Víctor Alonso Pérez Gómez.
Hoy, gracias a la oportuna gestión de nuestro amigo Ricardo Mejía, tenemos la fortuna de agradecer en vida a usted Maestro, por algo que es esquivo en el trasegar de los humanos y en especial de quienes tenemos como oficio abogar por los demás. Ese tesoro reside en el ser de alma limpia y buena como la suya que tuvimos la fortuna de conocer, que no explayó su vida en ostentosas muestras de erudición académica, sino en algo infinitamente más valioso y es eso que llaman valores; el respeto por el otro; la solidaridad por el desamparado y desvalido; la empatía con el diferente y por supuesto, la infatigable lucha por el necesitado de justicia. Esta es una maravillosa oportunidad para agradecerle a usted Maestro, tanto como alumnos, como por la oportunidad que nos brindó de compartir anécdotas y experiencias. Son sus enseñanzas las que nos obligan a mirar la profesión de abogados sin egoísmos y entender, que ésta tiene razón y sentido en tanto servicio desinteresado hacia los demás. De usted aprendí, como de ninguna otra persona, que cada ser humano por más carbonienta que tenga su alma, bien escrutada, aflorará en ella una luz de sencilla humanidad, muy seguramente oculta por dolores irredimibles. Sus anécdotas, cargadas de viva axiología, paradójicamente me han enseñado, y aún me guían, más que la erudita fruición de cientos de libros y profesores. Porque cada vez que pasa por mi mente una leve brizna que arriesgue declinar en mi ejercicio, viene a mi mente aquélla anciana tan recordada por usted, de un pueblo del Occidente antioqueño, que día tras día, mañana tras mañana, subía la empinada cuesta con su vasija de agua, para dar de beber a aquél portentoso árbol, que pareciera no requerir una sola gota del liquido vital, pero que era tenido por ella como su hijo. Esto no se aprende, como diría León de Greiff, en los insípidos mamotretos jurídicos, sino en la viva experiencia del otro que la podemos hacer nuestra. Pero al lado de la tradición oral, debo expresarle mi gratitud por habernos legado esa bella compilación de escritos, que a modo de memoria histórica, fruto de las luchas por los desfavorecidos, trasmuta en realidad tangible el inasible e ininteligible concepto filosófico, tan kantiano, de dignidad humana y que cada tanto consultamos con tal regocijo como si fuera la primera vez que nos aprestáramos a leerlo. Gracias, Maestro.