Si yo fuera

Publicado el José Ricardo Mejía Jaramillo

Maestro Jota Guillermo: usted ha dejado huella al caminar

Julio González Zapata.

Profesor Universidad de Antioquia.

 No es necesario haber tenido un contacto muy frecuente y muy estrecho con usted, para conservar una vívida imagen de su persona, de sus enseñanzas y, sobre todo, no se requiere mucho tiempo para percibir cuáles son sus valores y cuál es su posición en el mundo. Es de esas personas que, con sola presencia, ya causan una impresión indeleble y si se tiene la fortuna de oírlo hablar, se tendrá una lección para el resto de la vida. Irradia sabiduría, bondad, generosidad y, sobre todo, eso, que a veces es utilizado para decir cualquier cosa: humanismo. En un caso, por el contrario, es un sincero y enorme amor por la humanidad, al punto que considera que una vida vale la pena, siempre y cuando se ponga al servicio de los demás.

Tuve la oportunidad de ser su compañero como profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia, donde usted dirigía los cursos de Oratoria Forense y de Ética. Y más que sus importantes escritos, algunos plasmados en ese hermoso y a la vez tan doloroso libro Conceptos fiscales, por los que nacen procesados, cuyo título es ya aviso importante sobre las miserias de nuestro sistema penal, quisiera referirme a dos anécdotas, que para mí fueron suficientes para tener un retrato completo e imperecedero de usted y constituyen un vínculo con su grandeza.

En sus clases de Ética, les decía a los estudiantes, que quienes se habían matriculado en el curso pensando en la nota, se lo podían decir desde la primera clase, y les pondría la máxima nota, para que se pudieran ir tranquilos. Este gesto envuelve una visión del mundo y particularmente de la enseñanza de la Ética, que probablemente nadie lo ha podido dibujar con tan pocas palabras. La Ética es una relación con los demás, es una construcción intelectual (probablemente) pero, sobre todo, está alimentada por lazos afectivos, comunitarios, donde la solidaridad y el interés por los demás, jamás se podrá encuadrar en sofisticadas teorías ni en fórmulas académicas, porque es, básicamente, un modo de estar en el mundo, es decir, como un sujeto social. Y la mejor forma de enseñarla, no es haciendo lecturas (aun cuando pueden ayudar), sino viviéndola, sintiéndola, y haciendo de ella esa guía que nos debe orientar en las relaciones con los demás. Es, sobretodo, vivencia y experiencia. Probablemente en otros cursos la asistencia obligatoria de los estudiantes, el control de sus lecturas, el tamiz de los exámenes, puedan servir para algo; pero en un curso de Ética, quien no siente, quien no se compenetra con unos ideales, no recibirá nada, así se llene de teorías y de discursos.

La otra anécdota, se contrae a la expedición de la Constitución de 1991. Esa Carta Constitucional que en su momento generó tantas expectativas y que hoy soporta los más diversos ataques, traía un mandato de suma importancia: no habrá en Colombia penas irredimibles.  Desde el Código de 1936, algunas personas venían padeciendo, de hecho, sanciones irredimibles. Se trata de aquellos sujetos condenados a medidas de seguridad porque se les consideraba inimputables debido a alguna enfermedad mental, medida que se podía levantar cuando el sujeto recuperara su normalidad psíquica, pero para quienes tenían la desgracia de que su patología se considerara incurable, estaban condenados a padecer de por vida una condena, que dependía más de lo que eran, que de lo que habían hecho. Cuando apareció la nueva Constitución y su mandato de que no había penas irredimibles, tuve la oportunidad de decir, ante un auditorio, que me parecía que ese mandato le hacía un homenaje muy merecido al maestro J. Guillermo, quien había luchado contra esa barbaridad, durante muchos años. Cuando nos encontramos después de ese acto, me abrazó con una alegría como si yo hubiera sido artífice de esa victoria por la libertad de uno de los grupos más vulnerables, más invisibilizados y más atropellados, como son los enfermos mentales, cuya tragedia se aumenta cuando son sometidos a un proceso penal. La fortaleza de ese abrazo y la belleza de sus palabras, que no soy capaz de repetir porque su verbo es inalcanzable, las sentí como la victoria del gran guerrero de la dignidad humana, que había acabado de ganar una batalla y que, por azares del destino, me había correspondido certificarlo en público.  Hoy desafortunadamente y sin escrúpulos –el Presidente dice que ha sido un gran logro de su gobierno–

ese artículo que tanta alegría nos produjo ha sido modificado y volvemos a tener la cadena perpetua, ya no por los vericuetos de la enfermedad mental, sino por ciertos delitos donde la instrumentalización de las víctimas es evidente y el populismo es rampante.

Algunos dicen que uno de los problemas más grandes que hoy en día tiene Colombia, es la polarización. Y es posible que eso sea cierto frente a ciertos temas. Pero sobre lo que ha sido el motivo de su lucha y de su razón, la polarización o si se prefiere, la radicalización y verticalidad, son indispensables. Frente a la dignidad humana, frente a la defensa de los derechos humanos, frente a los atropellos contra los más débiles y más vulnerables, no se puede ser sino radical, y la verticalidad no puede tener pausas y no se pueden hacer concesiones por motivos de conveniencia o acomodo a los afanes del momento.

¡Maestro que tenga muchos años más de vida! Aun cuando ya el ejemplo de su paso por este mundo ha dejado una huella que muchos años no podrán borrar. Reciba mi más sincero abrazo, así sea en la distancia.

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