(18 horas en un carro. Magdalena, Cundinamarca, Antioquia)
Amalia ayer recordó a Cortázar. Pudo incluso ser personaje de su Autopista del Sur, ese cuento que apenas tenía en la memoria pero que había releído por lo menos siete veces para poder comprender ese mensaje oculto que regala este autor cada vez que uno lo lee.
En su cuento, una enorme fila de carros convivía esperando a poder avanzar, pero sin la certeza y la tranquilidad de una espera limitada, sino con una angustia larga, tediosa y una incertidumbre que por momentos hacía a los personajes alucinar.
Amalia alucinó entonces, como algunos de ellos. El carro donde estaba llevaba embotellado ya dos horas, sin moverse. Llovía y el sonido de un río que apenas podía ver, la hizo creer varias veces que estaba ahí, ya ahogándose. Recordó entonces a Cortázar y decidió involucrar su mente, se introdujo en la autopista del sur, con algunas diferencias, claro está.
La autopista de Cortázar era en París, seguramente iluminada, infinitamente recta, organizada y sin montañas alrededor. Amalia, no estaba en una autopista. Era una carretera curva, sin luces, como improvisada y construida invadiendo a la montaña (que tendría que vengarse en algún momento).
De los personajes, como no hablar. Mientras Cortázar conoció jóvenes de voces agudas, ingenieros y ancianos enamorados, Amalia conoció solo dos tipos de personas: el paciente y el impaciente.
El del Chevrolet Aveo que iba mas adelante, era de la primera clase. Orinó unas 15 veces en 6 horas y se alimentó de agua con gas y mecato. Dormía profundamente y había que pitarle para anunciarle que podía moverse 200 metros más. Este hombre no tenía apuro alguno, ni siquiera aceleró cuando por fin se desembotelló el asunto.
La del Renault Twingo que iba 5 carros detrás, era, en cambio, de la segunda clase. Su impaciencia no permitió que apagara las luces siquiera en los momentos oscuros de los demás carros. Siempre se mantuvo atenta, no apagó nunca su carro y cuando decidió finalmente bajarse de él, recibió una lluvia helada sobre sí y comenzó a gritar, con un tono destemplado y grave.
Amalia decidió no salir del carro. Como el ingeniero en el cuento de Cortázar, que en un comienzo quiso encerrarse para ignorar las personalidades chocantes de tantos en una situación tan incierta.
De pronto, se despertó al siguiente día. Había sido, en su sueño, la protagonista de un cuento en una autopista, pero en su mente, la vía tenía curvas, llovía y un río con corriente fuerte la había hecho alucinar. Amalia, recordó a Cortázar y decidió volverse a dormir.
Finalmente, como en la autopista del sur, entre esas curvas, llenas de carros desconocidos, “nadie sabía nada de los otros y todo el mundo miraba fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia delante” (Cortázar)