A veces confundimos margaritas y girasoles. Me explico: a las primeras las asociamos con la inseguridad. Las deshojamos para que sean ellas las que nos digan qué hacer -o para saber si la persona amada nos quiere o no nos quiere-. Los girasoles, en cambio, representan la concentración: la habilidad de enfocarnos en un solo punto; en su caso, en el más brillante; sea este el sol u otros girasoles.
Y digo que confundimos margaritas y girasoles porque vivimos en una época en la que hemos romantizado a la ansiedad, a tal punto que nos identificamos con ella. Como si la ansiedad fuera una parte esencial de la naturaleza humana, cuando no es así.
Antes de desarrollar mi tesis, explico el origen de la metáfora que, por supuesto, no es mía. Se la debo a la Irepelusa, una cantante venezolana que se ha convertido en mi guía espiritual. En una de sus canciones, de nombre Girasoles, Irepelusa nos invita a que, entre margaritas, busquemos girasoles, “que mantengan encendidos los faroles”. Aunque en su caso hace referencia a la inseguridad que viene tras un rompimiento amoroso, me parece un mensaje perfecto para que dejemos de romantizar la ansiedad.
Desde una perspectiva mucho más filosófica, se trata de dejar de identificarnos con las fluctuaciones de la mente. Ese es el mensaje que nos da Patanjali, autor de los yoga sutras, una de las primeras obras sobre el yoga. Las fluctuaciones de la mente son, hasta cierto punto, inevitables. No obstante, no tenemos que identificarnos con ellas; en ese sentido, no somos las dudas que albergamos; estas no nos representan.
Ahora, desde un punto de vista científico, el cerebro no está diseñado para lo que hemos llamado -pomposamente- multitasking.
De hecho, el multitasking –la supuesta habilidad de hacer varias cosas a la vez- afecta al cerebro de distintas maneras. La primera es obvia: al realizar varias tareas a la vez, el cerebro se estresa y, al final, no hace ninguna bien. Hay estudios que muestran, por ejemplo, el riesgo de conducir un auto y chatear a la vez. El problema es que confundimos la capacidad que tiene el cerebro de pasar de una tarea a otra -su habilidad para cambiar de foco- con el multitasking, cuando ambas habilidades no son iguales.
Al final, el cerebro solo puede enfocarse en una tarea. Sobre todo, porque, al realizar varias tareas a la vez, estas compiten entre sí por la atención de una misma región del cerebro: la corteza prefrontal anterior. Y esto hace que, en el mejor de los casos, hagamos todas las tareas a medias. Es decir: entre más tareas hagamos, menos eficientes seremos.
Una segunda consecuencia tiene que ver con la memoria. Cada tarea deja una huella en nuestra memoria y esta se almacena en distintas partes del cerebro, dependiendo de su naturaleza. Cuando hacemos varias tareas a la vez, confundimos al cerebro, lo que dificulta que recordemos apropiadamente. Esto redunda, a su vez, en un aprendizaje menos eficiente y en confusiones.
Y, finalmente, el multitasking agota al cerebro y, por eso mismo, nos deja extenuados. Valga la pena recordar que aunque el cerebro representa apenas una pequeña parte de nuestro peso corporal, es uno de los órganos que más energía consume, llevándose hasta una cuarta parte de nuestro combustible. No es gratuito que en este mundo obsesionado con la productividad nos hayamos convertido en la sociedad del cansancio, como la bautizara el filósofo Byung-Chul Han. Como diría Facundo Cabral, “no estás deprimido, estás distraído”.
Hay que lamentar, en ese sentido, que a las nuevas generaciones les estemos transmitiendo nuestra ansiedad, inculcándoles ese afán por producir, esa idea de que “el tiempo perdido los santos lo lloran”. ¿Qué es, a fin de cuentas, perder el tiempo? ¿Acaso no dormir por andar pensando en el trabajo es una forma adecuada de pasar el tiempo?
Quizás valga la pena dejar de pasarnos la vida deshojando margaritas -las margaritas que cada uno tenga: laborales, familiares, amorosas- y tratar de ser como los girasoles: concentrados en un único punto.
Desde una perspectiva religiosa -aclaro que soy ateo, como si fuera necesario aclararlo-, dejarle nuestras preocupaciones a la divinidad, ser como los girasoles y voltear nuestra cara al sol, es entender que hay algo superior a nosotros, algo más sabio, y que, como diría Gustavo Cerati, saber decir adiós -es decir: dejar de identificarnos con nuestras fluctuaciones y dejárselas, en cambio, a dios, a lo que uno entienda por dios- “es crecer”.