravillosos resultados.

Su coterránea Juana Molina es otro ejemplo. Molina fue durante muchos años una afamada humorista hasta que decidió dedicarse a la música, campo en el que ha sido tanto o más exitosa.

Hay, en cambio, reinvenciones desastrosas. En Colombia tenemos varios casos.

María Isabel Urrutia, por ejemplo, pasó de ser la primera medalla de oro en la historia de Colombia a convertirse en una cuestionada ministra, más cerca de la pena que de la gloria.

Sea como sea, la historia está plagada de personas que se han reinventado. Y hablo de esto porque yo mismo siento que ha llegado mi momento de reinventarme. Me explico:

Desde hace 10 años soy profesor. Mi carrera como docente se inició, precisamente, como producto de una reinvención y es que a los 25 años -y tras haber obtenido el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar por un trabajo que hicimos con las insuperables Diana Durán y Viviana Londoño- sentí que era el momento de hacer algo más y así se lo expresé a mi querida Silvia Montaña, quien había sido mi profesora en la Universidad Javeriana.

Fue ella quien me incentivó a entrar a la academia y así lo hice en enero de 2014, cuando fui contratado como profesor en la Universidad Externado de Colombia. Allí pasé años irreemplazables. Años de muchas alegrías y unas cuantas tristezas. Tres años después ingresé a la que ha sido mi casa desde entonces: la Pontificia Universidad Javeriana.

Sin embargo, este año, al cumplir una década como profesor, he sentido que es necesario un cambio. Ya dictar clase no es lo mismo. Los mismos problemas de hace 10 años empiezan a agravarse. Cada vez es más difícil lograr que los estudiantes se concentren y ni qué decir de hacer que se comprometan. El nivel, en general, es cada vez peor y yo mismo ya no soy feliz.

Por ello he decidido que el próximo semestre será mi último semestre como profesor de pregrado. Esto no significa que me desligue de la academia. Se trata únicamente de un viraje. Pero en el horizonte se avizoran nuevos caminos, nuevas oportunidades para reinventarme.

Aprovechando este momento, voy a darles en esta entrada consejos sobre cómo reinventarse.

Lo primero es el momento. No se trata solamente de reinventarse en el momento en que uno ya no es feliz. Esto porque muchas veces tenemos malos días sin que ello implique un desasosiego, digamos, estructural. La reinvención no es una decisión impulsiva. No podemos ir renunciando por el simple hecho de una molestia temporal.

De hecho, si la infelicidad fuera el único criterio, perderíamos de vista que a veces la necesidad de reinventarse surge, precisamente, de que hemos llegado a tal confort que nos hemos estancado.

Digo, entonces, que la reinvención ha de sentirse, literalmente, como un cambio de época; se trata de dejar una etapa atrás y, para saber cuándo hacerlo, hay que estar muy atentos a las señales que la vida nos da. Un buen indicador, por ejemplo, es si sentimos que el lugar en el que estamos empieza a quedarnos chiquito.

La vida se trata, inevitablemente, de crecer. Querámoslo o no, estamos constantemente evolucionando -o involucionando- y esos cambios nos hacen sentir que estamos en el lugar correcto o en el equivocado. No hay que tenerle miedo a reconocer que es necesario cambiar. De nuevo, la vida misma se trata de quemar etapas: nos graduamos del colegio y ya luego no volvemos a él y así pasa luego con la universidad o con algunos trabajos. Es natural.

Otro buen indicador es la gente que nos rodea. A veces no es solo que el lugar en el que estamos empieza a quedarnos chiquito. Pasa también que las personas a nuestro alrededor no están en sintonía con el momento que estamos viviendo y eso nos indica que, quizás, debemos dejarlas atrás. Reinventarse es también renovar amistades.

En mi caso, ha habido momentos en los que he sentido la necesidad de renunciar a un trabajo, cuando, al levantar la cabeza, no veo a nadie con quien me sienta cómodo.

Y el último indicador de que las condiciones están dadas para reinventarse es el tiempo. Personalmente, no me gusta durar en un trabajo más de 7 años; en El Espectador duré 6 años; en el Externado otros 7 años, y ahora en la Universidad Javeriana estoy cerca de cumplir 7 años. Soy un fiel creyente de que los tiempos de dios son perfectos y de que, en ese sentido, las etapas también sus tiempos.

De las pocas cosas buenas de estas nuevas generaciones es que no se casan con un mismo trabajo como lo hacían sus padres y abuelos. El problema es que han caído en el exceso de no durar en ningún trabajo.

Ahora, ya identificado el momento adecuado, viene la reinvención.

Lo primero es no improvisar. No se trata de dar saltos al vacío. Es como con el desempleo. Cuando no se tiene empleo, conseguir uno debe verse como un trabajo en sí mismo. En ese mismo sentido, reinventarse no es igual a empezar de cero. Ese es un error común. Lo que hay que hacer es planear muy bien la reinvención. ¿En quién me quiero convertir? ¿A dónde quiero llegar? De nuevo: cerrar una etapa no es igual a abrir una nueva.

Una buena idea es hacer un plan a corto, mediano y largo plazo; es decir: a un semestre, a un año y a cinco años. Y ese plan debe incluir los mismos elementos que nos llevaron a reinventarnos: el lugar donde quiero estar, las personas con las que quiero estar y el tiempo que quiero durar en esa nueva etapa. Puede que ninguno de estos ítems se cumpla a cabalidad, pero visualizarnos nos ayuda a ubicarnos y nos permite replantearnos en el camino. Sin un norte, corremos el riesgo de perdernos irremediablemente.

Ahora, un buen plan debe funcionar, precisamente, como una solución a lo que nos hizo plantearnos la necesidad de reinventarnos. De nada sirve volver a cometer los mismos errores. En ese sentido, vale la pena preguntarnos ¿qué no nos gustaba de nuestra vida anterior? pero, también, ¿qué sí nos gustaba? No se trata, de nuevo, de hacer borrón y cuenta nueva. Así no funciona.

Pero, aún más importante, vale la pena preguntarse qué dejé de hacer en esa vida anterior que hubiese querido hacer. Una reinvención es también una forma de volver a los orígenes a recuperar las ilusiones que hemos engavetado. Reinventarnos es darnos una nueva oportunidad.

Finalmente, para que una reinvención sea lo mejor posible, debemos tener mucha paciencia y mucha autocompasión. No se trata de juzgarnos porque, al juzgarnos, podemos caer en la tentación de querer volver atrás en el tiempo, creyendo esa gran mentira de que todo tiempo pasado fue mejor.

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