«El pasado es un prólogo» William Shakespeare
Quisiera morirme después de haber ido a Disney. Luego de dos negadas de visa que no han permitido que la tierra americana me reciba, espero, así sea agonizando, conocer finalmente a Mickey y tirarme a gritar en una montaña rusa.
Me quiero morir después de que el cometa Halley vuelva a pasar por el cielo y cuando la capa de ozono no exista de tanta laca que nos ponemos las mujeres en el pelo.
Quiero estar muerta cuando uno de los dos hijos de Uribe se lance a la campaña presidencial y cuando mi trabajo de periodista se convierta necesariamente en cócteles de lagartos confundidos y aparentotes. En esa época, tal vez no tenga fuerzas para caminar siquiera y es posible que siga votando en blanco como lo he venido haciendo desde que cumplí 18 años.
No quisiera ver tampoco a mi ciudad sin espacios verdes ni a los niños encerrados en aparatos electrónicos con vídeos en tercera dimensión. Me aburriría en exceso pasando las páginas de un libro dándole clic a un ratón plateado, definitivamente para ese entonces, estaré viviendo en el 2011.
Retrocederé el tiempo. Mantendré mi estado actual, a veces tan rutinario, pero casualmente inesperado. Eliminaré el blackberry para recuperar a mi pareja y estableceré unos horarios para el uso del computador.
Entonces, me dedicaré a mi misma. Todos estarán viviendo en el futuro y apenas podrán notar que yo actúo en piloto automático para poder repartirme entre esa época y la que hoy vivo.
Siempre he querido volver al pasado.
La nostalgia.
Los recuerdos.
La perfección.
Lo haré.
Cuando todos estemos vivos si nos conectan y nos dirigen, cuando la decisión se haya desvanecido y el control que tanto tememos oculte cualquier ilusión de realidad.
Ahí, yo volveré a estar viva.
No me adelantaré a mi misma. Lo invito.
¿Viene conmigo al pasado?